Abraham se encontraba en una celda aislada de los demás. Era al primer consejero que desterraban de la sala imperial. Aun así pensaba que sus actos no habían sido en vano, pues a toda costa intentó salvar a los niños de aquel infierno que vivirían. Mientras seguía divagando oyó unos pasos que provenían del fondo del pasillo.
Unas botas de cuero negras y desgastadas aparecieron en su campo de visión. Al alzar la vista vio a uno de los guardas de seguridad que lo habían traído a aquel solitario lugar. Era alto y fornido. Con rasgos afilados en su rostro.
- El jefe Joseph me ha mandado cumplir un par de órdenes.
Se agachó y por un instante desapareció del campo de visión del hombrecillo. De un carrito sacó un televisor.
Abrió la puerta férrea de la celda. Era su momento de huir. Comenzó a incorporarse, mas a su pesar la dura mirada del guarda hizo que su intención de escapar se desvaneciera por completo.
- Si intenta salir le tiraré éste trasto a la cabeza – conminó el chico con el televisor en brazos.
Abraham se alejó lentamente caminando hacia atrás hasta chocar con la espalda en la pared, en la otra punta de la jaula.
El gigantesco guardia dejó el televisor en medio de la sala, salió de la celda con el cable en la mano, cerró la puerta con llave y lo enchufó en un alargo con un manojo de cables enredados entre sí.
Al instante unas imágenes se vieron en la pantalla, eran los chicos escogidos que ya estaban dentro del campo, todos tirados en el suelo. Abraham se asustó, se echó las manos a la cabeza con incredulidad, era imposible que hubieran muerto nada más comenzar. Se giró y se encontró de pleno con los ojos inescrutables del guardia.
La tensión se fue cuando vio a uno de ellos, un chico rubio, incorporándose. No se dio cuenta de que había retenido el aire.
" Oh, solo era la anestesia" pensó. Recordaba que algunos habían acordado atraerlos hasta el edificio y adormecerlos con un gas. Claro, eso fue antes de que él se marchara, no sabía si habían cambiado algo más.
- Ya que usted no quería que ninguno muriera, el jefe ha decidido que los verá morir, uno a uno, hasta que solo quede uno. Según él es para que aprenda la lección, que no debe faltarle el respeto a una autoridad como él. De momento le han arrebatado el título de consejero. Luego de eso – Señaló el televisor - Se hará su juicio.
Abraham no quería ver morir a esos niños inocentes, había visto mucha gente morir durante toda su vida. No quería presenciar más muertes, y mucho menos de niños. Ni siquiera había pensado en que sería de él después de eso.
- ¿Tú estas contento con esto? - preguntó esperanzado a que el guardia tuviera algo de compasión.
- A mí ni me va ni me viene, no sé si me entiende... Además, siento decepcionarle pero odio a los niños.
Abraham no pudo creer lo que decía. Al fin supo que no tenía escapatoria, tendría que verlos morir. Algo se le retorció del estómago y unas repentinas náuseas hicieron que se le pusiera mal cuerpo.
- Ahora la segunda orden, esta suele ser mi actividad favorita con la mayoría de presos. No se lo tome a mal, no es nada personal. Entienda que al menos disfrute lo único que me gusta de mi trabajo. Atormentar a los malvados. Y si usted está aquí está claro que no es una buena persona - el guardia sonrió y sacó un látigo de su cinturón.
Dicho esto el hombrecillo se esperó lo peor. Cerró los ojos antes de poder notar cómo el esparto caliente abría una fisura en su piel. El aguacil comenzó a aporrear la espalda de Abraham, que ahora se abría en carne viva.
Para mayor comodidad el guardia le arrancó la camisa y lo dejó con el torso al descubierto. El látigo volvió a bajar y abrió la vieja piel de Abraham. Él chillaba de dolor y se sostenía la rodilla, que era el único lugar del que se podía agarrar. Así mismo se desgarraba las rodillas con las uñas de lo fuerte que apretaba.
Al acabar, el guardia se fue sin mediar palabra alguna. Abraham se arrastró por el suelo hasta ponerse frente al televisor.
El chico rubio de antes seguía aún sentado, se sujetaba la cabeza y parecía aturdido. En la pantalla apareció una flecha que le señalaba, y al final de esta ponía el nombre, sin embargo no ponía el apellido. Recordaba vagamente una conversación en la sala imperial. El cabeza de mesa, Joseph Lightmax, decía que guardarían grabaciones para la posteridad. Habían dicho que en cuanto cada participante despertara se mostraría su nombre, no su apellido, ya que según él no eran dignos de utilizarlo hasta que ganaran, y si no se daba el caso la familia no debería avergonzarse de su apellido. "Sucio bastardo" pensó.
El nombre escrito en la punta de la flecha era Richard.
Richard se incorporó y se dio cuenta de que portaba una nota enganchada en el pecho.
La leyó y su rostro se puso sombrío. Tiró la nota al suelo y empezó a pisotearla con rabia. Paró un momento, respiraba con rapidez. Recogió la nota y la aplanó con prisa, intentó que quedara lo mejor posible. Finalmente se la guardó en el bolsillo del pantalón. Salió caminando hacia el bosque.
La pantalla se partió en dos. Un lado apuntaba a los que aún seguían en el pasto, mientras que el otro apuntaba a Richard.
Abraham miraba atento la televisión, no le había quitado el ojo de encima. Richard volvía al prado con troncos de madera bajo el brazo mientras que a su vez otro de los chicos se despertaba.
El rubio dejó caer los troncos al suelo y salió corriendo hasta su compañero. Se acercó y le dijo algo, por desgracia la televisión no tenía el volumen puesto y Abraham no tenía los ánimos suficientes como para llamar al grandullón que lo acababa de hacer polvo para que subiera el sonido. La espalda le ardía. Era un dolor atronador y no le apetecía una segunda ronda.
Richard le tendió una mano al muchacho que por la flecha podía identificarlo como Cedric. Estos comenzaron a dialogar, sus brazos se movían mucho, no paraban de hacer gestos con las manos.
Finalmente Richard y Cedric comenzaron a montar una especie de campamento.
Y a partir de allí se fueran despertando los demás inquilinos. Primero una chica llamada Dorian, después Ares, Pam, Fancy ( la cual estuvo sentada todo el tiempo), Daphne, que se unió a Fancy sentándose a su lado, Damián, Kenzo, Oliver, Félix, una niña llamada Gea ( Abraham se le fue el alma a los pies al verla tan pequeña), y finalmente, Timothy.
Al ver al pequeño niño de 7 años él se escandalizó. ¿Como podían meter a un niño tan pequeño allí? A los monstruos la simple imagen del infante les decía: "¡Hey, estoy aquí, cómeme!".
Mientras que iban despertando iban pasando los días. A los dos días todos estaban despiertos menos dos de ellos. Un chico y una chica. La chica tenía la cabeza en el abdomen del chico y éste estaba tumbado boca arriba.
Abraham esperó varios días a que los dos adolescentes despertaran. Las heridas de la espalda comenzaban a cicatrizar, empero el dolor no había disminuido. Todavía notaba ese fuego ardiente quemar cada poro de piel e incrustarse en su cuerpo como un tornillo permanente.
Tras tres días esperando a que despertaran Abraham ya pensaba que quizá hubieran muerto por inhalar demasiado gas. Hasta que de golpe la chica se despertó.
Vio como miraba aturdida al rededor, y al ver al chico a su lado lo zarandeo suavemente mientras que le hablaba. El chico se desperezó y al escuchar a la chica se puso tenso y comenzó a mirar hacia todos lados. Se levantaron cuando uno de los "campistas" los llamó, éste era nada más y nada menos que Richard.
Cuando la chica comenzó a correr hacia él salieron por fin los nombres en la pantalla. Kailee y Gillian.
Abraham cerró los ojos y se durmió en paz, sabiendo que ninguno había muerto, de momento.
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Sobrevivir
AdventureCorrer. Una acción fácil a la que Kailee se está acostumbrando demasiado. La muerte, a pesar de doler igual, ahora es casi algo cotidiano. Y Kailee lo único que quiere es volver a casa. Pero no piensa hacerlo sola, pues a conocido a un grupo de pers...