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— De verdad quiero representarte, por supuesto, con una paga mejor a la que tienes — ofreció don Enzo.

— Esa es una excelente noticia... — dijo Billy.

— Tendrás nuevos entrenadores, un equipo a tu servicio y practicarás en uno de los mejores gimnasios del mundo... — seguía el ofrecimiento.

— Un momento — interrumpió Maluma. — Yo le agradezco que se haya interesado en mí, pero Billy ha sido mi entrenador y yo no estoy interesado en mudarme a Las Vegas.

— Espera, Maluma. Piénsalo mejor antes de tomar una decisión apresurada — pidió Billy. — Discúlpelo, don Enzo, ha tenido día difícil.

— Maluma, entiendo la fidelidad que tienes con tu entrenador, pero él va a recibir una buena cantidad por tus derechos — dijo don Enzo. — El sentimentalismo en este negocio no sirve de mucho.

— Y no te preocupes por mí... — agregó Billy. — Estoy cansado y los hombres a mi edad solo piensan en retirarse.

— ¿Y usted cómo sabe cuánto gano yo? — preguntó Maluma.

— Mi trabajo es saber, como también sé cuánto ganas en publicidad. Ahora mismo sé que estás en conversaciones con Calvin Klein, me parece una excelente idea.

— ¿Cuánto está dispuesto a pagar? — indagó el boxeador.

— No sé, sácame de dudas — dijo mostrando su chequera y un bolígrafo. — Escribe la cifra que se te ocurra.

Maluma había recibido, de las manos del hombre más rico de la ciudad, un cheque en blanco para colocar cualquier número que pasara por su mente.

El suculento cheque, que ahora estaba acompañado por una poderosa cifra, fue regresado a don Enzo.

— Perfecto — dijo el hombre mirando de reojo la cantidad.

El magnate rompió el cheque y vio el miedo reflejado en los ojos de Maluma, pero, sobre todo, en su entrenador.

Pobres, estarían pensado que se irían a casa con las manos vacías.

Pero ese era el juego favorito de don Enzo, demostrar su poder cada vez que la oportunidad se le presentara.

— Lo lamento mucho, no te voy a pagar esta cantidad... Te voy a pagar el triple de lo que escribiste.

— ¡Maluma! ¡Acepta de una vez! — suplicó Billy emocionado.

— ¿Qué me dices? — preguntó finalmente. — ¿Trato hecho?

— Está bien, don Enzo. Acepto — dijo el chico.

— Entonces, bienvenido... — respondió el magnate.

Justin observaba, desde la puerta entreabierta de la habitación de Dylan, a Paulo, que estaba de visita con la excusa de pasar un rato con el niño.

— Entonces el hada madrina le advirtió que a partir de ahora, cada vez que mienta, su nariz le crecerá... — leía Paulo pausadamente el cuento en sus manos.

El Guardaespaldas IIIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora