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Gillian y Rick iban cada uno a mi lado. Félix iba tras ellos, y Cedric y Dorian iban atrás de todo.
Yo iba en cabeza, arma en mano por si un caso.

El crujir de las hojas bajo nuestros pies sonaba en el silencio de la naturaleza. Hacia media hora que habíamos salido del campamento. Ya habíamos recorrido un tramo y cada diez metros, aproximadamente, manchábamos los arboles con dos lineas horizontales de sangre de ciervo.

Guardé la espada en el cinturón y de una de las mochilas del baúl saqué un trocito de la carne de ciervo. Félix, que ya tenía todo el brazo manchado, tocó con las yemas de los dedos uno de los coágulos de sangre del interior del animal y paso el índice y el dedo corazón por el tronco del árbol.

En una hoja del árbol se limpió los restos de sangre y seguimos caminando.

¿Sabeis? — Dijo Rick — Me da la impresión de que este es un buen camino — Sonrió entusiasmado y se puso delante de todo, caminando con energía.

De la nada cayó un rayo ante nuestros pies. Todos dimos dos pasos atrás y Rick dio un salto, asustado y sorprendido a la vez. El rayo le había caído justo enfrente.

— ¡Pues tu intuición mejor te la metes por el... !— Exclamó Dorian, pero Cedric rápidamente le tapó la boca con la mano para que no pudiera finalizar la frase.

— Dorian, vigila esa boca — Le reprendió. Ella bufó y se cruzó de brazos y el apartó la mano.

Entonces otro rayo cayó detrás nuestro y otro más cayó al lado de Dorian y Félix. Chamuscándole la punta del pelo a la primera y quemándole la pantorrilla al chico.

—¡Ahhh! — Gritó Félix de dolor.

— ¡ Vamos, tenemos que irnos de aquí! ¡Hay que buscar una cueva, rápido! — Cogí de la mano a Dorian y tiré de ella para que caminara. Gillian que por el momento había permanecido en silencio y Rick pasaron los brazos de Félix por encima de sus hombros y lo levantaron. El se agarró a ellos para poder caminar.

Arrastré a Dorian bosque a través, siguiendo una grande pared de piedra que había visto antes de la llegada del primer rayo. Corrimos bosque abajo en busca de alguna obertura donde poder ocultarnos de la nube negra de tormenta que nos seguía.

Una pequeña cueva se veía a lo lejos. Para ese entonces la lluvia estaba comenzando a caer. Debíamos llegar antes de que el frío y la ropa mojada calara fuerte en nuestros cuerpos para no sufrir una neumonía.

— ¡Allí!

Dorian y yo entramos las primeras. Me apoyé en la pared de piedra y respiré profundamente. El corazón me iba a mil por hora y lo notaba palpitante en la garganta. Me dejé caer en la pared y vi a Dorian que se tocaba la punta de cabellos azules que había quedado chamuscada.

— ¿Estás bien?

— Sí, tranquila — miró al exterior y contestó — aunque los que en realidad me preocupan son ellos.

Inmediatamente me levanté y saqué la cabeza fuera. Gillian y Rick sorteaban rayos que caían a diestro y siniestro a su alrededor. Estaba claro que los destinatarios de esas llamaradas de luz eran ellos. Y era mucho más difícil si llevabas a alguien en brazos, en este caso, a Félix.

— ¡Vamos! ¡Vosotros podéis! — les chillé. Me giré hacia Dorian y ella me miraba con la misma expresión. Preocupación. — ¿Vamos?

Ella asintió — Vamos.

Salimos de la cueva. Corrimos hacia ellos y entre las dos cogimos de las caderas a Félix. Entre los cuatro transportamos el cuerpo de nuestro ingenioso amigo, que a duras penas podía moverse.

Era impresionante ver el pasillo de rayos que se formaba frente a nosotros, mientras corríamos.

Por fín entramos a la cueva todos juntos. Dejamos con delicadeza a a Félix en el suelo y nos dejamos caer exhaustos en el suelo.

Félix, se incorporó un poco en la pared y se arremangó el la parte derecha del pantalón jadeando.

Comenzó a sollozar y cuando me acerqué para observarle la pantorrilla vi la marca negra en la pierna.

Le subía como una telaraña negra por toda la pierna, y se podía ver claramente el punto donde le había rozado el rayo.

— Tranquilo, te curarás — Le susurré y le acaricié la mejilla. El asintió y al rato se quedó dormido.

Pasó una hora y todos seguimos allí, en silencio.

— ¿Qué vamos a hacer ahora? — Pregunté.

Cedric se asomó a fuera. La lluvia había cesado.

— Yo voy a salir a por un par de cosas para curarle la pierna.

— ¿Sabes utilizar remedios naturales?
— Mi padre es curandero. Te aseguro que puedo apañármelas.

Me guiñó un ojo y se marchó.

Bueno, ahora solo queda esperar.

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