Kevin cruzó los brazos haciendo lo imposible por no parecer un niño enfurruñado, pero a juzgar por la cara de Ciana, no lo estaba logrando en absoluto. Soltó por lo bajo un bufido de exasperación.
–Oh, Kev –musitó tomando su mano entre las suyas. En cualquier otro contexto, eso lo habría emocionado. No ahora. No cuando una mirada de lástima iluminaba sus ojos azules.
–Basta, Ciana –gruñó apartándose de su agarre. Ella suspiró, con un rayo de compasión reflejándose en su cara de nuevo.
–Pero...
–No, no más –estaba sorprendido de lo cansado e irritado que sonaba–. Por favor, Ciana, deja de hacerlo.
–¿Dejar de hacerlo? ¿A qué te refieres? –en verdad lucía confundida. Él se esforzó en no poner en blanco los ojos, sabiendo que no podía dirigirle su frustración.
–¡A esto! –exclamó entre dientes. No, no podía permitirse perder el control. Si lo hacía, nunca podría volver a tener una conversación normal con Ciana. Jamás.
–Kev, déjame ayudarte –dijo en un hilo de voz.
–Ciana, no me tengas lástima –había sonado a una orden. Quizá lo era. Él no quería su lástima. Ni siquiera estaba seguro de querer su compasión. Solo su amor. ¿Por qué no podía simplemente amarlo?
–¿Cómo? –Ciana parpadeó varias veces. Sí, positivamente confundida.
–Lo veo, Ci. Lo estoy viendo ahora mismo. Tras toda esa adorable confusión, me tienes lástima. Piensas que en cualquier momento me voy a caer a pedazos frente a ti, si dices o haces algo... mal. No es así. No voy a derrumbarme. No estoy dispuesto a dejar que me derrote. Y me mata saber que tú crees que lo que esperaba de ti al contarte era esto. No. Ni tan siquiera la sorpresiva confesión que deslizaste para consolarme. ¿Cuánto más pensaste que podía relegarla? Sé que lo mejor es dejarla pasar porque cuando me ames, y sé que lo harás, quiero que sea por mí. No por una circunstancia o por compasión, sino solo por mí. Porque lo viste. Lo que yo veo cada instante que estoy a tu lado. Eres la única –tomó aire profundamente–. Para mí, tú eres la única.
Ciana volvió a parpadear furiosamente. Sus ojos se llenaron de lágrimas y Kevin se forzó a no apartar la mirada. No, no quería que llorara, sin embargo no podía ocultar sus sentimientos. No por más tiempo. No ahora, no quería hacerlo. La amaba. La necesitaba.
Extendió su mano, la pasó con suavidad por la mejilla de Ciana, sintiendo la textura de su piel y atrapando un par de lágrimas con las yemas de sus dedos.
–Ci, yo...
–¡No, Kevin! –Ciana exclamó con firmeza. Parecía haberse recuperado de la sorpresa, porque se alejó de su contacto y limpió sus mejillas por su cuenta–. ¡No se suponía que debía pasar! ¡No! –insistió.
–Pero pasó –interrumpió Kevin. Su voz sonaba sorprendentemente calmada–. Reconócelo.
Sí, probablemente era un egoísta por tratar de forzarla a que admitiera una vez más sus sentimientos y era un idiota por no tomar en cuenta el daño que le causaba, pero no podía detenerse.
–Lo hago –murmuró.
–¿Entonces...? –volvió a presionar.
–Nada.
–¿Nada? –¡¿Nada?! ¿Qué demonios quería decir con nada?
–Es que tú no lo entiendes.
–¿Sí? ¿No lo entiendo? –Kevin sabía que la rabia estaba surgiendo. Empezaba a perder el control–. Entonces, ilumíname con tu sabiduría, oh, Ciana.
–No tienes que comportarte como un idiota, Kevin –protestó, apretando sus labios en una fina línea. Al menos ya no lo estaba mirando con lástima, sino con un indicio de fastidio. Era algo.
–Eso es lo que soy. ¿Acaso ya lo has olvidado? –confrontó con despreocupación. Eso terminó por irritarla.
–¡No seas absurdo! –gritó, sus ojos llenos de ira.
–Ciana...
–No –gruñó. ¡Le había gruñido! Estaban llegando a un lugar.
–Pero... –momento de hablar. Solo que Ci no parecía dispuesta a escuchar. Elevó la mano y lo interrumpió, con las palabras que menos esperaba, o quería, escuchar.
–Siempre fue él –declaró con convicción–. Siempre. Toda mi vida –negó con una sonrisa triste–. ¿No lo ves? Yo soñé con alguien como él desde niña. Lo supe en el momento que lo vi, que hablamos, que... ¡Después del primer beso no me quedó duda alguna!
Kevin se puso tenso y apretó la mano en un puño. Sentía como si le hubieran dado un golpe en el estómago y eso lo hubiera dejado sin aliento. No había nada como escuchar a la mujer que amaba declarar su amor por otro hombre. ¡Sí que la había enfadado y se lo tenía bien merecido!
–Ciana, si tan solo... –suplicó. Mas ella no lo dejó continuar.
–Escucha Kevin, no es solo... –suspiró– es todo. Yo lo amo, nunca he dejado de amarlo.
–¿Y qué sientes por mí?
–Kevin, no.
–¿Qué es, Ciana? ¿Si solo lo amas a él, qué hacemos aquí?
–No lo sé –lucía genuinamente desesperada. Sin embargo, era él quien ahora no se iba a detener. No hasta saberlo todo.
–¿Qué, Ciana? –insistió con fuerza.
–¡No lo sé! –chilló desesperada.
Un silencio se extendió entre ellos. Kevin entrecerró los ojos, sabiendo que no podría estar tranquilo hasta preguntar lo que le estaba carcomiendo la mente.
–¿Estás jugando conmigo?
–¡Por supuesto que no!
–No te entiendo.
–No tienes por qué.
–Mira, Ciana –la tomó de los brazos con rudeza, al límite de su paciencia– no me importa lo que sientas por él, ni que sea el hombre de tus sueños y tengan un amor de cuento de hadas. ¿Por qué tengo que escuchar esto?
–Kev...
–¡¿Por qué?! –repitió furioso.
–Porque... –Ciana clavó sus ojos azules brillantes. Parecía a punto de llorar nuevamente– porque estoy enamorada de ti, Kevin.
–¡¿Qué?! ¿Qué has dicho?
–Sí, amo a Darío. No conozco otra manera de amar y sin embargo... –una lágrima recorrió su mejilla– aun cuando sé que lo amo a él, estoy total y locamente enamorada de ti.
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Imagina que te amo (Sforza #5)
RomanceTodo empezó por un beso a la persona equivocada... Si Kevin Sforza hubiera conocido las repercusiones que tendría un impulso seguido durante una fiesta, jamás lo habría hecho. ¿O sí? Después de años de aquella noche, él no está dispuesto a rendirse...