Prólogo

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Todos se sentaron en la gran mesa. Los nudillos inquietos de uno de los asistentes repiquetearos con vitalidad sobre la mesa.

- Bien. Señores, señoritas. Al fin ha llegado el gran momento - Aquella sonrisa implacable y puntiaguda no traía nada bueno, alguien allí lo tenía muy claro - Gracias a esta iniciativa por fin podremos determinar con firmeza quién merece realmente liderar el país. Los ricos de la clase alta o los pobres y mediocres de clase baja. Este acto decidirá el futuro de nuestro reino - El cabeza de mesa estaba muy emocionado. En su voz se apreciaban la ansia y la codicia simultáneamente. Mostraba un claro favoritismo hacia el bando adinerado de la población. . Aunque, teniendo en cuenta su procedencia, nadie esperaba lo contrario. Un hombre de clase alta jamás se rebajaría hasta el nivel de apoyar a los esclavos  – Llevamos bastante tiempo sufriendo revueltas por parte del descuidado pueblo trabajador. Las familias de más prestigio de nuestro reino no están para nada conformes con cómo el rey está llevando esta descontrolada situación y exigen resultados.

Entonces el hombre juntó las manos sobre la mesa y prosiguió en un tono algo más confidente.

>> Todos los aquí presentes somos conscientes de que nuestro rey no tiene la mano dura para hacer lo que sea necesario. Tiene demasiado apego al pueblo inferior – Las miradas volaron en la mesa entre los consejeros de clase baja – Estamos de acuerdo en que necesitamos alguien que lidere mejor nuestro hogar, que sea justo, aunque que siga distinguiendo las cosas de la manera que él vea más conveniente. Por eso, señores, hacemos esto. El reino nos necesita y debemos encontrar al sucesor perfecto. Y qué mejor manera que seguir el plan. Así la clase alta tiene la opción de poder seguir gobernando y la clase baja también. Habrá justicia, pues personas de ambos bandos estarán involucrados – Volvió a sonreír, radiante. Parecía haberse inspirado a si mismo con aquella especie de discurso. Se sentía imparable, más poderoso incluso que el propio rey.

Uno delos hombres de la sala, un hombre de color, alto y viejo, con una barba gris seincorporó en la silla. Se notaba el descontento en su expresión, y las arrugas quele surgían al achinar los ojos mostraban que no estaba para nada de acuerdo.Joseph no esperaba la oposición de ninguno de los miembros del grupo. Ya lohabían hablado antes, todos los presentes sabían de qué iba la cosa. Sinembargo, la mirada penetrante del viejo hombre de clase baja que regía la parteopuesta de la mesa hizo que el jefe se cruzara de brazos y lo escuchara conatención. Tras levantarse de su asiento, se aclaró la voz y habló.


- Por favor, sigo sin entender el significado de esto, y la verdad es que necesitaría una aclaración. ¿La muerte de jóvenes es necesaria para esto? – Su mirada parecía confusa y destilaba algo de rabia hacia el cabeza de mesa. Realmente parecía preocupado - Van a morir niños inocentes. ¿Es eso lo que quieren? Sigo sin comprender de qué sirve todo este lío que ustedes han montado. Para crear un gobierno justo no es necesaria esta tontería de sistema que han creado - Se arregló el cuello de la camisa y esperó a que alguien contestara. A ojos del líder, Abraham siempre había sido el senador más peligroso de todos. No por su fuerza, sino por sus palabras. Era piadoso, sabio y compasivo. El resto de senadores de clase baja que había en la mesa lo adoraban. En momentos como ese era cuando se volvía una amenaza. Joseph tensó los brazos. No estaba dispuesto a perder aquella batalla. Era el plan perfecto. Se esperó un poco antes de contestar para ver qué opinaba el resto del grupo.

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