Cuando Natalie salió de la casa de Leo luego de anunciar su embarazo, se sentía la peor persona del mundo. Ya no había vuelta atrás, Lauren lo dejaría, pudo verlo en sus ojos. Aquello la estaba destruyendo porque no quería seguir lastimando a las personas y no pudo evitar largarse a llorar una vez fuera, pero era eso o Derek le haría daño a su hijo y eso sí era algo que no iba a permitir.
A medida que pasaba la semana, ella se mantuvo en contacto con Leo y pudo notar como él de a poco asumía que sería padre de un hijo que nunca quiso tener. Eso a Natalie le llenó de ternura, porque incluso se ofreció a acompañarla a las ecografías y comprarle las vitaminas que necesitaba, pero ella declinó la oferta. Era demasiada amabilidad, más de la que ella podía soportar.
Esa mañana debía verse con Derek. El rubio le había solicitado que le pasara información de todo lo que sucedía con respecto a Leo y a Lauren. Natalie odiaba tener que seguir viéndolo y esperaba que eso terminara pronto, quería mudarse con urgencia a otro país incluso. La puerta sonó en el momento justo, Derek había llegado.
—¿Cómo está la madre de mi hijo? –preguntó burlonamente en cuanto ella le abrió la puerta.
—Vete al diablo –Natalie lo fulminó con la mirada.
—Hey, hey... Cuidadito, no queremos que nada le pase a nuestra pequeña semilla, ¿no? –dijo Derek enarcando una ceja. El escocés cerró la puerta detrás de él luego de pasar.
Natalie inspiró profundamente.
—Te diré lo que quieres saber así te largas –Natalie lo miró fijamente y puso sus manos en sus caderas—. Ellos están más que distanciados. Es más, si bien tengo entendido, terminaron. Nadie del grupo la habla, están enojados con ella por nuestra culpa.
—Excelente –Derek sonrió con malicia—. Todo está saliendo más que perfecto. Al final no lo arruinaste todo, Nat.
—¿Por qué no te mueres? –dijo ella mordaz, fulminándole con la mirada.
—Sh, sh... —Derek agarró su mentón—. Me gustabas más antes, Nat. No sé qué te ocurrió ahora. Las hormonas del embarazo no te están haciendo nada bien...
—Te refieres a cuando era una mierda como tú?
Derek soltó una carcajada.
—¿Quién dijo que no lo seguías siendo? –le susurró.
Tiene razón, le dijo una molesta voz en su interior. Natalie apartó la mirada y se soltó del agarre del escocés. No quería que supiera cuánto le había dolido su comentario.
—Me voy –anunció é—l. Tengo una cita con ella, es mi momento.
Natalie alzó la vista de repente. ¿Qué? ¿Por qué Lauren habría aceptado reunirse con él? ¿Las peleas con sus amigos la habrían llevado al borde? Oh, no. Si Derek le hacía algo, ella sería la responsable. ¡Ella le había estado pasando información! Natalie rogó que no se notara su pánico.
—¿Tu momento para qué?
Derek no contestó. Sólo le guiñó el ojo y salió de su casa. Mierda, mierda, mierda. Natalie no lo pensó ni dos veces. Agarró sus llaves y un abrigo, corrió a la ventana y se aseguró de que Derek se había marchado en su auto. Una vez segura, salió afuera a tratar de detener un taxi. ¡Diablos, cómo le costó conseguir uno! ¿Acaso el universo no entendía que Lauren estaba en peligro? En cuanto se subió finalmente a un taxi, le ordenó con urgencia que arrancara y siguiera derecho, ella le iría indicando en el camino.
—Señorita, ¿por qué no me dice la dirección y ya? –preguntó un cansado taxista.
—Usted sólo... ¡Ahí! ¡Siga a ese Audi, el de allá! –le señaló ella.
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Los amigos no mienten ©
Romance[GANADORA DE LOS WATTYS 2017 CATEGORÍA INNOVADORES] [GANADORA DEL PRIMER LUGAR DE LOS LOST WORDS AWARDS CATEGORÍA ROMANCE] De la amistad al amor, hay un solo paso. O al menos eso le pasó a Lauren Ross, una profesora sustituta de música que está perd...