Epílogo

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5 MESES Y MEDIO DESPUÉS DE LA BODA

—¿Lo tienes todo? —pregunté, echándole un vistazo por el rabillo del ojo mientras bajábamos del brillante coche amarillo. Su cabeza se zarandeó en un asentimiento, en lo que yo le pedía al conductor que abriese el maletero para sacar nuestro equipaje.

Por suerte, sólo eran dos. La mía y la suya. Después de todo, me había convertido en una viajera práctica, y aunque al principio llevaba varias maletas atiborradas, había aprendido a manejarme con sólo una, con lo mínimo e indispensable, dado que facilitaba mucho el transporte de la misma y no tenía sentido llevar objetos o prendas innecesarias que no sabía si usaría igual.

No gozábamos de mucho tiempo teniendo en cuenta las circunstancias, pero por si las moscas comprobamos una vez más que teníamos todas nuestras pertenencias, e intercambiamos miradas antes de ingresar al enorme edificio que se blandía frente a nosotros.

No había tiempo de detallar nada. El aroma a antisépticos se coló por mis fosas nasales al instante, y por más que intentáramos atravesar el extenso pasillo lo más fugazmente posible, era imposible con todo el personal andando de un lado a otro. Leo y yo íbamos tan centrados en arribar a nuestro destino, que no nos dimos cuenta cuando un enorme mastodonte obstruyó nuestro trayecto.

—Tienen que registrarse en la recepción antes de poder continuar —nos informó el hombre, cuyo rostro estaba cubierto por una gruesa capa de barba, y tenía una calva tan brillante como una bola mágica. El pelinegro a mi lado desplazó su mirada a la placa dorada que se hallaba en su pecho.

—Mira, uhm, Bryan... —empezó mi acompañante, deshaciéndose de sus gafas para achinar sus ojos café hacia el agente de seguridad—. Nuestra amiga entró en labor, nosotros estábamos en unas breves vacaciones en Perú que se suponía que ella tomaría con otra persona, pero por cuestiones del universo terminé siendo yo, y a mitad de la noche justo cuando cada uno se fue a su habitación, recibimos ésta llamada de ella llorando porque había roto fuentes y estaba sola en su departamento, así que la ayudamos como pudimos desde Suramérica, pero igual corrimos al aeropuerto y tomamos el primer vuelo hacia aquí que nos ha quitado diez horas de sueño entre escalas y salas de espera, rogando por llegar a tiempo para acompañarla en el nacimiento de la criatura. ¡Lo peor es que no le he traído nada! ¡Ni globos, ni ropa, ni un montón de peluches! ¿¡Cómo sabrá lo mucho que la esperaba con ansias su tío-padrino si su habitación está vacía!? —le contó toda la historia de golpe, y pese a que estaba crispado de impaciencia, le tomó unos segundos recobrar el aliento ante tal
retahíla—. ¿No te parece mi sufrimiento suficiente para que nos permitas avanzar? —cuestionó, cruzándose de brazos.

El hombre frunció sus delgados labios. Albergaba la esperanza que cediera, porque estábamos apresurados. No obstante, su cabeza se meneó de forma negativa y nos apuntó con el dedo índice a la recepción donde una mujer de piel oscura se hallaba leyendo una revista.

—Eres un hombre terrible, Bryan. Tienes un aura pesada. El Karma se encargará... —le advirtió Leo. Ésa era su manera de insultar. Puse los ojos en blanco, y le cogí la mano para tirar de él hacia la susodicha recepción, cortándole a mitad de la frase.

Estábamos en medio de un apuro.

Por fortuna la mujer era rápida, nos interrogó, captando cada uno de los datos y fue sólo cuestión de segundos para que tuviésemos unos identificadores pegados a la tela de nuestras camisetas y fuésemos libres de ir a por Marcia, que se encontraba en el área de maternidad en el cuarto piso.

Hasta después de la boda ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora