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Luego de un tranquilo martes, llegó mi tercer día en Sandberg

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Luego de un tranquilo martes, llegó mi tercer día en Sandberg.

Me despedí de mamá deseándole un buen día como de costumbre. Detrás, Tracy y Sylvanna esperaban a que saliéramos. Su impaciencia siempre se reflejaba en los insistentes bocinazos que rompían cualquier momento emotivo entre mamá y yo. Mi querida madre aún no se acostumbraba a la imprudencia de la rubia y su amiga, en cambio yo pasaba de ella y de todo lo demás. De lo que no pude escapar fue notar que, en la puerta principal del colegio, Sindy les entregaba un folleto a todas las personas que pasaban por su lado.

—Mamá, voy a bajar.

—Pórtate bien —dijo acomodando el cuello de mi camisa—. Y no vayas a saltarte ninguna clase.

—No, mamá —solté en un tono aburrido. Aunque me hubiese encantado decirle que podría y no afectaría a mi rendimiento, tal vez resumir eso no sería bueno—. Te quiero.

—Y yo a ti, mi Onne.

Bajé del auto y escuché a Tracy quejarse de lo lenta que era mamá. Cerré mis ojos en busca de paciencia, tal vez irme al reino divino de esta para no responder. María me distrajo con su voz apacible. Me aguanté las ganas de voltear para desearle una y mil cosas. En lugar de hacerlo, preferí continuar mi paso en dirección a la entrada.

—Buenos días —saludé a Sindy detrás de su enorme melena. Giró con sobresalto casi al borde de tirar el montón de hojas que tenía en sus manos. Me reconoció del baño y sonrió—. ¿Haciendo campaña publicitaria?

—Estos hijos de... del emprendimiento no me ponen atención —dijo pasándome uno de los folletos—. Y los que me recibieron la hoja han hecho una pelota para lanzarlas. Probablemente la profesora Electra vendrá a regañarme.

Solté una risilla que traté ocultar.

—Necesitarás más que simples folletos para llamar la atención.

Sindy rezongó.

—Así parece... ¡Oh!, por cierto, ¿puedes sostener todo?

Colocó el folleto sobre mi pecho y las soltó, no tuve de otra que agarrar los papeles soltando un gimoteo al notar que varias cayeron al suelo. Sindy, por su lado, buscaba en el bolso su libreta para las groserías.

Empecé una corta misión en busca de las hojas caídas desesperándome porque muchas de ellas eran pisadas por los estudiantes. Todo empeoró cuando el timbre sonó; estaba cuclillas a centímetros de alcanzar un último folleto hasta que Tracy apareció en compañía de su amiga y, más atrás cargando sus cosas, María. No te describiré la mirada de víbora que me dio. Tampoco su forma taaaan singular de sonreír. Con suerte pude verla después de un empujón que Sylvanna me propinó, causando que cayera de rodillas.

—¿Estás bien? —llegó Sindy y me ayudó a levantarme.

—Sí —respondí sin quitar la mirada de la rubia que ya iba a mitad del pasillo—. Toma tus hojas.

Díselo a la Luna ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora