Capítulo 17 | El soldado que resucitó.

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Kathleen

—Es una mierda, porque estaba intentando ayudarlo, y el sólo... Lo hizo. Sé que no fue intencional, que estaba fuera de sí mismo, pero ni siquiera puedo verlo a la cara, he estado evitándolo de tal forma que he estado durmiendo en el sótano, teniendo mí propio dormitorio —lloriqueé, sorbiendo por la nariz. Ni siquiera sé en qué momento terminamos entrando en confianza de esta forma, tanto así que había optado por confesarle el motivo de mi abatimiento; de la que aparentemente, sólo el idiota de Alexander Montgomery se había percatado.

A pesar de que me había desahogado con Marcia, todavía me encontraba dolida al respecto, sumándole a eso las cuatro latas de cerveza que traía encima, lo que por lo visto no había resultado una buena combinación.

—Soy tan... Idiota. Seguro te doy lástima —agregué, hipando. Alex había conocido las peores facetas de mí en menos de veinticuatro horas—. Mi mejor amiga va a casarse con el hombre del que me enamoré, incluso aunque haga mi mayor esfuerzo por hacer las cosas bien para ella no lo ve, mi padre me odia por intentar ayudarle, tuve que inventarme este estúpido trato en el que... Gracias a Dios decidiste apoyarme, porque si hubieses pensado que estaba loca...

Me cubrí la cara con las manos, para que el no pudiese ver cómo las lágrimas seguían aflorando y deslizándose por mis mejillas; sin embargo, sentía su mirada clavada en mí.

En un principio, cuando comenzamos a beber, pensé que me ridiculizaría, como siempre lo hacía. Lo esperaba como un catcher espera que el bateador falle para atrapar la pelota, porque era normal.

Sobretodo sabiendo que no estaba luciendo como yo misma, que no estaba pensando con claridad, y que una parte de mi estaba demasiado desesperada por escapar de la desastrosa realidad que se cernía a mi alrededor. Incluso aunque Alex fuese una pieza fundamental de todo el desorden, al mismo tiempo pareció ser mi única salida de ello.

Lo que me hizo darme cuenta de que necesitaba esto con urgencia. El aire fresco, el amarillento líquido amargo y la presencia de éste sujeto que me estallaba las neuronas.

Aunque, al contrario de lo que expectaba, extrañamente, el había sabido comportarse. En el inicio, se limitó a decir que trataría de hacer su naciente relación con Elanese más privada, si eso no funcionaba, aseveró que encontraría otra forma de arreglarlo, pero que dejara de preocuparme y que disfrutara la vista.

No dudaba que así sería, que usaría su astucia e inteligencia para que saliéramos del paso. Por otro lado, en mí latía esa sensación de molestia que siempre quería ignorar y oprimir, el ferviente deseo que el quisiese terminarla, que volviéramos a ser sólo nosotros dos.

A pesar de ello, como mencioné, quizás el alcohol en mi sistema había hecho de las suyas, dando origen a esos pensamientos tan absurdos que se reproducían en mi cerebro sobre Alex y Elanese.

—¿Sabes qué es lo que pienso al respecto? —cuestionó, con el tono de voz más alto y rudo de lo normal.

Entreabrí mis dedos para poder echarle un vistazo: tenía el ceño fruncido, y sus firmes brazos cruzados sobre su pecho.

¿Siendo honesta? No estaba segura de querer tener conocimiento de lo que pasaba por su cabeza, pues a pesar de que había estado portándose bien conmigo hasta ahora, no quería confiarme del todo.

—A veces desearía poder hacerlo, pero luego recuerdo que eres tú y se me pasa —confesé, entornando mis ojos en su dirección—. Removí mis manos de mi rostro, posicionándolas sobre mi regazo, en lo que el sacudía la cabeza y esbozaba una sonrisa socarrona, de esas que lo caracterizaban.

—Igual voy a decírtelo —replicó, observándome durante unos segundos con una intensidad que me hizo girar la cabeza para evitar su mirada azul—. Hay muchas cosas que pudiste haberte ahorrado, y sé que lo sabes.

Hasta después de la boda ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora