D i e c i n u e v e

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No pude creer la suerte que corría ese viernes. ¿Es que nada pretendía salir bien? La respuesta clara se presentaba al costado de mi cama, visualizando a mi querida madre en la puerta. Dentro de su pelirroja cabeza probablemente se formaba un inventario lleno de ideas al descubrirnos en dicha situación. Antes de que se acercara, un atisbo de incredulidad se dibujó en su rostro alisando así las casi invisibles arrugas de expresión; ella miraba a Rust. Supongo que me vio demasiado descompuesta luego y volvió su faceta de madre preocupada por el bienestar de su amiga.

—¿Qué le pasó? —le preguntó al ojiazul, situándose a un lado de la cama.

Entre lo mal que me encontraba, noté que lo estudiaba, pero trataba de disimularlo. Mi dolor en el pecho superó con creces el de la cabeza, porque sabía que una aglomeración de recuerdos tan vivos como el chico que se encontraba frente viajaba y hacían preguntas.

—Se desmayó.

Con la respuesta dicha por Rust se dirigió a mí. Sus manos acariciaron mi rostro y corrió algunos mechones rebeldes de mi frente.

—Onne... —pronunció, examinándome—. ¿Estás bien?

Ambicioné llenar mis pulmones de aire con tanta fuerza que mi pecho se enfrió, entonces me senté sobre la cama con ayuda de ambos.

—Sí —respondí—, un poco mareada.

—Vuelve a recostarte entonces —propuso Rust. Como gesto precavido, me tomó del hombro para llevarme hacia atrás. Lo miré y captó al instante que no quería. Esto aumentó la tensión del ambiente—. Luego no me llames testarudo a mí.

Quise sonreír por su hilarante comentario, porque él no tenía idea de todo lo que acontecía detrás del encuentro entre él y mi madre, pero su humor estaba ahí y no lo ocultaría. Definitivamente, seguía siendo más testarudo que yo.

El tiempo de presentaciones llegó.

—Mamá —hablé con la garganta rasposa, estaba muy incómoda—, él es Rust, estamos haciendo un trabajo.

El inigualable ego de Rust habló:

—Llámame Siniester.

Sí, ni siquiera con mamá dejaba de lado su terrible apodo. Y por si te lo preguntas, no, en él no existió un ápice de arrepentimiento por decirle «llámame» a mamá en vez de un respetuoso «llámeme». Mamá ignoró su corrección de forma flamante, ella estaba interesada en algo más.

Su apellido.

—¿Rust cuánto? —La pregunta estaba de más, pero como mamá siempre necesitaba confirmar las cosas, necesitaba hacerlo.

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