Capítulo 10 | Interesante.

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Bebí un sorbo de mi humeante café Bombón, quemándome un poco la lengua.

Desde mi punto de vista Peggy's Place, era el sitio menos propicio en Arlington para tener una conversación seria. O al menos una conversación como la que Alex y yo íbamos a tener sobre nuestra falsa relación.

¿Por qué?

Porque estaba lleno de señoras chismosas a ésta hora de la mañana. Hasta la madre de Gale, Cecile; estaba ahí, sentada a unas mesas de distancia. Y no quiero decir que ella fuese chismosa (o tal vez sí), pero no creo que fuese adecuado que escuchase como Alex y yo armaríamos nuestro teatro y, como habíamos creado un trato ya que «¡Oh!, estoy enamorada del futuro esposo de su hija y, Alex está harto de ser su sombra».

Además, estaba acompañada por las mujeres de su club de lectura, quiénes sí eran auténticas cotillas, sin duda.

No obstante, Alexander colgó la llamada antes de que pudiera explicarle eso. Sí, me cortó a mitad de frase. Me pregunté si era así con todo el mundo, o si necesitaría empezar a rogarle a Dios por el doble de paciencia, para lidiarlo.

Resoplé, aburrida, hundiendo una cucharilla en el café, mientras mi atención viajó involuntariamente a la conversación que tenía lugar en la mesa de la madre de mi mejor amiga.

—¡Por Dios, Betsy! Luan azotó a Brunna en el cuarto de juegos, de su mansión en São Paulo y luego comenzaron a tocarse con frenesí... —dijo una de las señoras, como si fuese obvio.

Los ojos se me salieron de órbitas al escucharlo. Juro que jamás pensé que esas señoras leyeran libros eróticos; siempre las asocié con libros de auto-ayuda, no ficción e incluso quizás un poco de romance rosa. Pero no con... Sexo explícito y desenfrenado.

La imagen que tenía de ellas se distorsionó.

—No la juzgues, Carol. En mi opinión, fue una pésima traducción —adujo la pelirroja Señora Meyer, ajustando con su menuda y pecosa mano su veraniego sombrero rosa, aunque ni siquiera estábamos en verano.

—Lo fue —confirmó, Cecile, asintiendo—. Pero creo que la editorial corrigió los errores en la tercera entrega.

—¡Por supuesto!, esa resultó mucho mejor. Mi parte favorita fue cuando Luan encontró a Brunna teniendo relaciones sexuales con el jardinero.

—¡Sí! ¡Esa perra! Parecía tan buena y virginal en las primeras dos entregas y, luego en la tercera está pidiéndole más y más al Mauro —refunfuñó la regordeta Señora Rothen, conocida en la Ciudad por dar galletas de jengibre en Halloween.

—Como le pasó a Madelyn Seymour...

—¡Oh sí!, Nos enteramos justo aquí, ¿recuerdan? Ella encontró al venerado senador Seymour, con la niñera de su hijo, lamiéndole su...

—Hola.

Me sobresalté. Alex estaba plantado de pie frente a mí. Llevaba un largo suéter gris, vaqueros de mezclilla y zapatos marrones.

Quizás debía dejar de escuchar conversaciones en las que no estaba incluida.

—Hola —le respondí. El echó una silla hacia atrás y se sentó frente a mí—. Mira, no creo que debamos hablar aquí —le informé, en un tono de voz bajo, dándole un trago a mi bebida. Estaba en la temperatura perfecta y casi deseé tomarla como si fuese agua. Pero primero tomaba el café y después la leche condensada. No me gustaba mezclar ambos.

—¿Hay algún problema? —preguntó, impasible.

—Varios. O varias, en realidad —mascullé, mordiéndome el labio inferior. Sus ojos se cargaron de expectación, incitándome a proseguir—. La madre de Gale y sus amigas están aquí —el volumen de mi voz se redujo a susurros, temiendo que las mujeres me oyesen—. Iba a decírtelo por teléfono, pero me cortaste... —puse los ojos en blanco.

Hasta después de la boda ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora