30: Señor y señora Brewer.

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¿Sería posible? ¿Estaría pasando? Aquello que Lauren había deseado por años por fin estaba sucediendo. No solo que estaba junto a Leo como algo más que amigos, sino que este le proponía matrimonio. Leo quería estar junto a ella por el resto de su vida ¡Justamente Leo! Aquel mujeriego incurable que Lauren pensó que siempre la vería como la pequeña Lalie.

Las lágrimas comenzaron a brotar sin proponérselo. En ese momento, Lauren se dio cuenta de que últimamente estaba muy llorona. Su corazón hacia volteretas dentro de su pecho. Sin embargo, notó que Leo aún la miraba esperando una respuesta y ella soltó una carcajada antes de decir:

-¡Sí! ¡Sí, Leo, claro que quiero! -Y las sonrisas de ambos se ampliaron.

Leo se levantó y alzó a Lauren en sus brazos, sosteniéndola por la cintura mientras la castaña rodeaba su cuello con sus brazos. Leo capturó sus labios en los suyos y se deleitó con el nuevo sabor que adquirieron. Todo tenía un nuevo color, todo parecía brillar con más intensidad. Lauren correspondió al beso, dejando sus manos en las mejillas del castaño. Los enamorados detuvieron el tiempo en aquel beso, quizá porque la inmensidad de sus sentimientos los estaba absorbiendo. O también por el hecho de que quizá por sus mentes pasaba cada momento, cada segundo en el que o habían estado juntos, cada obstáculo, cada pelea, cada desafío y se daban cuenta de que todo eso sirvió para que todos llegasen a ese mismo instante, a ese beso de Sí acepto en la playa de Los Ángeles. Sirvió para que se diesen cuenta que el amor verdadero sí existe y que este siempre busca la manera de triunfar.

El castaño se separó pero no demasiado. Apoyó su frente en la de su novia y, con la respiración agitada, se quedó mirando sus ojos. Dos esferas brillantes de un color almendra, bastante similar a los propios.

-¿Qué fueron esos fuegos artificiales? -preguntó riendo la castaña mientras giraba su rostro hacia el cielo. Ya se habían acabado pero ayudaron bastante a que su beso fuese un poco más de película.

-Oh, eso. Mateo, Dylan y Billy estaban enterados de todo, así que ellos me ayudaron al respecto. Están coordinando todo en este momento -respondió Leo.

-¿Acaso tú y Billy están conectados o algo así?

Leo bufó divertido.

-Fue mi idea primero, Billy fue quien se copió y para parecer el genio de la idea, ni siquiera quiso esperar -el chico rodó los ojos.

Lauren se rio a carcajadas.

-Ya, ya, nosotros tendremos más tiempo de planear la boda, me imagino. ¿O hay algún sacerdote por algún lado? -Lauren buscó con la mirada algún movimiento extraño.

-Claro que no -explicó Leo, entre risas-. La nuestra será perfecta -Y volvió a besarla una vez más.

***

Derek McCallum apoyó la cabeza contra la pared. Su celda era una asquerosidad. El piso estaba meloso y sucio, vaya a saber uno con qué. El olor hacia que al rubio se le irritaran las fosas nasales y la cama en la que estaba era más madera que colchón. Apenas llevaba dos meses y se sentían como una eternidad, ¿qué haría cuando pasara un año? ¿O cinco? ¿Cómo lograría aguantar? Pasar de exitoso empresario a un criminal de cuarta no era algo que podía considerarse un logro.

Derek pensó en el momento exacto en el que su vida se había ido al caño y supuso que venía desde mucho antes de conocer a Lauren. Quizá él se lo había buscado, está bien pero, diablos, ¿todo por enamorarse de una chica? Tan solo quiso cuidar lo que creía que le pertenecía y así terminó. En un inmundo lugar lleno de criminales que distaban mucho de ser como él, comiendo algo que ni siquiera podía llamarse comida y sin nada mejor que hacer que arrepentirse de todas y cada una de las decisiones. No porque se sintiera mal por Lauren, sino porque se podría haber salido con la suya si hubiera pensado mejor sus planes.

Los amigos no mienten ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora