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Las ruedas del equipaje se deslizaban por el extenso pasillo del aeropuerto.


Por fin, luego de largas horas, el avión proveniente de Rio de Janeiro, con destino a Nueva York, había aterrizado.


Y así, con un portafolio en la otra mano, Salvatore DeMarco, un joven abogado de cabellera negra, regresaba a la ciudad.


Al salir del aeropuerto, un chofer le abrió la puerta de la limusina que le esperaba y le llevó a su destino... La mansión de don Enzo.


El magnate se llevaba el tenedor a la boca cuando sintió la presencia de su mano derecha en la puerta.


— Mi querido Salvatore, ¿qué tal el viaje?


— Excelente, don Enzo, como siempre.


— Imagino que eras el terror de las noches de Brasil...


— No lo puedo negar, mis cosillas hice... — bromeó el otro. — Lo que es la vida... Usted con todo el dinero del mundo... y comiendo unas simples espinacas.


— Eres un malagradecido, te pagué el vuelo en primera clase. No te puedes quejar.


— ¿Me va a contar por qué estoy viéndole comer espinacas en lugar de estar admirando chicas en bikini en las playas de Brasil?


— Hay un boxeador principiante que me interesa... Peleará en la semifinal del campeonato amateur el próximo domingo...


— Y quiere representarlo... — supuso él.


— Quería... — corrigió. — Le hice una oferta multimillonaria y la rechazó.


— ¿Se atrevió a rechazar al gran don Enzo? — bufó. — Ese chico no sabe lo que hizo.


— Claro, fracasé en la negociación porque no tenía a mi asesor a mi lado, por eso estás aquí.


— ¿Va a intentar convencerle? — arqueó una ceja. — Eso es muy extraño en usted...


— No exactamente, este es un encargo... especial.


— ¿Un encargo? — resaltó. — ¿De quién?


— Eso no importa ahora, para él quiero algo más... prolongado. Quiero borrarle del rostro esa sonrisa de joven triunfador, que se arrodille ante mí y pida perdón. Eso quiero.


— Entiendo... — asintió el otro. — Le quiere cobrar con intereses el contrato que rechazó.


— Tengo una idea que quiero que me ayudes a redondear... pero mientras tanto, necesito tu ayuda, por eso te pedí que vinieras.


— Usted dirá para qué soy bueno...


— Antes de darle el golpe final, necesito mantenerlo vigilado, saber sus horarios, cuándo entrena, qué come, con quién se ve, a qué hora duerme... En fin, quiero saber todo, absolutamente todo, de Maluma.


El Guardaespaldas IIIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora