T r e i n t a y d o s

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Me hice a un lado, quería huir de él en el reducido espacio que me lo permitía

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Me hice a un lado, quería huir de él en el reducido espacio que me lo permitía. Cubrí mi oído, sintiendo la presión en mi cuerpo. Desde el rabillo percibí la sonrisa de Claus. Él estaba complacido de tenerme tan presionada como confundida, por esto dudé.

—¿De qué hablas?

Suspiró, regresando a la confiable distancia donde me sentí más segura. Existían tantas razones para mantenerme tensa junto a él que, estando en su mismo auto, me hizo dudar de mi cordura. Era consciente de que opté por irme con él para que no hubiese muertes, para no dilatar el apremiante resultado. Pero, no podía dejar de lado el temor que despertaba en mí, ese temor que trataba de escudar detrás de mi actitud altanera hacia él; mi repulsión, mi lado cortando, mi rechazo entero.

—Quiero saber si estoy segura aquí.

Exigí con un temblor del que me arrepiento. La perspicacia de Claus le hizo tomar una ventaja. Tomó mi mano para darle dos palmaditas.

—Cariño, yo jamás te haría algo.

Escurrí mi mano con disimulo.

—Algo más allá de un disparo —me armé en el sarcasmo que sin pensar usaba con él.

—Todo estaba bien calculado.

—No puedes calcular un disparo, las probabilidades de que salga más son altas. —Sonrió—. Te lo volveré a preguntar: ¿estoy en peligro aquí?

—Dependerá de lo que respondas.

Me reprimí en lamentos y enojo, los cuales le dejé en claro con una energética mirada que contrastó con cariz distendido. Una lucha silenciosa emergió en el ambiente en el que solo podíamos escuchar el rugir del motor y unos casi imperceptibles tarareos por parte del enorme chofer.

—¿A dónde quieres ir? —me preguntó Claus, finalmente.

Respiré en una ventisca silenciosa que reprimí durante lo que parecía una eternidad. Me desahogué en silencio y aliviané la espesura en mi expresión facial. Tomé la pregunta como una sutil victoria para mí; una que guardé entre casillas de conformidad.

—Déjame en Sandberg, yo me las arreglaré desde ahí.

Claus le habló al conductor y le indicó que nos llevara hacía el colegio. Di otro respiro mental que duró tanto como un parpadeo. El cinismo de Claus se presentó junto a mí otra vez.

—Ahora, responde.

—¿Qué quieras que responda? —le cuestioné— No tengo la menor idea de qué hablas.

—Hace tiempo tuve una experiencia sobrenatural que cambió mi vida —comenzó a contar con una profundidad oscura y terrorífica—. Todo en lo que creía se destruyó con aquella experiencia, una nueva perspectiva del mundo nació en mí. Me tacharon de loco cuando lo conté, nadie pudo creerme, ni mi ocupado padre ni mi molesta madrastra. Nadie confió en lo que decía, excepto un grupo de hombres; personas que no juzgan, personas que tienen convicción, y resulta que uno de ellos, en una reunión especial, nos dijo que una chica de cabello rojo sabía de nuestros planes. Una chica quien resultó ser tú.

Díselo a la Luna ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora