Cuatro años después
Indignante. Absolutamente indignante. ¿Cuál era su problema? ¡Nadie diría que era un Sforza, eso sin duda! Le había bastado verlo, tan solo eso para saber que había vuelto para reanudar sus atenciones no deseadas. ¡Qué horror!
–Tampoco pongas esa cara –Bianca reprimió una sonrisa divertida– ni siquiera ha dicho una palabra.
–Es que no es necesario. Solo ¡míralo! –Ciana se cruzó de brazos y resopló al notar que su gemela continuaba mirándola–. ¡Míralo a él, no a mí, Bianca!
–Bien –Bianca ladeó su rostro y sus ojos grises chispearon de reconocimiento cuando él la saludó con un gesto de la cabeza– ¿y bien?
–Sigue mirándote. Es tan... –frunció el ceño– no sé cómo lo soportas.
–Hace casi tres años que no lo veo –reflexionó Bianca y sonrió– creo que debemos saludarlo.
–¿Qué? ¡No, ni se te ocurra! –Ciana bajó la voz cuando un par de miradas se giraron hacia ella–. Podría pensar que estás interesada.
–¿Y quién dice que no? –Bianca rió cuando su hermana le lanzó una mirada de reprimenda–. Está bien, pero no me puedes culpar por fijarme. Se ve aún mejor que antes, está guapísimo.
–Es un Sforza –comentó sucintamente, como si eso lo explicara todo. Y de cierta manera, así era. Parecía que ser parte de aquella familia reportaba no solo dinero y conexiones, sino inteligencia y atractivo.
–Y nosotras unas Ferraz –le recordó con orgullo Bianca. Ciana sonrió levemente–. No está nada mal, ¿eh?
–Procuro no fijarme en tus pretendientes –murmuró Ciana, dejando lo de irritantes sobreentendido.
–Me refería a que no está nada mal ser parte de la familia Ferraz.
–Sí, lo sabía –Ciana desvió su rostro azorado ante la burla reflejada en los ojos grises de Bianca–. ¿Sabías que estaba aquí?
–No, no sabía que había vuelto –Bianca golpeteó su mejilla con el dedo índice–. Debo reprenderlo. No he tenido noticias suyas desde que se fue.
–Pensé que eso era lo que querías –Ciana puso en blanco los ojos– ¿no fue eso lo que le pediste?
–No se supone que hagan todo lo que les pido. Es aburrido.
–No te comprendo, Bianca. Eres mi hermana gemela y una de las personas más cercanas a mí, pero juro que no te comprendo.
–Eso es porque todo lo ves en blanco o negro. Eres demasiado literal.
–Ahora empiezas a sonar como...
–Como yo misma –cortó Bianca y su mirada se iluminó–. Después de todo, finalmente reconoces a tus antiguas amistades.
Ciana era consciente de que aquellas palabras no podían estar dirigidas a ella sino a alguien que se había acercado. No quería mirar, sin embargo sería demasiado descortés irse sin murmurar al menos un saludo, aunque fuera uno ininteligible, pero saludo al fin.
–¿Antiguas? No ha pasado tanto tiempo, ¿verdad? –su tono risueño acompañó al beso leve que depositó en la mejilla de Bianca–. Te ves aún más bella que antes.
–Los halagos no van conmigo, Kevin –Bianca arqueó una ceja.
–No era un halago. Es la proclamación de una simple verdad, ni más ni menos.
–Kevin Sforza, te has vuelto todo un... –Bianca bajó el tono para susurrarle cerca de su oído. Él soltó una profunda carcajada.
–Eres increíble, Bianca –exclamó con franqueza– ¿y quién te acompaña? Tiene una bonita espalda.
Ciana se puso tensa de inmediato. Giró lentamente, como si fuera a enfrentarse a un enemigo acérrimo y esbozó algo parecido a una sonrisa.
–Ciana.
–Kevin.
Pronunciaron sus nombres en tonos completamente diferentes. Él con diversión, burla y un toque de admiración. Ella, bastante carente de emoción, y con solo una pizca de hastío.
–Así que recuerdas a mi hermana –Bianca intervino para aminorar la tensión del ambiente–. ¿Cuándo llegaste a Italia?
–Hace una semana –Kevin desvió sus ojos azules hacia Bianca y sonrió– no podía perderme esta tarde de té.
–Nos encanta tenerte aquí, Kevin –Bianca habló en plural, aunque era evidente que el sentimiento no era compartido–. Supongo que extrañabas a tu familia.
Kevin soltó una carcajada y entrecerró sus ojos azules, como si pretendiera saber si estaba bromeando o lo decía en serio.
–Podría decirse... –habló con tono educado–. ¿Has visitado los jardines? ¿Te importaría mostrarme el camino para salir a ellos?
–¿No los conoces? –inquirió sorprendida. Él era hermano de Cayden, el dueño de casa, por lo que había asumido que los conocía–. Debes ir.
–Eso me han dicho. ¿Y bien? ¿Por dónde debo ir?
–¿Debes ir? ¡De ninguna manera irás solo! –Bianca protestó–. Yo te acompañaré –dejó su taza en una bandeja– he terminado mi té.
–Yo también –Kevin le ofreció el brazo con una sonrisa– ¿vamos?
–¿No te importa, verdad Ciana? –Bianca observó la mueca que su hermana puso, efímeramente, antes de asentir con la expresión en blanco–. Te veo en unos minutos.
–Sí, que lo disfruten –Ciana miró a Bianca marcharse con Kevin y suspiró poniendo en blanco los ojos. Hacían una pareja hermosa, lucían jóvenes, despreocupados y felices. Pero esa no era toda la realidad. Le preocupaba Bianca y, aunque no pareciera así, le preocupaba Kevin.
Su hermana tenía una capacidad para atraer la atención del sexo opuesto a raudales y Kevin Sforza no había sido la excepción. Desde que lo conocieran, la había perseguido como si fuera un cachorro necesitado de atención. Para Ciana, esto no era ninguna novedad. Lo contrario la habría sorprendido, pero había algo que la molestaba con respecto a Kevin.
A pesar de todo, de su fastidio hacia él, había un algo que no lograba precisar y la impulsaba a ser sincera, a decirle que él no era el hombre para Bianca. Ella lo sabía, Bianca se lo había dicho.
No necesitaba a alguien que la estuviera persiguiendo incansablemente. Tenía a demasiados hombres así y aspiraba algo diferente. Algo opuesto de seguro la enamoraría. Un reto, quizás.
ESTÁS LEYENDO
Imagina que te amo (Sforza #5)
RomanceTodo empezó por un beso a la persona equivocada... Si Kevin Sforza hubiera conocido las repercusiones que tendría un impulso seguido durante una fiesta, jamás lo habría hecho. ¿O sí? Después de años de aquella noche, él no está dispuesto a rendirse...