D i e z

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Previo a contarte más, necesito decirte lo que ocurrió el sábado por la tarde, cuando tuve que reunirme con Claus para investigar sobre los géneros literarios en la biblioteca de la ciudad.

Como podrás imaginar, después de todo lo mal que he hablado de Claus Gilbertson, esa oportunidad que la vida me había puesto para tener que socializar con dicho individuo no me sentó para nada bien. Prefería hacer pareja con la misma Tracy antes que con él.

Claramente esto ya no podía revertirse, no estaba dispuesta a volver solo para rebatir al destino, una vez más, por un trabajo.

Tal vez te suenen aniñados mis pensamientos, quizá mi odio es extremista —porque sí, después de todo, mi actitud y apreciación reacia hacia ese sujeto continúan intactos—, pero no puedo evitarlo. Él no se merece el perdón de nadie, aunque... tampoco yo lo hago.

Los acontecimientos repercutían en mis decisiones y mis decisiones en los acontecimientos. A veces no elegía correctamente por la conveniencia de mis seres queridos y yo, todo por haber empezado una guerra temporal forzando las cosas entre mis padres sin querer dejar que las cosas fluyeran como debían darse.

Una persona no es asesina simplemente por apretar el gatillo; decidir y demandar una muerte también lo hacen un homicida.

Volvamos al sábado por la tarde.

Eran las 15:20 y Claus no llegaba. Lo esperé apoyada en una de las escaleras de la biblioteca durante los 20 minutos en que no se presentó, achacada por el cercano sol que repartía un calor casi infernal. No corría ni una brisa, pero lo un enorme árbol me servía para resguardarme en su sombra.

Allí estaba yo, matando el tiempo entre una disputa sobre quedarme o marcharme. Buscando diversión en mi humilde pasatiempo de fotografiar toda clase de hojas de árboles y publicarlas por internet. En Instagram tenía una variada colección de hojas. Muchos las usan como separadores dejando que se sequen entre las páginas de los libros, yo prefería mantenerlas en mis imágenes.

Tratando de capturar la mejor toma de una hoja, con el celular alzado y dándole la espalda al sol, mi visión sucumbió en una oscuridad absoluta y repentina.

—Hola, cariño.

Por supuesto, Su Alteza no puede ser puntual, tiene que hacer una entrada que destaque su arrogancia. Sus manos me cubrían los ojos. Escucharlo hablar en mi oído me produjo un escalofrío que, por un instante, paralizó mi cuerpo. Me aterré y tardé tanto en asimilar lo que pasaba.

—¿Llevas esperando mucho tiempo? —preguntó.

—Suelta —reprendí, flexionando mis piernas para escapar por debajo de sus brazos. Me giré tan rápido como pude para evitar que hiciese uno más de sus "gracias"—. Llevo esperando casi treinta minutos.

—Lo lamento, tuve unos asuntos que atender.

Hizo la morisqueta de arrepentimiento, con sus cejas inclinadas en un son de lamento que detesté. Omití responderle con una mirada austera que delatara mi odio garrafal hacia su persona.

Díselo a la Luna ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora