Italia, 25 de diciembre
Kevin brindó una radiante sonrisa a su novia mientras abría el regalo proveniente de la recién concebida tradición de la familia Sforza. Arqueó una ceja y, a continuación, soltó una carcajada mientras sacaba el ábaco de su envoltura. ¡Cielos!
–¿Eso es...? –musitó Ci a su lado. Él asintió.
–Sí. Es un ábaco –confirmó entre risas.
–¡No recuerdo haber visto uno en mucho tiempo! –Ciana rió y se acercó más a él–. Es genial.
–Sí que lo es –Kevin confirmó–. Y muy brillante de tu parte, Christa.
Su hermana sonrió y clavó sus ojos azules en él, emocionada por su reacción. Lo abrazó.
–Me alegro que te gustara, Kevin –Christabel se encogió de hombros–. Después de todo, ¿qué otra cosa podía darle a un aficionado a los números? Representativo de ti, sin duda. En cuanto lo vi, pensé en ti.
–Creo que de eso se trataba, ¿no? –inquirió Kevin, mirando alternativamente a Christabel y a Stella, quienes habían propiciado la idea de intercambiar regalos entre los hermanos.
–En efecto –Stella contestó y abrazó a Kevin–. Feliz Navidad, Kevin. Feliz Navidad, Ciana –abrazó a su prima con una sonrisa feliz–. Me alegra tanto verlos juntos, se ven tan lindos.
–Sí, son una pareja grandiosa –acotó Christabel.
Kevin estrechó entre sus brazos a Ciana y le susurró en el oído cuánto la amaba y lo agradecido que estaba de tenerla a su lado. Ella se limitó a sonreír levemente, sonrojada.
De pronto, recordó un pensamiento que había tenido cuando Ciana se había acercado a ofrecer su ayuda para conquistar a la mujer de su vida. ¿Quién diría que, en verdad, Ciana era todo lo que necesitaba para tener a la mujer que amaba y ser feliz? Era Ci, siempre Ci. Y, claro, siendo un hombre que ya lo tenía todo, no podía desear más. Solo a Ciana, para el resto de su vida. Por siempre.
Ahí, en ese instante, rodeado por sus hermanos y junto a la mujer que amaba, supo que era perfecto. Único. Todo lo que había imaginado. Y más.
***
Ciana notó que Kevin ya no estaba a su lado. Hacía varios minutos que había desaparecido escaleras arriba. Probablemente tomándose un descanso de su encantadora personalidad sociable. ¿Llegaría el momento en que él comprendería que no tenía que ser un perfecto anfitrión todo el tiempo?
Suspiró y se adentró en la Mansión Sforza, observando impresionada el cambio que se percibía con el ruido y las risas que provenían de los hermanos Sforza y sus familias. Era probable que nunca antes fuera así. Muchas veces, en verdad, se necesitaban cambios radicales.
La primera habitación había sido acondicionada para los más pequeños de la familia. En ese momento, estaba ocupada por Kieran y Camden, los gemelos de tres meses de Cayden y Stella. Eran unos bebés preciosos, que dormían profundamente, observados por Kevin. Él estaba parado a pocos pasos de la cuna, silencioso y ensimismado.
–Ci.
Ella se sobresaltó por su profunda y baja voz, llamándola. No había pensado que él hubiera notado su presencia.
–¿Cómo has sabido que estaba aquí?
–Te escuché. Además, tienes un perfume muy particular. Es mi aroma favorito ahora –explicó ladeando una media sonrisa. Ciana sonrió en respuesta, halagada.
–¿Sí? ¿Más que el aroma de un muffin de chocolate?
–Hmm, no sé por qué tendría que elegir. Tú y los muffins de chocolate van de la mano, ¿recuerdas?
–Kev... –murmuró poniendo en blanco los ojos. Él emitió una risita por lo bajo–. ¿Qué haces aquí?
–Mirándolos dormir.
–¿Por qué?
–Silencio. Aquí hay silencio. Y paz.
–Ah. Lo imaginé.
–Sí. ¿Me extrañabas?
–Siempre, Kev.
Él se giró, la acercó a su cuerpo y la estrechó en un largo abrazo.
–¿Ci?
–¿Sí, Kev?
–Deberíamos tener uno de esos –musitó en su oído y señaló con la barbilla hacia sus sobrinos–. ¿Qué opinas?
–¿Uno...? ¿Un hijo, quieres decir?
–Sí. ¿Estarías dispuesta a tener un hijo conmigo?
–Oh, Kevin –Ciana abrió la boca y trató de hablar, pero sentía un nudo en la garganta. Asintió.
–¿Sí?
–Claro que sí.
–Excelente. ¿Deberíamos empezar?
–¡Kevin! –regañó entre risas. Los bebés se inquietaron–. Creo que deberíamos salir.
–Seguro. No sería una buena idea intentar tener un bebé aquí –bromeó.
–Eres imposible, Kevin Sforza.
–Y tú eres adorable, Ciana Sforza.
–Ferraz –corrigió.
–No por mucho tiempo, Ci.
–¿Qué quieres decir?
–¿Acaso mi petición no te dio una idea, Ci? –Kevin bufó incrédulo–. Quiero que te cases conmigo, por supuesto.
–¿Por supuesto? ¡Nunca me lo pediste!
–Pensé que estaba implícito, Ci. ¿Cómo serías la madre de mis hijos si no eres antes mi esposa?
–Es perfectamente posible, ¿sabes?
–No para mí. Tú debes ser la señora de Kevin Sforza. Mi Ciana Sforza.
–¿Para qué no quede duda que soy tuya?
–Sí.
–¿Y tú? ¿Cómo haré que no quede duda que eres mío?
–Yo soy tuyo, Ci. Siempre.
–¿Sí?
–Sí, Ci, sí –musitó cerca de sus labios–. ¿Qué te parece conocer mi antigua habitación en la Mansión?
–Eso suena como una magnífica idea, Kev –respondió Ciana y no pudo contener un gritito de sorpresa cuando él la tomó entre sus brazos y la cargó. Luego rió, una risa de pura felicidad. Como siempre que estaba junto a Kevin. Una risa de total e incondicional amor.
Fin
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Imagina que te amo (Sforza #5)
RomanceTodo empezó por un beso a la persona equivocada... Si Kevin Sforza hubiera conocido las repercusiones que tendría un impulso seguido durante una fiesta, jamás lo habría hecho. ¿O sí? Después de años de aquella noche, él no está dispuesto a rendirse...