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Acorralada y con las lágrimas escapándose de mis ojos, todo lo que hice como su ansiada respuesta, fue levantar mi diestra temblorosa durante el debate entre contarle mi secreto en ese preciso momento o acariciar su mejilla. Lo tenía a tan pocos centímetros como las veces anteriores, con sus ojos azules mirándome solo a mí.

Mi debate mental concluyó con mi mano estampándose en su mejilla manchada en sangre. El golpe hizo un corto eco dentro de las paredes de mi cuarto, junto con el quejido que él emitió por el dolor. Debía actuar diferente esta vez, seguir mi estrategia y alejarme de él, aunque eso ya era imposible.

—No vuelvas a ponerme una mano encima —amenacé entre dientes—, y si vuelves aquí yo misma me ocuparé en decirle a Claus dónde vives.

Tal vez debí evitar nuestro encuentro, prever lo que ocurriría según mi experiencia con lo espeluznante e irónico que resulta ser el destino. O, más simple, dejar las cosas como estaban, asumir los caminos y no forzar nada. Demandar a la vida no era una cuestión favorable porque, como dije antes, conocernos era inevitable.

—Ahora, largo de aquí.

Debes estar asumiendo que mi advertencia fue un diálogo cómico de una chica que intenta ser ruda. Tengo que decirte que así fue... aparentemente.

—No te incendies más, Cerilla. Me iré.

Rust se marchó por la ventana, dejándome en un rincón del cuarto, con una sonrisa que no podría describirte. ¿Cuántas veces lo había visto salir por esa ventana? Demasiadas como para contarlas, esta era la primera vez de muchas. Te lo aseguro.

Haré un recuento:

La primera vez, lo vi en el colegio. Yo intentaba pasar por «El Túnel» de Sandberg en mi primer día de clases, un pasillo largo donde un grupo de chicos se divertían cobrándole dinero o regalías a los desdichados que tenían que pasar por ahí. La idea la formó Rust, y él cobraba. Por supuesto, cuando pasé tuvimos una pequeña discusión que me tuvo como vencedora.

El segundo encuentro tuvo lugar en el terreno baldío detrás del colegio, la segunda semana de clases. Rust y Claus arreglarían sus cuentas peleando, todos los estudiantes de Sandberg querían saber quién sería el vencedor. Bastó con escuchar su nombre para que yo también fuese a ver la pelea.

Nuestro tercer encuentro ocurrió cuando entró a la cafetería del centro y fingió estar tomando café junto a mí. Tuve que pagar extra porque de alguna forma no quiso marcharse cuando el mesero preguntó si todo estaba bien. Después de beberse todo, me dijo que a la próxima pagaría y luego se marchó. Cumplió con su promesa.

El cuarto encuentro fue en clases, tuvimos que hacer un grupo y entre los chicos estaba él. Uno de los encuentros más normales —cabe resaltar—, porque por primera vez Rust actuaba como un estudiante y yo también.

Díselo a la Luna ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora