T r e i n t a y n u e v e

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Lo detuve antes de que retomara su camino al auto

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Lo detuve antes de que retomara su camino al auto.

—¿Ella lo sabe? —le pregunté con gesto agónico, tenía un dolor indescriptible que abarcaba todo mi pecho.

—No.

No solté su brazo, en su lugar, lo apresé con más fuerza para insistir.

—¿Y por qué no? ¿Por qué nunca se lo dijiste? ¿Por qué fue mejor romperle el corazón que confesar lo que realmente sentías?

Mi cuestionamiento lo hizo sentar cabeza y ser consciente de la situación. Formó el gesto de acomodarse, una preparación para responder algo que llevaba, probablemente, atorado en su expresión de resignación y culpa. ¿Acaso se lo había dicho a alguien más? A juzgar por lo inquieto y poco cómodo que se mostró... no, no se lo había dicho a nadie. Yo sería la primera, situación que ahora me parece un tanto irónica.

—No podía.

Tras su contestación existió la pausa que yo llamo «el trago amargo»; ese instante donde te das cuenta de que decirlo duele más que pensarlo y sale la pregunta «¿y ahora qué?» en la que no sabes si seguir hablando o callar.

El padre de Rust prefirió lo primero.

—La estaba ilusionando, la arrastraba una vez más a mis problemas. —Soltó un respiro que movió sus hombros y luego se restregó la cara con ambas manos, gesto que Rust también hacía—. Era un mujeriego de tomo y lomo, empecemos por ahí. Nunca hice mucho para merecer a tu madre, ella siempre fue la que me ayudó, incluso cuando solo me gustaba seguí siendo el "Tenorio", como solía decirme, que ella tanto despreció en sus inicios. Por otro lado, y el más importante, quería hacerme cargo de Sharick, mi primera hija. Quise darle la familia feliz que ella se merecía, darle el amor de padre que hasta ese entonces no tuvo y el amor de madre que no tendría después de que su madre falleciera de cáncer. 

Otra pausa.

—¿Existía la posibilidad de estar juntos, tu mamá, Sharick y yo? Sí, pero llegó aquel día en que vi a tu madre... Estaba en Nueva York y con una sonrisa radiante. La vi feliz, sonriendo y hablando en su lengua propia de libros. Estuve a tan pocos centímetros de tomar su cabello, detenerla del hombro y decirle tantas cosas... Pero tu madre no andaba sola, ella se iba a juntar con tu padre. Cuando los vi abrazarse me quedé estático, embelesado viéndolos. No quise interferir.

Qué ganas inmensas me dieron de llorar con solo imaginar a mamá y papá juntos, paseando en Nueva York, hablando de libros, comiendo pizza en algún local y felices. Una linda escena que se nublaba hacia el lado del padre de Rust.

Tengo que admitirlo: el que no haya interferido se me hace un acto noble.

—Te apartaste de su vida para verla feliz —quise afirmar, pero pareció ser más una pregunta de temerosa respuesta.

Asintió.

—Si ella era feliz, también yo lo sería, aunque fuera por caminos diferentes. Que nuestras vivencias compartidas fueran un lindo recuerdo.

Díselo a la Luna ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora