Capítulo 2

7.4K 803 14
                                    

Fascinante. La energía que desprendía Bianca Ferraz al interactuar era fascinante. Kevin no pudo precisar el tiempo que le tomó notar que había estado equivocado al pensar que recordaba cómo se sentía estar a su lado. ¡No le había hecho justicia en absoluto!

Y pensar que dejar Italia lo había desanimado. Ahora comprendía que había sido lo mejor. Contaba con una perspectiva más adecuada con respecto a Bianca, además que ese tiempo le había ayudado a madurar. Su visión del mundo era diferente ahora y ya no estaba dispuesto a perseguir a Bianca.

Lo que no significaba que no la conquistaría, por supuesto. Él lo haría. Solo que sería tan intrincado que ella no lo notaría, hasta que buscara su compañía por iniciativa propia. Sería estupendo.

Un movimiento fugaz le llamó la atención. Miró a través del cristal y apreció la figura de Ciana alejándose. Ciana Ferraz, la hermana gemela de Bianca, quién permanecía a su sombra y lucía antipática y deslucida junto al vivaz encanto que irradiaba Bianca.

Debía ser difícil que todos los hombres pasaran sobre ella para dirigirse a Bianca. Aún más cuando las dos eran prácticamente idénticas. Con excepción del color de ojos y de cabello, eran como dos gotas de agua. Claro, dos gotas con personalidades absolutamente opuestas.

Bianca era luminosa, como un día de verano y sol. Ciana era discreta y silenciosa, como una noche fría y estrellada. El día y la noche. Esas eran las preciosas gemelas Ferraz.

Entrecerró los ojos, pensativo. ¿Por qué Ciana lo odiaba? Eso era algo que nunca había terminado de entender. Había tratado de hacerlo, pero había fracasado. Nunca pudo determinar de dónde provenía ese fastidio que le mostraba cada vez que coincidían.

Por supuesto, eso había sido hacía un par de años. Esperaba que fuera diferente ahora. Solo que no parecía ser así. Si era posible, el desagrado que le producía parecía haber incrementado. Era un misterio.

–¿Has venido para quedarte, Kevin? –interrogó Bianca, apretando su brazo en ademán juguetón. Kevin ladeó el rostro y sonrió asintiendo–. Excelente. Italia no ha sido lo mismo sin ti.

–¿De verdad? No pensé que notarías mi ausencia, Bianca.

–¿No? ¡Debes estar bromeando! Claro que lo noté. Y ni siquiera una carta, una nota, un correo para saber de ti.

Kevin arqueó una ceja con gestó burlón y su consiguiente comentario le recordó por qué era considerado un genio, no solo en las finanzas, sino uno que tenía una memoria privilegiada.

–Recuerdo claramente cuando, al despedirme, me pediste que no te escribiera. Enfáticamente, con un tono de voz que no me dio lugar a discutir, dijiste: "Kevin Sforza, vete y no me busques más. Es hora de que te vayas y me sentiría feliz si no tengo noticias tuyas."

–¡Yo no dije eso! –protestó Bianca indignada. Kevin esbozó una sonrisa irónica–. No lo creo.

–Créelo, así fue. No lo he olvidado, Bianca.

–Eso he escuchado.

–¿Qué?

–Que no olvidas las cosas con facilidad.

–Es cierto. Tengo buena memoria.

–No sé qué tan precisa sea tu buena memoria en este momento, Kevin. Estoy muy segura de que no pude haber sido grosera contigo.

–Y no lo fuiste, Bianca. Creo que eso es lo peor del caso. Fuiste dulce, suave y risueña, como de costumbre. Ni siquiera me permitiste sentir enfado, no pude.

–Oh, querido –Bianca se detuvo y lo miró de frente–. Lo siento.

–No tienes por qué. Entiendo lo que sucedió, Bianca.

–No sé si puedas –de pronto, por un instante, su rostro adoptó una amargura insólita. Kevin pestañeó y esa emoción se había esfumado. Hasta consideró la idea de tan solo haberla imaginado–. Entonces, ¿asumirás funciones en la Corporación Sforza?

–Sí, lo haré. Mis hermanos requieren mi brillante ayuda ahora que cada uno está ocupado con sus respectivas familias –rió incrédulo, sabiendo que nunca habría creído decir algo así con respecto a sus hermanos. Los Sforza eran famosos por no dar importancia a los lazos familiares ni emocionales, a menos que reportaran un beneficio lucrativo. Con los cambios de cada uno de los cinco Sforza que le precedían, su padre debía estar terriblemente decepcionado de no haber sido capaz de eliminar las ataduras emocionales que cada uno de sus hijos había forjado.

La última esperanza para Vincenzo Sforza era Kevin, y él era consciente de lo que eso significaba. Su padre esperaba que él contrajera un matrimonio ventajoso, socialmente adecuado y sin una sola nube emocional que nublara su buen juicio al respecto. Una fría decisión, como la que se rumoraba había realizado su hermano mayor, Cayden. Solo que él, Kevin Sforza, ya había tomado su decisión hacía mucho tiempo. Y si bien se adecuaba a la mayoría de los requerimientos de su padre, fallaba en el más importante.

Él se había decidido porque amaba a Bianca Ferraz. Así que no solo había una emoción que ella le produjera, sino todas juntas y a la vez. Bianca era un remolino de luz y vida y él la quería para sí.

–Sí, una familia. ¿Tú quieres formar una familia, Kevin? –preguntó Bianca sentándose en una banca dispuesta a la orilla del camino. Él la imitó, al tiempo que confirmaba.

–Sí, quiero.

–¿De verdad? –ella no se molestó en ocultar su sorpresa.

–Sí.

–Eso significa que definitivamente has cambiado, Kevin.

No parecía esperar una respuesta pues desvió la mirada y la fijó en un punto lejano mientras se perdía en sus pensamientos. Ese era uno de los mayores atractivos de Bianca, esa ola de misterio que apenas se adivinaba tras su luminosa personalidad. Como si todo un mundo diferente, en el que solo ella ingresaba, se abriera ante sí. Y no permitía la entrada a nadie más. O al menos, a nadie que él hubiera conocido.

Todos daban por sentado que Bianca era una mujer hermosa, vibrante y risueña. Bromista, que tomaba la vida a la ligera y... eso era todo. Nada más, nada complejo ni complicado en Bianca Ferraz. Solo una bonita fachada con emociones vacías y sencillas de descifrar.

Y cada uno de los que pensaban y veían eso estaba tan equivocado. Él, Kevin Sforza, había sido capaz de ver más allá. Breves atisbos de lo que resguardaba celosamente para sí misma habían despertado su curiosidad, por lo que ya no solo se sentía apasionado por lo que ella mostraba, sino por lo que ocultaba. Lo quería todo de Bianca y lo iba a conseguir. Aún no estaba seguro de cómo, pero encontraría la manera. Él siempre encontraba la manera.

Imagina que te amo (Sforza #5)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora