T r e i n t a y c i n c o

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En medio de la revuelta que trajo el timbre intenté escabullirme de Claus entre los estudiantes, mas fue en vano. Cada movimiento que hacía él lo captaba al instante, notaba con astucia mis cambios de expresión y, en la seguidilla, me advirtió en más de una ocasión que no lo dejara, pues buscaría en todas las salas, baños, cuartos y demás, hasta hallarme. Y, advirtió también, que si no me encontraba en el colegio esperaría en casa. En mi casa. Un completo loco obsesivo.

De pronto su boca se llenó de carcajadas. Los pocos estudiantes que quedaban en el pasillo lo miraron confundidos, y yo deseé en mi interior que se callara, o bien, que desapareciera. Lo último me resultó más fácil, pero mi fuga no se pudo dar ya que volteó a verme aun con la sonrisa ensanchada en su petulante cara.

—¿Viste su rostro? —me preguntó con tanta dicha repulsiva...

—¿El rostro de quién?

—El de Wilson, cariño. ¿Cómo podrías enamorarte de él? De ese descabezado aburrido. O formar una familia con él, incluso...

Me removí con inquietud, con mis piernas tambaleando a medida que avanzábamos fuera del pasillo.

—Él ya está enamorado —pronuncié con amargura.

—Sí, y esperemos que no sea de ti. ¿Sabes qué es lo lindo de saber el futuro? Que puedes cambiarlo, y créeme, eres más útil para mí que para ese animal.

Me dieron arcadas mentales, ¿puedes creer lo arrogante que era?

Digerí sus palabras como a una mala comida, un sabor asqueroso que permaneció durante un largo rato en mi boca. La sensación de malestar siempre se formaba en mi estómago estando junto a Claus, me impresiona —ahora que me pongo a pensar— recordar cómo me descomponía cada vez que me lo topaba.

—Estoy seguro de que tú y yo estamos hechos el uno para el otro.

—Basta de insinuaciones —dicté entre dientes.

—No me insinúo.

Alzó sus cejas —demostrando una inocencia que no le pega para nada— y escondió sus labios formando una sonrisa aniñada. Se notaba de buen humor, quizás demasiado para ser un siniestro lunes lleno de acontecimientos.

—¿Por qué me buscas ahora? —le pregunté, siguiendo sus pasos hacia la biblioteca.

—Quiero saltarme la clase, y qué mejor que hacerlo en tu espectacular compañía.

«Tan adulador como siempre», pensé asqueándome.

—Tuya y la de mi querido don —agregó y me guiñó un ojo.

—Creo que tienes un «mi» sobrando, ese don ya no te pertenece.

Mis palabras calaron más hondo de lo que pude creer, su cambio de humor salió a la luz formando una expresión seria que me trajo más confusos y temblorosos recuerdos. Por instinto mi cuerpo se tensó bajo la sombra de una mirada que no deseaba recibir. Prefería mil veces al Claus arrogante y de buen humor que a éste porque le temía, y mucho.

Díselo a la Luna ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora