—¿Y luego? ¿Qué sucedió? –preguntó la pequeña niña sentada sobre el regazo de su padre. La muchachita tenía una enorme melena castaña que a duras penas podía controlar, sus ojos eran del mismo color y había había heredado los grandes cachetes de su madre.
—¿Qué sucedió con qué? –respondió su padre, con las manos apoyadas en los reposa brazos del sillón.
Leo no podía dejar de mirar a su pequeña Emma. Era la perfecta combinación entre él y Lauren, al chico le gustaba pensar que había sacado lo mejor de ambos. Era tan extrovertida y sinvergüenza como el padre, pero a la vez igual de dulce e inteligente como la madre. Leo estaba enloquecido con ella, a pesar de que hacía cinco años que la niña había llegado a sus vidas.
—¡Papá! –rezongó la niña, rodando sus ojos. Eso causó que el castaño se riera—. Se casaron y ¿luego qué? ¿Qué hicieron después? –la niña lo miró con sus grandes ojos bien abiertos.
Leo se quedó desconcertado. Le había contado esa historia a su hija cientos de veces y la pequeña jamás se había interesado en saber el resto del cuento. Emma amaba que le relatara cómo se habían conocido él y su madre, y sobre todos los obstáculos que habían pasado para estar juntos. Claro que él lo hacía un poco más fantasioso, por ejemplo, a Emma le encantaba la parte en la que Leo, el príncipe azul, derrotaba en la batalla al feo y malo dragón Derek.
—Bueno, nos acostamos a dormir, ya sabes... La boda nos había dejado exhaustos, cariño –inventó él, lo primero que se le vino a la cabeza.
—¡Emma! ¡A bañarse! –la voz de su esposa apareció para salvar el momento. Lauren entró en la sala de estar de la gran casa que habían comprado meses después de haberse casado. Desde ahí, había sido su hogar y el lugar en el que habían creado momentos maravillosos junto a sus familiares y amigos. Hacía ya un par de años que se encontraba completamente recuperada, gracias a los constantes tratamientos, a la rehabilitación y a la fisioterapia—. ¿Qué están haciendo? –se acercó a ellos con las manos en las caderas y una mirada de reproche—. ¿Otra vez le estás contando esa historia?
—¡Es que es mi preferida! –exclamó Emma antes de que su madre la tomara entre sus brazos—. Y papá no quiere contarme qué hicieron después de que se casaron —la niña hizo un puchero.
—Eso es porque papá no se acuerda y no quiere que me enoje –le susurró a modo de broma a su hija.
Leo observaba a las dos mujeres de su vida con una expresión de diversión en el rostro y se levantó del sillón para acercarse a ellas.
—Te escuché, mi amor. Ustedes dos poniéndose en mi contra no es nada bueno...
—¡Mamá! ¡Papá tiene cara de querer hacernos cosquillas! –dijo la niña y rápidamente se escondió en el cuello de su madre.
—Oh, no cariño, tienes razón, ¡corramos! –Y se lanzaron a correr por la sala, esquivando muebles por doquier, entre carcajadas. Leo las perseguía sin que se le cayera la sonrisa del rostro.
—¡Corre, mamá! ¡Ahí viene! –gritó Emma, riendo y sosteniéndose del cuello de su madre.
Lauren giró justo en frente de uno de los grandes sillones de la casa y fue cuando Leo las atrapó y las arrojó a él para poder empezar a hacerles cosquillas por todas partes. Madre e hija estallaron en carcajadas mientras se movían para todos lados, pataleando y retorciéndose de la risa.
—¡Leo, ya no más!
—¡Papi, papi! ¡Ya basta!
El castaño, agitado por perseguirlas, se detuvo un momento para poder recobrar el aliento.
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Los amigos no mienten ©
Romance[GANADORA DE LOS WATTYS 2017 CATEGORÍA INNOVADORES] [GANADORA DEL PRIMER LUGAR DE LOS LOST WORDS AWARDS CATEGORÍA ROMANCE] De la amistad al amor, hay un solo paso. O al menos eso le pasó a Lauren Ross, una profesora sustituta de música que está perd...