Capítulo 15 | Mecanismo de auto-defensa y una cita.

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87 DÍAS ANTES DE LA BODA

Kathleen

 —¿Podrías escupir esa goma de mascar? —le cuestioné a mi amiga, al otro lado de la línea, puesto que lo único que conseguía oír era el chasquido emitido por el roce entre el diente y el chicle. 

 —No puedo. Me relaja y estoy asustada como la mierda —me respondió ella. La escuché destapar una caja—. Vale, aquí dice que tiene 99,9% de precisión... —leyó, con detenimiento.

 —Oh, apuesto a que en todas dicen lo mismo, no te fíes mucho de ello —repliqué yo, tratando de infundirle ánimos. Ciertamente, era la primera vez que la oía nerviosa ante la posibilidad de tener que afrontar un embarazo, y eso acrecentaba aún más mis nervios.

  —Es por eso que me he  comprado dos más de distintas marcas, y he programado para mañana un análisis de sangre a primera hora —me comunicó, con un ligero temblor en su voz, que se esmeró por ocultar aclarándose la garganta.

Marcia iba a hacerse la prueba de embarazo. Finalmente. Cumpliría su palabra, y las dos estábamos extremadamente nerviosas por los resultados que ésta o, mejor dicho éstas podrían arrojar. Lo que si ambas teníamos claro, es que cualquiera que fuese el veredicto, marcaría un antes y después en su vida, tanto como si eso significaba iniciarse en el mundo de la maternidad, como so sólo se tratase meramente de  la lección de no volver a tener relaciones sexuales sin protección, con métodos presuntamente confiables que terminan no siéndolo en lo absoluto.

 —De acuerdo. ¿Ya has leído las instrucciones? —pregunté, jugueteando con el dobladillo del nudo de la camisa que traía puesta, en un intento en vano por tranquilizar mi ansiedad. 

—Algo así, sólo de refilón. Debo sacarla del empaque, y luego hacer pis sobre cierta parte o recoger mi orina en un vaso y luego... —había comenzado a explicarme, pero parecía más que intentaba darle vueltas al asunto para alargar aquél hecho irremediable. 

 —Lo pillo, sabes como hacerlo —la corté, para apresurarla, puesto que aún faltaban dos pruebas más y yo sentía que vomitaría mi desayuno en cualquier momento, debido a la inquietud.

 —Sí, sí, lo siento. Ahora sí, prepárate —decretó, y las dos callamos por un eterno período de segundos, en los que ella bajó sus pantalones, subió la tapa del retrete y dejó caer su trasero sobre la taza. 

Esperé impacientemente, a sólo un poco de morderme las uñas y las cutículas al punto de dejar mi dedo vacío, con un asqueroso orificio de carne, o comenzar a tirar de mi cabello hasta quedar calva. Creo que no había nada en el mundo que apaciguara la intriga y la zozobra que experimentaba en ése momento, y si yo estaba sintiéndome de esa manera, no podía imaginarme Marcia, cuya vida estaba a punto de dar un giro totalmente radical.

Que no era una adolescente, ni se drogaba, ni estaba desempleada, pero fuese como fuese, un embarazo no planificado, siempre afectaba de gran manera la vida de una mujer, independientemente de cuál fuese su situación. Y la de Marcia no era demasiado estable. Tenía un cáracter de balancín, a veces molesta, a veces feliz, una naturaleza fiestera, una leve adicción al sexo, y un trabajo de pacotilla, que sólo mantenía por haberse acostado con una gran parte del personal de la empresa. Lo que sólo apuntaba a que si su test daba positivo, tendría que intercambiar todo eso por pañales, biberones, constantes interrupciones de sueño en medio de la madrugada por llantos estrepitosos y, su la mitad de su salario, en guarderías para su bebé. 

Hasta después de la boda ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora