Capítulo 23 | Lo que es amar.

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37 DÍAS ANTES DE LA BODA

Kathleen

Los párpados me pesaban. Anoche, Marcia y yo habíamos tardado horas en armar mi equipaje. Yo nunca había ido a Pebble Beach, y no tenía idea de que ropa llevar, pero aparentemente ella sí había ido algunas veces y se ofreció a ayudarme. Por supuesto, no sin haber colado entre mi ropa un par de conjuntos de lencería que ella misma me regalaba en cada uno de mis cumpleaños o por navidad —que cabe destacar, yo nunca utilizaba—, y un par de biquinis cuya existencia ni siquiera recordaba. Como si yo planeara modelarlos frente a alguien, como si no hubiese sido suficiente con el desliz del día de San Valentín. Fuese cual fuese el caso, no estaba de humor para discutir con mi amiga, así que no hice de ello un gran rollo y lo dejé estar. No iba a usarlo y eso sería todo. Al final, aunque pudiese arrepentirme más adelante, terminé por permitir que hiciera lo que quisiera con mi valija y le di el privilegio de cerrarla al final cuando el sueño empezó a apoderarse de mí persona. Justo como ahora.

Un dedo punzó mi costado, haciéndome sobresaltar.

—Nada de dormirse —espetó Alex, subiendo el volumen de Bohemian Rhapsody, de Queen. Pero la verdad es que aparte de ésa banda, habíamos escuchado Coldplay, Twenty One Pilots y Kings of Leons. Tenía una que otra canción que no conocía, pero nada que fuese insoportable para mí. Lo cierto es que en mi opinión, era buena música; excepto por Twenty One Pilots, que no me agradaba tanto.

Mis gustos musicales por el contrario eran precisamente los que podían esperarse de una chica que nació y se crió en Texas. A mi me encantaba la música Country. Era fanática de Taylor Swift desde que tenía trece, y también amaba a Tim McGraw; pero éste último sólo porque mamá solía oírlo todo el tiempo mientras cocinaba, de modo que cada vez que escuchaba su música, era como sentirla conmigo.

—Podría no hacerlo, sólo si me dejas poner un par de canciones que pueda cantar a todo pulmón para entretenerme —sugerí, cruzándome de brazos. Apenas habían pasado dos horas de viaje, y la realidad es que a Alex estaba costándole de sobremanera desvincular el Bluetooth de su móvil con el reproductor del vehículo. Incluso aunque le insistía en que había preparado una lista de reproducción que no involucraba basura pop, como el le llamaba (vale, únicamente si se obviaba el hecho de que Taylor Swift podría estar incluida en esa categoría, y que por supuesto, yo no podía dejarla fuera de mi lista).

El castaño dudó, entornando sus ojos en mi dirección. No me atreví a mirarle de regreso, y simplemente refugié mi atención en el desértico paisaje que se extendía a mi por los vidrios del coche, mientras atravesábamos una autopista que parecía no tener fin. ¿Por qué? Porque cada vez que mis ojos se topaban con los suyos, era como revivir esa noche, y aunque desease con todas mis fuerzas que mi organismo no reaccionara ante él, era un suceso ineludible. Que me había costado asimilarlo, que había evadido su presencia cual cobarde de la misma forma en que lo hice con mi padre, sin embargo, para mi desgracia ésta vez, se trataba de él. Y por algún motivo de las fuerzas sobrenaturales del universo, parecía ser la única persona de la que no podía esconderme, dado que el siempre me alcanzaba, me obligaba a darle la cara.

Cuando Alexander apareció ése día en mi oficina, creí que me desmayaría. Pensé que, iba con intenciones de hablar directamente de lo que ocurrió porque así era él, no tenía rodeos. Sin embargo, fue una fortuna que ni siquiera lo mencionara, incluso aunque una parte de mi sabía que tarde o temprano lo haría y ambos tendríamos que enfrentarlo. O al menos yo en particular, que parecía que nunca me sentiría lista para hacerlo.

Muy a mi pesar, nada podía borrarlo y las sensaciones que rememoraba de sólo conectar mis ojos con los suyos o con su mera presencia; como la manera errática en la que mi corazón latía con su cercanía y el cosquilleo en mi vientre que no desaparecía, seguían estando allí; habitaban en mi interior incluso antes de todos los besos, las caricias y... Lo que pasó.

Hasta después de la boda ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora