T r e i n t a y u n o

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Rust tenía la cara manchada con la sangre que cayó de mi nariz , y yo sentía la sangre hilando hacia mi boca

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Rust tenía la cara manchada con la sangre que cayó de mi nariz , y yo sentía la sangre hilando hacia mi boca. Me pasé el dorso de la mano para limpiarla antes de que cayera a mi uniforme. Nos encerramos en el baño y dejamos correr el agua mientras nos limpiábamos, la mueca de asco de Rust era evidente pero no se quejó, simplemente frotaba la zona manchada en silencio. Mientras tanto yo me impacientaba porque la sangre no dejaba de caer. 

Demasiados viajes.

Con la barbilla elevada y Rust apretando mi tabique, recordé el golpe que arremetió contra Claus, la caída, la amenaza y la moto.

—Tienes que hacer algo con lo de Claus antes de que él acabe contigo.

Busqué algún indicio del mal genio proveniente de la mención de Gilbertson, pero en Rust no hubo más que un gesto preocupado al cederme más papel higiénico.

—Ya lo sé —dijo en un tono quedo—, no quiero terminar como mi amigo: desaparecido, olvidado, con el puto colegio sin hacer nada por su reputación... —Recordé la noche de la reunión, la desaparición del amigo de Rust, Morgan—. Pero no puedo quedarme de brazos cruzados, tengo que devolverle lo que hizo o hará. Ojo por ojo, Pecosa.

—Eso es absurdo —solté negando con la cabeza y rompiendo todo el contacto físico que él tenía sobre mí—. No puedo salvarte el trasero todo el tiempo, ¿sabes?

Si bien mi gesto fue brusco, poca importancia le dio. Por supuesto, Rust Wilson siempre se ofendía más de palabra que acción, por eso soltó un bufido casi agónico para expresar su descontento tras decir que le salvaba el trasero.

—¿Tú salvándome? —compuso con sarcasmo— ¿Quieres que te refresque la memoria?

Arrogante, eso es lo que es.

Mi sangrado se detuvo y tuve que limpiar mi rostro, Rust tomó mi cabello para no mojarlo. Un gesto que le agradecí con una sonrisa, y despeinando su puntiagudo flequillo.

Regresamos a mi habitación y nos sentamos al borde de la cama, con los hombros caídos y la espalda encorvada. Así permanecimos un momento hasta que él, con su inquietud absorbente y destacablemente curiosa, empezó a recorrer mi habitación hasta dar con algunos esmaltes. Como no podía quitarme de la cabeza la amenaza de Claus, y sabiendo que las cosas no terminarían bien, necesité estar al tanto de todo. Un acto imprudente tendría como consecuencia nuestro adiós. Y, demonios, yo no quería eso.

—¿Qué has pensado hacer? —pregunté, con la mirada puesta sobre los gatos.

—Si quiere jugar sucio, yo también lo haré.

—¿Y si te disculpas?

Rust, que poca atención me había puesto, ahora me consumía con la mirada esperando que bromeara. Así lo tomó, como una supuesta broma.

—Está bien que tengas el cabello pelirrojo, como los típicos payasos, pero créeme, no se te da bien la comedia —sentenció con las cejas rectas en una expresión seria.

Díselo a la Luna ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora