C u a r e n t a y d o s

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—Hasta que te dignas a aparecer.

Eso fue lo que dijo Don Descarado cuando me vio entrar a mi cuarto tras haberle dicho a mamá que me encontraba demasiado cansada para comer por lo que me iba a dormir. Por supuesto, la aparición de Rust no se me hizo una sorpresa, él ya había entrado a mi cuarto tantas veces que daba la impresión de ser un integrante más de la casa, con camas compartidas y todo. Lo que me sacó mis casillas resultó ser su comentario punzante y su aparición tras haber escapado de mi casa la noche en que estaba ebrio, moribundo mental y anímicamente. ¿Después de todo eso el descarado me recibía con un hasta que apareces? Pues atendiendo a mi más profundo instinto asesino, agarré una de mis almohadas y lo ataqué con ella. No me detuve ni siquiera pensando en que nuestros gatitos estaban allí, yo quería echar a Rust de mi cama.

(Y de ser posible, de mi habitación.)

Rust se sobresaltó por los golpes y atinó, en lo que pudo, a cubrirse la cabeza con los brazos en una huida quejumbrosa al otro lado de la cama, lejos de mis constantes golpes.

Una vez me detuve, se arregló su chaqueta de cuero y llevó una mano a su cabello para acomodárselo. Claro, esto último no tenía por qué hacerlo, Rust y la peineta no llevaban una relación cercana.

—Esta no es la bienvenida que me esperaba —me dijo en un tono receloso y confidente en lo que caminaba con lentitud junto a la cama para llegar al final de ésta. Allí agarró a Crush y lo acarició—. ¿Acaso sigues molesta?

—¿Quieres que te de otra paliza con la almohada?

—Me han dado palizas varias. Muchas. Y peores —se burló siguiendo con el tono confidente; ninguno de los dos quería alertar a mamá—. Pero ninguna se compara con tu indiferencia.

O Claus no era el único adulador o Rust estaba agarrando su pedantería. Hice el amago de amenazarlo, pero en un acto cobarde, decidió usar a Crush como un escudo y mi movimiento quedó anulado completamente.

«Cobarde», pensé en decirle con la palabra saliendo de mi boca como lo haría de alguna serpiente, llena de arrastre y veneno.

Rust inspiró hondo, tranquilizándose a sí mismo. Sus hombros subieron y bajaron en una preparación corporal visible y dijo nuevamente:

—Cuando alguien te dice algo lindo se tiene que responder algo lindo, un gracias o emitir alguna expresión de ternura.

—No me van las mentiras, Rust.

—A mí tampoco.

La respuesta de ambos provocó una sincera y abierta risa.

Yo, que pretendía verme como alguien dura frente a él, carraspeé y guardé la compostura. Pero ya a estas alturas, ocultar mi boba sonrisa por verlo relativamente bien, poco servía. Decidí bajar la guardia y usar el almohadón como asiento. Rust no tardó en sentarse a mi lado, al pie de la cama, frente a la ventana con las cortinas corridas que enseñaban el oscuro cielo del exterior.

Díselo a la Luna ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora