Capítulo 30

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Kevin abrió los ojos lentamente, sintiendo como su agotado cuerpo agradecía el descanso que hacía tanto tiempo no había tenido. ¡Qué bien había dormido! Un delicioso descanso auspiciado por un dulce olvido provisto por su maravillosa Ci, quien se encontraba dormida en sus brazos. Tomó aire profundamente y cerró los ojos, dejando que sus pulmones se llenaran del dulce aroma de ella. Era una esencia floral, con solo un toque cítrico.

Para su sorpresa, sintió como una pequeña sonrisa tiraba de la comisura de sus labios. En verdad, solo Ci podría lograr que él volviera a sonreír, a reír, a sentirse bien... como él mismo.

Ciana se desperezó y espió con un ojo a su alrededor. Extraño, no reconocía donde estaba y ¿cómo había llegado a quedarse dormida en un lugar que no era su cama? Intentó recordar pero el sueño aún la llamaba poderosamente. Intentó encogerse de hombros y se topó con algo... o, en realidad, alguien. Al tratar de incorporarse, por la sorpresa, chocó su cabeza contra el rostro de ese alguien que soltó un sonoro ¡uf!

–¿Kev? –preguntó temerosa, en un hilo de voz.

–Por supuesto, Ci. ¿A quién esperabas? –soltó divertido, frotándose la mejilla dolorida–. Estás en mi cama, ¿recuerdas?

–Oh... ¡oh, cierto! –Ciana giró, esta vez con cuidado y completamente despierta–. Lo siento –musitó, palpando suavemente el hematoma que empezaba a formarse en el rostro de Kevin– me sentí desorientada.

–No hay problema, Ci. Pero trata de no golpearme más, ¿de acuerdo?

–¡He dicho que no fue intencional y me he disculpado! –protestó indignada. Él esbozó una leve sonrisa.

–Oh mi Ci, eres adorable –la besó en la punta de la nariz–. ¿Tienes idea de cuánto te amo?

–Yo también te amo –contestó entrelazando sus brazos en el cuello de él–. ¿Vas a besarme como es debido, Kevin?

–¿Estás segura?

–¿Por qué no lo estaría?

–Porque tenemos veinte minutos para llegar a una cena en una casa que queda atravesando la ciudad.

–¡Rayos, lo había olvidado! –Ciana se incorporó de golpe, buscando sus zapatos alrededor–. Debemos prepararnos, Kevin.

–¿No podríamos quedarnos? Demonios, no debí haber dicho nada.

–Vamos a ir, Kev –aseguró Ciana con una sonrisa traviesa–. Si lo haces voluntariamente y les das una oportunidad a tus hermanos, quizá regrese contigo más tarde.

–¿Qué? ¿Es eso un chantaje o una promesa? –entrecerró sus ojos con sospecha. Ella se encogió de hombros–. ¡Ciana, contesta!

–Tendrás que venir conmigo para averiguarlo, Kev. ¿Dispuesto?

–Ansioso –respondió entre dientes con un resoplido irritado.


***

A pesar de que habían llegado tarde a la cena, Kevin se sentía agradecido de que Ciana lo hubiera convencido de acudir. Había pensado que sería difícil estar con sus hermanos porque los últimos años antes de la ausencia de sus padres, él había estado en la Mansión Sforza, siendo el único que había permanecido ahí tras culminar sus estudios en el exterior. Al terminar y regresar a Italia, tanto Giovanna como Cayden habían buscado sus departamentos propios. Por su parte, Dante se había casado y Elisa se había ausentado por años, sin importar que ya no estuviera estudiando. En cuanto a Christabel, ella había empezado a viajar en representación de la Corporación, así que era difícil encontrarla en el país. Siendo así, él solo se había quedado en casa. No sabía por qué, ya que la Mansión nunca se sintió como un hogar verdadero. Pero permaneció ahí, hasta que abandonó Italia para iniciar sus estudios de maestría. Al regresar, en ausencia de sus padres, no se sintió correcto regresar a casa y buscó un lugar propio. Quizá por eso él se había aferrado a Isabelle tanto, habían sido unos meses difíciles. Tan duros. Y Ciana lo había sostenido. Lo había mantenido cuerdo y la familia Ferraz fue una gran distracción.

Sin embargo, ahora lo entendía, no se podía huir del dolor. Había que afrontarlo y tratar de superarlo. Él no era el único que sufría y en ese instante, rodeado por sus hermanos, sabía que no podía cambiar a su familia, reemplazarla por la de Ciana. Simplemente porque no quería hacerlo. Él era un Sforza. Cada uno de sus hermanos lo eran. Y debían permanecer unidos, más allá del sufrimiento y las dificultades, eran una familia. Sorprendente, pero eran una familia de verdad.

La atmósfera alrededor era silenciosa pero no asfixiante. Suspiró.

–¿Kev? ¿Estás bien? –susurró Ciana y tomó su mano. Él le dio un apretón suave–. Si quieres marcharte, nos excusaré con tu hermano...

–No, estoy bien. ¿Tú quieres irte? –inquirió Kevin.

–Yo quiero estar contigo –se encogió de hombros–. Aquí o en cualquier lugar, siempre que estés a mi lado.

–Ci... –Kevin apoyó la cabeza en su hombro–. Diez minutos.

–¿Diez minutos?

–Sí. Nos iremos en diez minutos.

–Pensé que estabas bien.

–Sí, pero quiero estar contigo. En otro lugar. A solas.

–Oh.

–Sí.

–Bien.

–¿Sí?

–Sí.

Ciana tomó aire y ladeó el rostro, apoyando su mejilla en el cabello de Kevin.

–¿Kev?

–¿Sí?

–No puedo imaginar no amarte. No tienes idea lo que significó en mi vida el haberte conocido y haberme convertido en tu amiga. En tu Ci.

Kevin retiró su cabeza despacio y elevó sus ojos, clavándolos en ella.

–¿Ci?

–¿Dime, Kev?

–Dame tu mano.

–¿Qué? ¿Por qué? –preguntó adorablemente confusa, mientras él se levantaba y estiraba su mano.

–Porque nos vamos. Ahora –explicó con una leve media sonrisa. Ciana alcanzó su mano sin dudar. Ni por un segundo.

Imagina que te amo (Sforza #5)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora