Capítulo 26

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No. Ciana NO pudo haber dicho eso.

Kevin creyó que casi podría echarse a reír. Casi.

Tan absurdo. Tan absolutamente inadecuado y sorprendente. Si él hubiera estado en el caso de Zeffirelli, habría gritado. O maldecido. O reído. De verdad, ¿quién lo sabría?

Pero había algo claro. No se habría quedado mirando sin expresión a su prometida que le acababa de presentar al hombre que la perseguía y gritaba fuera de su habitación. Oh no. Sin duda, no.

¿Recuerdas a Kevin Sforza, cierto?

Las palabras continuaban ahí, suspendidas en medio del lugar, con cuatro personas que no sabían qué decir y Ciana que había cerrado la boca firmemente, como si apenas notara lo que había dicho.

Un carraspeo insistente se abrió paso entre el pesado silencio. Los ojos azules de Marcos Ferraz se posaron en su hija y a continuación siguieron hasta Kevin.

–No creo haber tenido el gusto, señor Sforza. Soy Marcos Ferraz y esta es, naturalmente, mi casa.

–Señor Ferraz, soy Kevin Sforza –contestó con la voz más normal posible y extendió la mano. Marcos se la estrechó–. Me gustaría disculparme si...

–Señor Sforza.

–Kevin –pidió.

–Kevin –acotó Marcos clavando sus ojos en él–. Siempre he querido tener negocios con la Corporación Sforza. ¿Me acompañaría a mi despacho para discutir al respecto?

–Yo... ¿sí? –Kevin pronunció desconcertado. Y, torpemente, notó que su invitación tenía poco que ver con negocios–. Es decir, sí, por supuesto.

Tampoco era como si pudiera pasar por sobre el padre de Ci y su prometido para hablar con ella. No era el momento y debía resignarse, reconociéndolo. Debía esperar. Tenía que hacerlo.

Marcos se disculpó con Darío Zeffirelli y pidió a Kevin que lo siguiera. Así lo hizo, echando solo una breve mirada anhelante a Ciana.


***

Ciana se quedó paralizada por un minuto que sintió eterno. Quería decir algo, o hacer algo, o sencillamente no haber dicho nada en primer lugar. ¿Realmente las palabras que recordaban habían salido de sus labios? ¡Oh, cielos! Menos mal que su padre se había llevado a Kevin.

–Ciana –la voz de Darío no reflejaba nada inusual. Su postura era la misma de siempre, rígida y desinteresada–. ¿Podemos hablar?

–Eh... sí, claro, Darío.

–En privado –añadió y sus ojos relampaguearon, por primera vez, al mirar de soslayo hacia Bianca, quién permanecía quieta en su puerta.

–Sígueme, por favor –musitó, sin estar segura de por qué se sentía tan nerviosa. Y culpable.

–Si nos disculpas, Bianca –dijo con fría cortesía Darío antes de atravesar el pasillo junto a Ciana.

Al llegar a un pequeño salón familiar, cerró la puerta y tomó asiento, señalando el sofá para que Darío la imitara. Se quedaron en silencio, por un minuto adicional, antes de que él carraspeara.

–Así que hemos dejado de consultar nuestras decisiones, Ciana.

Ella clavó sus ojos azules en él, intentando vislumbrar algún tipo de emoción ahí. Soltó un suspiro de decepción. No había nada.

–Darío, si te refieres a Kevin...

–Por supuesto. Una de las tantas decisiones es referente a ese Sforza –se sentó más derecho, como si eso fuera posible–. Y, me temo, que muchas de ellas están relacionadas a él. ¿Me equivoco?

Imagina que te amo (Sforza #5)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora