Alex
Según Albert Einstein, hay dos cosas infinitas en el mundo: la primera, el universo y la segunda, la estupidez humana.
Yo, Alexander Montgomery, nunca había estado más de acuerdo con alguna frase célebre, y esto, dado que dudaba de la fiabilidad de las mismas.
No estaba del todo seguro de si mi fijación por esa composición de palabras se debía a la constante superioridad que sentía en comparación al resto; pero sí tenía la plena certeza de que Einstein estaba en lo correcto, especialmente cuando estaba en compañía de Dexter o con solo pensar en ella.
Dexter, porque siempre había sido el amistoso grano en el culo con el que la vida me bendijo o me castigó (dependía de mi estado de ánimo); al mismo tiempo en que era la personificación de los buenos estigmas sociales y el prototipo ideal que todas las mujeres deseaban como pareja, los hombres como amigo, los empleados como jefe, los padres como hijo, y así sucesivamente. Cabe destacar, que él no era perfecto, pero por lo que había observado durante todos los años que llevaba conviviendo con él —es decir, desde que nací— era que nadie lo notaba, excepto por mí. Y yo sólo tenía una cosa que envidiarle, porque de resto, me parecía un ser humano con una estupidez ilimitada; usualmente alardeando de tener la mujer perfecta, el trabajo perfecto, la conducta perfecta, pero con una obsesión por alcanzar una felicidad estandarizada e inexistente, un inconformismo nada sano, y un empeño bastante anormal en hacer que el mundo funcionara a su manera (a pesar de que eso fuese imposible).
Y luego ella.
Kathleen Foley poseía el mayor grado de estupidez no distinguido, tanto así que era admirable. Ella era la persona más noble, buena y totalmente inconsciente que yo alguna vez había conocido. Era la clase de humano que los mortales como yo jamás merecerían tener cerca, y también, la que debía multiplicarse en el mundo, porque las necesitaba, y personas como ella, podría decir que estaban casi erradicadas y harían del planeta un lugar mejor. Kathleen siempre pensaba primero en los demás, ponía el bienestar de otros por encima del suyo y nunca esperaba nada a cambio. Eso la hacía estúpida porque la gente idiota tendía a abusar de ello. Y después estaba el hecho de que no se daba cuenta del valor que poseía, de que nunca alzaba su voz por miedo a despertar a un dragón que no existía; porque probablemente siempre estaba en lo correcto y para ella, no había nada que temer, podía ser dueña de toda una galaxia si se lo proponía y sin embargo, no lo hacía, parecía no darse cuenta de todas las capacidades que tenía. Y sí, sonaba como un cursi enamorado; pero no era así. La palabra cursi distaba mucho de lo que era. Simplemente no era más que la cruda y pura verdad.
Por otra parte, me molestaba. Me enfurecía que estuviese coladísima por alguien que jamás le daría lo que a ella bien le correspondía (y no solo se trataba de Dexter siendo esa persona, y de que todos los demás lo prefirieran a el antes que a mí), sino también de ser mero espectador de como los seres humanos en su entorno se aprovechaban de su bondad y, de cómo ella no se daba cuenta de lo mucho que valía. De lo preciosa e inigualable que era.
Era algo de lo que tenía conocimiento desde que la conocí en ésa patética fiesta de la empresa familiar. Fui atrapado por sus facciones frescas y amables, la sonrisa sincera, sus soñadores ojos de un verde aceitunado tan claro que se reflejaba todo un ecosistema, y del afabilidad que irradiaba a su paso. Yo siempre había sido todo lo contrario: malhumorado, cruel, arrogante, realista y, para ése entonces un resentido con su progenitor por haber presentado a su primo a sus grandes colegas como una gema sin descubrir, y a su propio hijo como si fuese ser insignificante; pero, ni siquiera eso impidió que me sintiera cautivado por ella, y que en la primera que la vi charlando con mi primo, mientras consumía alguna de las exóticas bebidas que ofrecían en la lujosa barra, me uniese en la conversación. Al cabo de un par de palabras, Dexter fue llamado por alguien más y entonces ella y yo seguimos platicando.
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Hasta después de la boda ©
RomansaHay ciertas cosas que Kathleen Foley desearía tener, entre esas: al novio de su mejor amiga. Ella está consciente de que eso es imposible, pero Dexter Montgomery es simplemente encantador, alguien por el cuál es demasiado difícil no caer. Pero cua...