Capítulo 20

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Kevin había intentado por todos los medios poner sus emociones bajo control, especialmente antes de cada encuentro con Ciana, pero no lo había logrado. Sus fracasos habían sido más estrepitosos con el pasar del tiempo y es que Ci no se lo estaba poniendo fácil.

Todo había empezado por un comentario inocente sobre el evento en que habían coincidido por primera vez con el novio de Ciana. Luego ella empezó a relatarle como se habían conocido y dejaba caer comentarios aquí y allá sobre su próxima boda. Él se creía un hombre razonable pero no había podido soportarlo. Había tenido que callarla. Y no de una manera educada y bromista. Ciana había clavado sus ojos en él, estupefacta por su reacción.

Aunque debía comprenderlo. ¿Por qué rayos él querría escuchar del número de invitados de cualquier boda? ¡Mucho menos si la novia era Ciana y él no era el novio! Demonios, no. Era una absoluta pesadilla.

Y eso debió ser una señal para Ciana. Sin embargo, no exactamente. Si bien no había mencionado nada más sobre su boda, no podían ignorar el hecho de que ahora Zeffirelli estaba en Italia y reclamaba la atención de ella. Con frecuencia. Demasiada.

Después de un par de citas canceladas, Kevin empezó a enfadarse. Comprendía la situación de Ciana, sin embargo era bastante consciente de que su prometido estaba haciendo lo imposible por separarla de su lado. Lo había notado en el mismo momento en que le lanzó aquel silencioso y desdeñoso desafío con una gélida mirada en su dirección. ¡Hasta Ci había admitido, a regañadientes, que Darío no la quería cerca de él!

Maldito Zeffirelli. Maldito también su corazón que se había inclinado por Ciana cuando no se suponía que tenía que ser así. Malditos todos.

–¿Kevin? –Elisa tomó asiento frente a él, mirándolo detenidamente–. ¿Estás bien?

–Hola, Elisa. Sí, ¿por qué? –preguntó bruscamente.

–¿Por qué? Tú no pareces el mismo –entrecerró sus ojos–. Cayden mencionó que lucías diferente en estos días. ¿Qué pasa?

–¿Cayden lo mencionó? ¿Nuestro hermano Cayden? –inquirió haciendo énfasis en cada palabra.

–Sí, lo sé. Es sorprendente para mí también –se encogió de hombros.

–Lo es. ¿Necesitas algo, hermanita? –Kevin esbozó una tensa sonrisa mientras echaba un vistazo alrededor de su oficina. Más valía que no se hubiera olvidado nada, porque eso sí que sería una humillante primera vez para su privilegiada memoria.

–No. Solo quería verte –le brindó una cálida sonrisa–. Siempre me haces sonreír, Kev.

–No me llames así –murmuró frotándose las sienes. Ahora todo le recordaba a Ciana.

–¿Kev? Creo que Christabel te decía así, ¿cierto?

–A ella le encanta darme sobrenombres. Seguro porque soy su hermano favorito –gruñó, pero una sonrisa pequeña empezó a formarse en sus labios–. Sé lo que es –interrumpió a Elisa– porque soy el menor.

–Sí, pero solo en edad –Elisa le acarició la mano con suavidad–. Eres el más alto de los Sforza, ¿no?

–Afortunadamente. Por lo menos en algo he superado a mis hermanos.

–Nos has superado en muchas cosas a todos. Especialmente en entender a Vincenzo Sforza, cosa que ninguno de nosotros logró nunca. Ni siquiera Giovanna.

–Debo parecerme a él más de lo que imaginé –dijo con cuidado tono desinteresado. Elisa negó.

–No es eso. Es tu forma de ser. Sorprendentemente, al no tomar demasiado en serio a Vincenzo, pero siendo lo suficientemente inteligente como para no demostrárselo, llegaste a ganártelo.

–Nunca lo pretendí.

–Precisamente. Ni siquiera buscabas su aprobación. Eres increíble, Kevin. ¿Lo sabes?

–¿Tú quieres su aprobación?

–No. Pero todos nosotros, en algún momento, la quisimos. Quizá no conscientemente, sin embargo...

–¿Estás bien, Elisa?

Ella le echó una mirada angustiada con sus ojos verdes oscuros. Kevin se incorporó, de pronto alarmado.

–¿Qué es? –musitó.

–Vincenzo –Elisa reprimió un escalofrío–. Vincenzo ha vuelto a Italia.

Kevin clavó sus ojos azules en Elisa, sorprendido por la inesperada noticia. Claro, eventualmente Vincenzo e Isabelle debían volver a Italia, pero, ¿cerca de Navidad? ¿Después de años de ausencia injustificada? ¿Qué podía significar?

–Temes lo que signifique –murmuró Kevin. Elisa suspiró.

–Hay algo inquietante en este repentino regreso, ¿sabes?

–Quizás extrañaban Italia. Padre de seguro quiere saber el estado de la Corporación Sforza.

–Kevin, han estado una semana en Italia. ¿Acaso has visto a Vincenzo aquí, en las oficinas?

–¿Una semana? ¿De verdad? ¡No lo sabía!

–Ni tú ni nadie. Fue Christabel quien se enteró. Creo que visitaba la Mansión Sforza y se encontró con él.

–Qué extraño –Kevin frunció el ceño–. ¿Crees que Christabel los invitará a la cena navideña que prepara con Stella para los Sforza?

–Mucho me temo que sí –Elisa tensó la mandíbula–. No quiero pasar Navidad con Vincenzo.

–No creo que él esté particularmente interesado en pasarla con nosotros, tampoco –soltó burlón–. ¿Asistirá si lo invitan?

–Cayden quiere hablar con todos nosotros –exclamó Elisa de pronto– nos ha convocado a la sala de juntas.

–¿A todos los Sforza?

–Sí. Quizás él tenga más información.

En la reunión, Kevin escuchó algo similar a lo que Elisa había comentado. Vincenzo e Isabelle estaban de vuelta en Italia y planeaban quedarse en la ciudad. Habían sido convidados a la cena familiar pero la invitación fue declinada. En cambio, habían enviado una petición a todos los hermanos Sforza para que acudieran a la Mansión después de año nuevo. Junto con sus parejas.

–¿Parejas? ¿De verdad? –inquirió Dante desconcertado–. ¿Vincenzo quiere que acudamos con nuestras esposas?

–Sí, fue muy claro al respecto –aseguró Christabel.

–Sospecho que esta inusual petición proviene de nuestra madre, en realidad –aclaró Kevin y todos lo miraron–. Vincenzo siempre manifiesta los deseos de ella.

–Nuestro hermanito tiene razón –concordó Cayden–. Sea lo que sea que quieran decir, necesitamos a alguien a nuestro lado.

–Esto es tan extraño –Giovanna cruzó los brazos–. ¿Por qué el misterio? ¿Por qué no lo dicen de una vez?

–Creo que esa es la pregunta que nos hacemos todos, ¿no? –dijo Elisa.

El silencio que siguió a la última declaración fue elocuente. Los hermanos Sforza se sentían inquietos y ansiosos, pero no importaba lo que quisieran, pretender predecir la conducta de Vincenzo Sforza sería imposible para cualquiera. Incluso para el mismo Kevin, que no tenía la más remota idea de a qué se podía deber el misterio.

Imagina que te amo (Sforza #5)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora