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La mañana en el prado era clara, demasiado clara a mi parecer. No había ni una nube en el cielo, todo parecía estar demasiado tranquilo. Los rayos de sol eras muy intensos, la hierba y la naturaleza parecía más viva que nunca y el silencio que inundaba el paraje era aterrador.

Me desperté sola. Gillian ya no estaba en la cabaña. Se notaba la falta de su presencia, pues ya no sentía ese calor humano de la noche anterior.

Salí al exterior y utilicé mi mano como visera para proteger mi vista de los rayos de sol. Frente a la hoguera ya extinta se hallaba Félix, que observaba sentado las cenizas.

Con un dedo echó hacia atrás sus gafas, situando bien la montura sobre su nariz. Llevaba la pierna embadurnada con una especie de barro seco, y a pesar de la mejoría que él intentaba demostrar, las muecas de dolor al moverse lo delataban.

Timothy últimamente parecía tener una adicción por el dibujo, dado que estaba en la misma piedra de siempre. Intentaba copiar, una y otra vez, el cerdito que había dibujado Pam aquel día, pero lo único que lograba tallar en la piedra era una extraña criatura similar a un cerdo. Más que un cerdo, como había dicho con anterioridad Pamela, parecía un jabalí. Pero era un jabalí con unos colmillos desmesurados, unas torneadas patas y de gigantesco tamaño.

Pude entrever el cabello de Pam en el suelo de su cabaña. Aún dormía como un tronco. No sabía que hora debería ser, pero el sol nos daba los buenos días y eso era señal de que era hora de ponerse manos a la obra. La trenza de mi pequeña amiga adolescente ya comenzaba a deshacerse. Su cabello pelirrojo estaba sucio y enredado, pero si lo tocabas seguía tan sedoso como el primer día.

El resto del grupo caminaba de aquí hacia allá haciendo a saber qué. Cedric iba y venía, traía diferentes hierbas y objetos y parecía muy atareado. Dorian salía de en medio del bosque con una ardilla colgando de la mano y su cuchillo personal manchado de sangre. Poco tardé en darme cuenta de que a la ardilla le faltaba la cabeza.

Rick traía troncos y ramas secas. Preparaba el material para nuestra próxima fogata.

De golpe unas manos se posaron en mis hombros e inconscientemente di un saltito y me giré.

— Buenos días — Gillian me sonreía de lado con el flechillo cayéndole en la frente — No sabía que tenías tantas ganas de verme.

Resoplé.

— Me has asustado.

Se encogió de hombros — Cosas que pasan. ¿Te importaría ayudarnos a Rick y a mi a traer madera?

— Claro, ahora mismo os ayudo, pero antes... — bajé un poco la voz y él esperó mi respuesta — Tengo que ir al baño.

Él se rió —¡Oh, sí claro! ¡Ve corre!— se giró y comenzó a caminar, pero antes de perderse en el bosque volvió a mirarme y dijo con ironía — ¡Y cierra bien la puerta!

Acto seguido me guiñó un ojo y desapareció entre los matorrales.

*****

Para sacarme ese maldito traje de licra o cuero, que a saber de qué estaba hecho, tuve que desnudarme por completo ya que la única manera de deshacerse de esa puñetera segunda piel era bajar una cremallera que me surcaba media espalda.

Estaba por meter los brazos en las mangas del apretado ropaje cuando un crujido en la inmensidad del silencio del bosque hizo que me acabara de vestir más rápido de lo normal.

El rechinar de unas pezuñas contra las piedras del camino provocó que la alarma comenzara a inundar mi sistema nervioso y como pude comencé a caminar en dirección al campamento mientras subía la cremallera.

SobrevivirDonde viven las historias. Descúbrelo ahora