Hay ciertas cosas que Kathleen Foley desearía tener, entre esas: al novio de su mejor amiga.
Ella está consciente de que eso es imposible, pero Dexter Montgomery es simplemente encantador, alguien por el cuál es demasiado difícil no caer.
Pero cua...
Pensar en un discurso para brindar por una pareja con la que tenía una amplia historia —no precisamente buena—, era lo más complicado que había hecho nunca. Digo, tomando en cuenta de lo que me había enterado, la actitud detestable y los conflictos que había tenido Gale, además de mi antiguo enamoramiento por Dexter, todo sumado, no igualaba a nada positivo. Por consiguiente, cuando fuese mi turno de hablar, pasaría la peor de las vergüenzas.
Le eché un vistazo a mi móvil que acababa de vibrar, a unos centímetros de la octava hoja en blanco que utilizaría para plasmar mis palabras. La pantalla del aparato electrónico se iluminó, y el corazón me saltó en el pecho debido al anhelo con el que esperaba aquél mensaje.
Alex:
Es jodido, lo sé.
Pero en parte, el que estemos juntos hoy se debe a ellos y a esta dichosa boda. Así que, podrías empezar por ahí.
No pude evitar sonreír. Era tan cierto. Para que negarlo, había recurrido a él por inspiración. Gracias al cielo no me defraudó. Desde que estábamos juntos, nunca lo hacía.
Yo:
Justo lo que necesitaba. Te debo una.
Alex:
Creo que tengo la idea perfecta para que me lo pagues. Tú y yo. En la azotea. Después del ensayo. ¿Trato?
Me mordí el labio, reprimiendo la sonrisa que amenazaba con brotar de mi boca. Sentía que me deslizaba por un arcoíris, directo a un colchón de nubes.
Yo:
Trato.
Completamente ajena a lo que en realidad me esperaba ésa noche.
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—¿Cómo me veo? —me preguntó Gale, dándose la vuelta en su corto vestido de tirantes con ornamentos sobresaliendo del mismo color un poco más intenso y una especie de tela semi-transparente que le caía a ambos lados de su anatomía y rozaba el suelo. Traía el cabello en ondas y un suave maquillaje en tonos cálidos.
—Te ves perfecta. Como siempre —le dije, obsequiándole una sonrisa.
Dos días más y todo esto habría terminado. Ya no más largas estadías en Arlington, organización de eventos, no más Elanese, no más Natasha, no más boda. Sólo Pedro y yo de vuelta a San Diego y un viaje a Tailandia con Alex, lo que de recordarlo me daba cosquillas por toda la piel.
