Capítulo 10

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Kevin sonrió aliviado ante la naturalidad con la que había logrado introducir el tema de la historia del Imperio Romano en la conversación. Y Ciana había tenido razón respecto a Bianca. Ella continuaba hablando sin cesar sobre las maravillas de Roma. A eso era lo que él llamaba una noche exitosa.

Te debo una, Ci –pensó, al tiempo que bebía un sorbo de su copa. Sí, sin duda estaba empezando a progresar con Bianca.

–¿Puedes imaginarlo? –terminó Bianca, con los ojos llenos de emoción. Kevin sonrió y empezó a comentar lo que ella acababa de explicar. Prácticamente una clase magistral sobre los triunviratos en Roma. En momentos así, agradecía su memoria privilegiada.

Una hora más tarde, Kevin se despidió de Bianca, dejándola en compañía de un grupo de personas que la conocían. En verdad, Bianca era tan sociable que parecía conocer a todo el mundo. Y, si bien él tenía energía inagotable, eso no se extendía a su paciencia.

–Buenas noches, Bianca.

Ella giró y lo miró con extrañeza. Al parecer, no había escuchado su despedida anterior.

–¿Te vas? –preguntó con un toque de ¿decepción?

–Sí, creo que estás en buena compañía y no extrañarás la mía.

–¿Celoso, Kevin? –bromeó con una musical risa.

–En absoluto, cariño –soltó ese apelativo con una sonrisa divertida, burlona–. Adiós, Bianca.

–Adiós –murmuró y, por un instante, clavó sus ojos grises con fuerza en él. Pero fue tan breve que creyó que quizá solo lo había imaginado, ya que Bianca giró y empezó a charlar sin reparar más en su presencia.


***

–¿Resultó? –Ciana preguntó ansiosa en cuanto Kevin se sentó frente a ella. Esta vez, sí habían podido acudir a la cafetería con los mejores muffins de chocolate y ella se había adelantado ordenando dos.

–Te adoro, Ci –murmuró Kevin tomando un muffin y dándole un gran mordisco–. Esto es el cielo.

–¿Eso es el cielo? ¿Qué clase de hombre eres? –rió Ciana divertida. Kevin le brindó una sonrisa sugerente.

–Pues en mi cielo tiene que existir chocolate en abundancia. ¿Qué clase de paraíso sería si no tienen lo que más disfrutas?

–¿Tanto te encanta el chocolate?

–Me apasiona. Tanto como los números –bromeó con un guiño.

–¿Eso es todo? –Ciana arqueó una ceja–. ¿Riqueza? ¿Mujeres?

–Oh sí, las mujeres, por supuesto.

–Por supuesto –corroboró Ciana en tono displicente. Kevin rió divertido–. ¿Qué es tan gracioso?

–Tú sugeriste a las mujeres, Ci. No yo.

–Espero que seas hombre de una sola mujer o esto es una pérdida de tiempo, Kevin.

–Sí, lo soy –dijo con convicción y un brillo malicioso asomó a sus ojos azules. Ciana suspiró.

–Ay, Kev. Eres demasiado encantador. Eso es un problema.

Kevin no protestó ni pareció estar prestando atención. Ciana carraspeó y él la miró.

–¿Sucede algo? –cuestionó Ciana.

–Has usado un diminutivo de mi nombre.

–Sí, tú te pasas usando uno del mío, ¿no?

–Claro. No puedo evitarlo.

–Pues así verás que se siente.

–A mí me gusta. Puedes seguir usándolo todo el tiempo que quieras.

Apoyó sus codos en la mesa, como si fuera un niño mirando fascinado un escaparate de juguetes. Ciana rió, incómoda, antes de darle un golpecito en el hombro.

–Basta, Kevin.

–Tú sí que eres un encanto, Ci –Kevin sonrió–. Y en cuanto a Bianca, has vuelto a acertar totalmente.

–¿Lo hice? –Ciana preguntó automáticamente. Luego soltó una risita nerviosa–. Claro que lo hice, ¿qué estoy diciendo? Qué idiota.

–Me dio una lección completa sobre los triunviratos en Roma. Creo que mi conocimiento sobre esa parte de la historia romana ha mejorado muchísimo.

–Qué divertido –murmuró burlona. Kevin entrecerró los ojos.

–A ti tampoco te gusta.

–No –admitió con una sonrisa, definitivamente guasona.

–¿Y piensas que a mí sí? ¿Por qué me hiciste eso, Ci?

–¿Por qué no? A Bianca le gusta. Y tú mismo acabas de admitir que fue maravilloso.

–Jamás usaría la palabra maravilloso para un período de la historia romana –gruñó Kevin moviendo la cabeza en gesto negativo.

–Oh, Kev –Ciana estrechó su mano por sobre la mesa en un gesto cómplice–, comprendo perfectamente a qué te refieres.

–Ojalá tu hermana lo entendiera –suspiró desanimado–. ¿Alguna oportunidad de que la próxima vez pueda hablarle de algo que me interese a mí?

–Hum... ¿cómo qué?

–Finanzas.

–No.

–Números.

–No.

–Estados financieros.

–¡Kevin! –Ciana reprimió una risita–. Nada de eso le interesa a Bia.

–¿Y a ti?

–Claro que sí. Pero es diferente. Es parte de mi profesión.

–Pero te gusta.

–Sí. Lo encuentro muy interesante.

–¿Ves? ¡Esa es mi chica! –exclamó risueño.

Ciana entrecerró los ojos un instante, notó que él solo bromeaba, y se permitió una sonrisa indulgente.

–Vamos, Kevin. Hora de ponernos serios.

–Sí, Ci, sí –contestó y Ciana chasqueó la lengua. Esa era la respuesta que ya empezaba a acostumbrarse a obtener de Kevin cuando iban a hablar de Bianca. Y no podía determinar si eran tres afirmaciones o si una de esas sílabas se correspondía con el ridículo diminutivo que él le había dado.

Imagina que te amo (Sforza #5)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora