T r e i n t a y o c h o

74.9K 11.6K 18.1K
                                    

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.


Poner mi trasero en una silla de ruedas para no tener que caminar hacia el estacionamiento me pareció una total ridiculez, una exageración que sobrepasaba todo lo que ya había visto de Rust. Aprecié su preocupación, pero ir como una embarazada que está a punto de dar a luz era demasiado. Me negué más veces de las que puedo contar con los dedos. Fue en vano. El testarudo chico de ojos azules insistió tanto en llevarme en la silla de ruedas que al final tuve que acceder de mala gana. Por supuesto, detrás de su obstinación escondía su anhelo de usar la silla como un carro de supermercado y correr a toda velocidad por el pasillo principal de Sandberg. Casi me manda a volar cuando frenó frente a su padre.

La enfermera, que iba siguiéndonos como podía después de ir a buscar un justificativo para retirarme que dejara constancia de la adversa situación, lo reprendió hasta que se topó con el galante actor. No puedo describir bien el semblante que puso al descubrir que el gran actor Jax Wilson estaba en el colegio, pero sí puedo comparar la sonrisa que se formó, cual Rowin frente a una chocolatera, con timidez en sus labios cuando le recibió el justificativo y agradeció. Mientras avanzábamos hacia la salida, me incliné por el costado para observarla y noté que iba abanicándose con las manos.

Pues sí, no es una novedad encontrarse a famosos en Sandberg, no obstante, y a pesar de los años, el padre de Rust seguía teniendo un gran número de admiradoras. Esto me hizo preguntar si mamá, en caso de que hubiera seguido actuando en películas y series, tendría a admiradores fanáticos como su amor universitario los tiene.

Inmersa en dudas, fue el mismísimo padre de Rust que tomó la iniciativa en la conversación.

—¿Te sientes muy mal?

Me sentó bastante incómodo hablar con él por tantas razones que no precisé contar ni cuestionar, las conocía bastante bien y, solo con mirarlo y encontrarme con los ojos azules que Rust heredó, me daban ganas de salir arrancando con silla y todo. ¿Lo peor? Entre todas las razones habidas y por haber que causaban mi ansia momentánea, la que menos relevancia tenía era interrumpir en lo que estaba haciendo para que me fuera a buscar, porque si bien veía el azul de sus ojos, el cansancio y el pasar de los años, todo lo que podía leer entre expresiones y gestos era: «Mataste mi romance con tu madre» que se formaba en su rostro.

La culpa me estaba carcomiendo.

Suspiré disipando cualquier imagen de lo que sería entre él y mamá como pareja si yo no hubiera intervenido, y miré a Rust como si buscara ayuda o una justificación válida que contrarrestara la culpa aposentada en mi pecho.

—Su hijo está exagerando —dije volviendo la vista al frente, hacia el resto del pasillo en un conteo mental de los minutos que me aguardaban hasta casa.

—¿Entonces no vamos a un hospital? —le preguntó a la enfermera pidiendo, más explicaciones.

—Lo más que harán allá es ponerle suero si es que le bajaron las defensas, aunque tiene síntomas de...

Díselo a la Luna ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora