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El olor a sangre llegó como un rayo a mis fosas nasales, como una bola de acero intentado abrirse paso hacia la boca de mi estómago.

Una lágrima de sangre tiñó el pasto esmeralda bajo sus pies. Y por un momento quedé en shock. Jamás hubiera pensado que alguien le pudiera hacer daño, no me lo había planteado. ¿Era posible herir a semejante ser repleto de astucia? Esos ojos perspicaces me decían que no, cada vez que lo miraba sentía la seguridad en carne y hueso, como si él se tratara de una espécie de refugio impenetrable y a prueba de bombas. Pero no era así, era tan vulnerable al dolor y el sufrimiento como yo, aun a mi pesar.

Tenía dos opciones. Podía quedarme allí, protejer a Pam e intentar sacarnos de aquel embrollo. O podía hacer lo que mi cabeza desesperada y ansiosa me pedía. Lanzarme de cabeza hacia él y descubrir con rapidez qué lo había herido para sanarlo lo antes posible. Al final decidí fusionar las dos opciones e improvisar un poco.

Agarré a Pamela del brazo y corrimos hacia la primera víctima de la lluvia de flechas mientras nos cubría con la mochila, esquivando y evitando que alguna de las flechas voladoras nos atravesara la pierna o incluso la cabeza, si es que queriamos ser más negativos.

En cuanto estuve delante suyo sus ojos azules se conectaron a los míos, que buscaban mi mirada con desesperación. En sus ojos pude distinguir emociones contradictorias. Alarma, consuelo y, a la vez, como si quisiera que no me preocupara de él.

Lo agarré de un brazo, pasando el mío bajo su axila para ayudarlo, a lo que él gruñó, mientras que Cedric hacía lo mismo con el otro brazo.

-Vamos, rápido - me apresuré a decir entre dientes, soportando el peso de su cuerpo contra el mío. Notaba su flequillo negro cosquillearme la mejilla.

Pam se pegó a mi con la bolsa sobre la cabeza, y todos corrimos hasta salir de aquel pasillo morífero, porque, llegados a cierto punto, los árboles dejaron de disparar flechas y el bosque se sumió de nuevo en el más remoto silencio.

En cuanto todo hubo acabado el chico se dejó caer a peso muerto en el suelo, soltando pequeños gemidos de dolor y creando una pequeña nube de polvo. Se arrancó la manga del traje con una pequeña navaja que llevaba Dorian en su bolsa y dejó al descubierto su hombro, que estaba destrozado. Tenía una flecha clabada allí, con casi toda la pieza metalica hundida en la carne rojiza y sangrienta. Me costaba mucho creer que no se hubiera roto ningún tendón o que no hubiera tocado el hueso.

Cedric se agachó sobre el pelinegro y examinó la herida con minuciosidad. Intentó separar un poco la piel rasgada del metal férreo de la flecha, pero esta se había adherido con vigor al pellejo.

- Está bien, Gillian - procuró decir el moreno, la voz le temblaba un poco. Estaba asustado - La flecha a calado profundo.

- ¿En mi corazón? Me parece que no, no es mi tipo - Dijo entre dientes. Tenía el flequillo pegado a la frente por culpa del sudor. Intentaba simular una sonrisa, pero el dolor hacía que su cara pareciera una especie de mueca extraña.

- No seas idiota - contestó el moreno con los ojos clínicos entornados - Esto es serio - Se inclinó hacia su mochila y comenzó a rebuscar en ella, pero me miró de soslayo y dijo - Kailee, necesito que extraigas la flecha.

- ¿Yo? ¿Por qué yo?

- ¿Es que quieres que se le infecte y muera? - Dijo con voz dura - Te lo digo a ti porque tu tienes más precisión, no te tiemblan las manos al hacerlo. Y yo tengo que hacer ésto - Señaló la bolsa, - Sólo tienes que tirar. No se dañarán más cosas de las que ya se han dañado.

Era mentira. Sí que me temblaban las manos.

Bufé, dejando escapar el aire entrecortado. ¿Y si le hacía aún más daño? Si sufría aún más por mi culpa jamás se lo podría perdonar. Posicioné ambas manos sobre el mango de madera de la flecha. Gillian se escurrió nervioso en el suelo. Soltó un pequeño gemido cuando el peso de mis manos sobre el arma cayó sobre su hombre.

SobrevivirDonde viven las historias. Descúbrelo ahora