Capítulo 8.

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"Nadie nos advirtió que extrañar, es el costo que tienen los buenos momentos" -Mario Benedetti.


Después de que Diana despertó, los paramédicos nos llevarón a mi casa. Lo único que había quedado en buen estado era la maleta de Diana, a ella afortunadamente no le pasó nada grave solo raspaduras en los brazos y una ligera torcedura en la muñeca izquierda.

-¡Hogar, dulce hogar! -dijo una vez que entramos a mi casa.

-Quizás deberías llamar a tus padres.

Ella me miró cómo si le hubiera dicho que se arrojara de un acantilado.

-Me matarán, además no creo que se enteren, los paramédicos ni siquiera nos pidierón nuestros datos básicos.

-Oookay.

-Dime que tienes un segundo auto de repuesto para ir a la escuela -dijo Diana casi rogando.

-Nop, pero sí tengo una motocicleta.

-Bueno, es mejor que ir en el autobus escolar.

Asentí.

-¿Tienes hambre? -le pregunté.

-Con el susto creo que se me ha ido, ¿te molesta si tomo una ducha?, ese ungüento que me pusierón los paramédicos en los golpes está empezando a marearme.

-Adelante, vé a la ducha, tú sabes que eres como mi hermana por lo tanto mi casa es tu casa.

-¡Tú también eres como mi hermana, Lissa!.

Diana subió los escalones hacia el cuarto de baño, yo aproveché
para dejar su maleta en el cuarto de huéspedes que quedaba a un lado del mío.

Eran las 7:00 pm así que decidí entrar a mi habitación, abrí la ventana y entró una rafága de aire helado, instantáneamente la cerré, afuera había luna llena.

Bajé a la cocina y decidí preparar lasaña, en eso llegó Diana con su bata de baño y el pelo envuelto en un gorro de ducha.

-Mmm, ese olor es familiar, ¿acaso es lasaña?.

-Tu favorita -le dije con una gran sonrisa.

-La amo, me vestiré y bajaré a cenar.

-Bien, date prisa por que se acaba -bromée.

-¡No, no seas tramposa!.

Subió los escalones a tiempo récord, pusé la mesa y serví la lasaña, en menos de 3 minutos Diana ya venía bajando los escalones como un relámpago.

-¿A tiempo? -preguntó, con su respiración acelerada por correr.

-A tiempo.

Cenamos en silencio, cuando terminamos recogí la mesa y ella me ayudó a lavar los platos.

-Iré a darme una ducha, y después si quieres veremos una película -le dije.

-Me parece perfecto, te espero.

Subí los escalones hasta llegar al cuarto de baño, todos los sucesos se arremolinarón en mi cabeza provocándome migraña, necesitaría una pastilla para el dolor, abrí la llave del agua caliente, mis músculos se relajaban lentamente, después coloqué un poco de shampoo de manzana en mi cabello, adoraba el aroma.

Cuando me terminé de duchar me dirigí a mi habitación y aproveché para ponerme mi pijama: un pantalón de algodón en color gris y una blusa de manga larga color morado, me desenrede el pelo, miré las heridas de mis manos, y me sorprendí como todas las veces que me raspaba o cortaba, ¡ya habían cicatrizado!.

Atada a tu almaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora