Capítulos 18 | Señales confusas.

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67 DÍAS ANTES DE LA BODA

Alex

El cuello comenzaba a picarme, debido al suéter que había decidido utilizar. Entre eso, la estruendosa música que se escuchaba desde la habitación de Omar, Elanese hablando al otro lado del teléfono, juro que quería suicidarme.

E incluso aunque estábamos a grados bajo cero, tenía calor, tanto que estaba sudando.

—Es exasperante, le envié a Gale ayer ideas para la decoración de la boda y aún no obtengo respuesta de ninguna de las propuestas, quizás necesite que le dé una mano... —me decía Elanese.

Cerré los ojos con fuerza.

Escuchaba otra vez la palabra «boda» y me aseguraría de ahogarme en la tina.

Al principio, cuando empezamos a salir, ella apenas mencionaba su trabajo. Hablabámos un poco, luego ella sólo me besaba y teníamos sexo. Regular, si me lo preguntan. No era terrible, pero tampoco espectacular. Siempre me aseguraba de que tuviéramos relaciones cuando Kathleen se metía tanto en mi cabeza, que no hallaba forma de sacarla.

Porque, sí, de hecho, después de lo que sucedió en la azotea, acepté mi realidad; la realidad de que, quizás, había empezado a enamorarme de ella. Ésa de que, cuando estábamos juntos, mi cerebro segregaba toneladas y toneladas de dopamina, que no podía controlar.

Ése ridículo trato había sido lo peor que ambos pudimos haber hecho. Aunque no podía engañarme a mí mismo atribuyendóselo todo a ello, porque Kathleen me atrajo desde que la conocí.

—¿Elanese? —la interrumpí, bufando.

—¿Si, Alex?

—Te llamo más tarde —y le colgué, sin siquiera darle tiempo de despedirse o decir algo más.

Al otro lado de la pared, el deportista seguía cantando a todo pulmón las canciones de Kendrick Lamar. 

Me moría por salir a caminar un rato. No obstante, de sólo pensar en las tiendas repletas de banderines de corazones, vendedores de flores por todas partes y frases románticas en cada pizarra o vidriera de la ciudad, me provocaban ganas de vomitar.

Odiaba el San Valentín. Me parecía una celebración absurda e hipócrita, todo gracias a mi padre, que me regaló las mejores memorias de ése día en mi infancia. Nótese el sarcasmo.

Ni siquiera tenía ganas de recordarlo, sólo creía necesario agregar que, la razón por la que mi padre y yo chocábamos tanto, no era únicamente por Dexter. Era porque aparte de eso, muchas de sus acciones me habían conducido a odiarlo y al mismo tiempo, porque sabía el porqué siempre anteponía a mi primo sobre mí, y no era precisamente por no haber seguido sus pasos.

Con Omar al lado haciendo karaoke, y los espantosos recuerdos que había evocado de mi padre, lo único que viajaba por mi cerebro era lanzarme por la ventana, como otra manera de terminar con mi vida.

Mi móvil emitió un zumbido.

Y aunque podía ser Elanese; desde el trato con Kathleen, los dos hicimos la promesa de siempre estar atentos a los mensajes de texto, ya que, nunca sabíamos cuando podía ser una emergencia.

Hasta después de la boda ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora