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Pegó un mordisco a la manzana verde que sujetaba en la mano y saboreó el jugo de esta con fascinación. Ya se había hecho costumbre. Cada vez que lo visitaba, prácticamente cada día, aparecía con una manzana en mano y se sentaba en una silla frente a él. 

Para no saltarse la tradición, Malachai giró la silla y se sentó, apoyando los brazos sobre el respaldo de madera. Continuó devorando la fruta con lentitud y observó a Abraham con aquella mirada perspicaz y analítica que era tan característica del chico.

Mientras tanto, un hombre de aspecto robusto entró a la sala y deslizó por la puertecilla de la celda una bandeja con la comida de Abraham. En la bandeja había un pequeño bollito de pan junto con un vaso de agua y un bol de dimensiones discutibles repleto de sopa de ajo. 

Abraham hizo una mueca de asco, pero aun así estaba hambriento y se lanzó sobre la bandeja para engullirlo todo. El bollito de pan voló en segundos y el vasito de agua no era suficiente para hidratarlo. Cuando llegó a la sopa sus ansias no se habían relajado. Pero la sopa, como cada vez que le tocaba comérsela, no sabía a nada. Era como tomar agua caliente. Sin embargo Abraham se acabó la cena con rapidez.

Cuando Malachai se aseguró de que no había nadie a la costa, acercó su silla más hacia las barras de acero de la celda y deslizó entre estas dos yogures y una pequeña cucharilla de postres.

Abraham miró al muchacho, desorientado, pero prefirió coger la mercancía antes de que cambiara de opinión y entrara a la celda a cobrarse su coste. Antes de arrancar la fina tapa de plástico del envase soltó un pequeño comentario a su carcelero.

- ¿No tenéis nada mejor que darme para comer? La sopa de ajo es para los presos más peligrosos, que yo recuerde.

- Ahora eres un traidor al reino. ¿Puedo tutearte, verdad?-  Preguntó - Bueno creo que te llevo tuteando desde el inicio... De cualquier modo - Dijo moviendo las manos, restándole importancia - Me apetecía preguntártelo. Para que después digas que no soy un chico cortés y educado.

Mordisqueó de nuevo la manzana verde, esta vez llegando casi al corazón del fruto.

El caso es - Continuó, con la boca llena - que yo he decidido que me caes bien - Vio cómo Abraham se metía dos cucharadas gigantescas de yogur en la boca - Deberías estarme agradecido. Encima que te traigo algo bueno para comer...

Abraham alzó los ojos hacia el muchacho sin dejar de tragar aquel manjar que tenía entre las manos. Para él habían pasado siglos desde que no probaba algo tan bueno como aquello. Estaba harto de aquella sopa asquerosa que le servían todas las noches. Aunque la comida del medio día no mejoraba demasiado.

Era la segunda vez que Malachai le decía aquello. "Deberías estarme agradecido". Sabía que estaba siendo amable, dejando de lado y sin contar con aquel carácter extraño y fanfarrón que tenía, pero al hombre le herbía la sangre al escuchar aquellas cosas. Era su carcelero. No tenía nada que agradecerle.  

- Yo no te he pedido que me traigas nada.

Malachai sonrió, enseñando los dientes y elevando aquellos pómulos de mármol. Aquel chico parecía haber estado esculpido en piedra. Podría parecer un dulce ángel a simple vista, aunque aquel sueño diurno se deshacía en cuanto decidía abrir la boca.

- ¿Sabes que eres un descarado, verdad? - Rio irónico, mostrando de nuevo su pálida dentadura. Sus colmillos parecían algo puntiagudos, y a Abraham le recordaron a los de un felino perspicaz e inteligente. Malachai era como un gigantesco tigre blanco. Imponente, majestuoso y extraño de ver. Con un carácter desconfiado y frío, aunque a veces algo juguetón. Si lo observaba con cautela, tenía muchísimos rasgos físicos que lo conectaban con el exótico animal.

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