Capítulo 7 | Horóscopos y madrina por primera vez.

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94 DÍAS ANTES DE LA BODA

Marcia estaba riéndose al otro lado de la línea. Como nunca la había oído hacerlo. Quizás se debía a las hormonas del embarazo.

No, todavía no se había hecho la prueba; más bien, parecía estarla posponiendo adrede. Pero aún existía la posibilidad.

—Quién iba a pensar que la perra egoísta y el bombón tenían algo de sentido común... —suspiró. En mis labios se pintó una sonrisa.

—Marcia, no hay ningún tipo de tensión entre Alex y yo... De hecho, ahora somos algo así como amigos —le conté, mientras vertía trocitos de jamón a los huevos del desayuno.

—Hablas como si supieras mucho sobre tensiones —rezongó. De fondo, podía escuchar el «beep» emitido por la fotocopiadora y el silbido la cafetera italiana exprés—. Eres una adorable puritana.

Entorné los ojos como si ella pudiese verme. Eso había sonado a una acusación. No era ninguna virgen. Tenía veintiséis y la había perdido a los dieciocho con Joel, la noche del baile de graduación. Era un cliché, pero eso había estado bien para, nosotros. En el verano, seguimos estando juntos, hasta que rompimos cuando cada uno tomó su camino. Sin embargo, el sexo definitivamente no me parecía la gran cosa, y eso quizás se debía a lo inexpertos que éramos en ese entonces.

—Vale, que no soy sexualmente activa ahora, pero lo fui hace...

—¿Dos siglos? ¿En tu vida pasada? —me interrumpió. Chasqueó la lengua, en lo que yo me encargaba de revolver los huevos con un cucharón de madera—. Lo supuse. Por eso a veces eres tan amargada. Deja que alguien introduzca a su divertido amiguito en tu estirada va...

—¡Marcia! —la corté atónita, sacudiendo la cabeza. Ella se rió silenciosamente.

—Que el Señor bendiga tu castidad y la guarde para siempre. Amén —repuso, conservando aún ése matiz de diversión en su voz. Bufé. Por lo menos yo no tenía la duda de haber quedado embarazada.

—¡Amén! ¡¿Es Kathleen, cierto?! —una voz masculina se unió a la conversación telefónica, oyéndose lejana y distorsionada. Así que ahora todos me etiquetaban como la Diosa de la Pureza. Bueno, mejor eso que vivir de hombre en hombre, supongo.

—¿Quién es? —le pregunté yo.

—Sí, es ella —le afirmó al sujeto—. Kath, es Leo. Leo, ¿qué has venido a hacer aquí?

—Ponme en altavoz —le pedí, ahora con mis labios curvados hacia arriba.

—Perdona, pero acostarte con el jefe no te da más derecho que a mí de usar la fotocopiadora, querida —le replicó el castaño. Marcia lo chitó y yo me reí—. Y, Kathleen, hola.

—Estás en altavoz —me avisó, la morena.

—¡Hola, Leo! ¡Te extraño tanto! —expresé, con efusividad.

—Ni siquiera a mí me saludas con tanto cariño...

—¡Calla! —voceamos Leonard y yo, a lo que la morena resopló con hastío.

—¡Yo también te extraño, Kath! ¿Cómo te va? —cuestionó casi a gritos, con naturalidad.

—Las cosas están un poco tensas, pero tolerables. No me quejo, el destino no ha estado conspirando tanto en mi contra —le respondí, volcando los huevos en dos platos distintos. Para mí y para mí, dado que Keana ya se había ido a la escuela.

Hasta después de la boda ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora