Capítulo 5 | Siendo egoísta.

8K 550 297
                                    

96 DÍAS ANTES DE LA BODA

Papá no nos esperó anoche a mi hermana y a mí con las luces del porche encendidas.

Cuándo tenía la edad de Keana, aquello era costumbre para él y mamá. Sobretodo si llegaba muy tarde, en ese caso, además de esperarme con las luces encendidas, me sometían a un interrogatorio y mamá olisqueaba mi aliento como si fuese un perro detector de drogas. A veces, comía algunos aros de cebolla sólo para cabrearla y ella sólo me miraba con perspicacia, como tratando de adivinar si lo había hecho a propósito o no.

Me transporté a los viejos tiempos. Les echaba muchísimo de menos, a ambos. A mamá por haber abandonado el mundo terrenal demasiado pronto y, a papá porque era como un fantasma que sólo trabajaba, desde el fallecimiento de la última.

Eso me hizo rememorar el pésimo detalle de que con Keana nunca sería así, de que ella nunca recibiría ni la mitad de lo que yo recibí. Y estaba asustada por ella, tenía miedo de que se descarriara en algún momento de su vida. Que su novio tuviese pinta de rockero no era una buena señal y, por desgracia, yo no estaba el tiempo suficiente en casa como para guiarla; además de que a la adolescente le encantaba llevarme la contraria y, puesto a que papá estaba ausente la mayor parte del tiempo, prácticamente hacía lo que le placía.

Suspiré, sacudiendo la cabeza, mientras caminaba por el corredor para dirigirme a la cocina, que se hallaba desértica. Miré el reloj colgado en la pared, leyendo las diez de la mañana y asumí que papá se habría ido al trabajo.

Mi estómago rugió recordándome por qué había venido aquí, así que di dos pasos para acercarme a la alacena y la abrí para inspeccionarla. No había nada además de enlatados, así que procedí a revisar el refrigerador.

Opté por coger dos gofres congelados y los introduje en la tostadora. Busqué el jarabe de maple, la mantequilla, le puse hielo y jugo a un vaso de vidrio y lo deposité todo sobre la mesa.

Cuando la tostadora emitió el chirrido que anunciaba que mis gofres estaban listos para ser engullidos, cogí un plato y me senté frente a la mesa.

Tras haberles untado mantequilla y haberles vertido jarabe a los gofres, me dispuse a darles el primer mordisco, cuando de pronto e inoportunamente, mi móvil comenzó a sonar con su típica cancioncilla predeterminada, desde el bolsillo trasero de mis pantaloncillos.

Bufé y lo silencié, para proseguir a degustar mi desayuno, sin embargo, volvió a repicar. Dejé caer el gofre casi intacto sobre el plato y de mala gana, sin siquiera observar el nombre de mi interlocutor, me apronté a contestar.

—¿Hola?

—¡Kath! Gracias a Dios que contestas —era la voz de Gale. Cerré los ojos y los apreté con fuerza. Definitivamente no quería escucharla aún. Apenas había llegado hacía unas horas y apuesto a que ya comenzaría a agobiarme con los preparativos de su fantástica boda—. Espera... ¿Te desperté? —preguntó, después de unos segundos en silencio. Supongo que fue lo primero que pensó tras oír mi tono desdeñoso.

—No. Pero estaba a punto de comer un delicioso gofre con mantequilla y jarabe —repuse sin poder evitar sonar exasperada. Con agresividad, le asesté un mordisco a mi gofre.

—¡Lo siento! —se disculpó. Aunque no sonaba muy arrepentida, de cualquier modo—. Voy a compénsartelo con... Tu bizcocho favorito. De plátano y arándanos —prometió. Bueno, su ofrecimiento le había dado un drástico giro a mi humor—. ¡Mamá acaba de preparar uno! Sólo... Quiero que me acompañes ésta tarde a ver a Elanese.

Hasta después de la boda ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora