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El vapor había empañado el cristal del cuarto de baño. El grifo de la ducha chirriaba oxidado mientras que el agua caía como una cascada mojando a la silueta que se refugiaba entre aquellas cortinas de plástico. Con cuidado, cerró el agua con un movimiento en la maneta de la ducha y posó sus pies sobre el frío suelo de mármol grisáceo, formando un pequeño charco del líquido.

Rebeldes gotas de agua caían de su cabello y se estampaban contra su torso desnudo, para luego deslizarse por aquella piel clara que adornaba su cuerpo fibrado. Sus músculos se tensaban mientra que se sacudía el cabello blanco y luego se pasaba una pequeña toalla para absorber el agua de este.

Pasó una mano por el cristal para deshacerse de una parte del vaho que lo recubría y se observó en el viejo espejo. Su cuerpo estaba expuesto y solo lo cubría una toalla blanca que se envolvía alrededor de su cintura. Las puntas de su cabello parecían ahora un poco más oscura al estar mojadas y sus ojos acaramelados parecían estar más despiertos tras aquella fría ducha matutina.

Malachai estaba relajado, aquella ducha era una de las pocas cosas buenas que le alegraban un poco el día. Lástima que no podía pasar todo el tiempo que él quería bajo el agua, ya que tenía un deposito muy pequeño y no disponía de dinero suficiente como para pagar más.

Todo el cuerpo del rubio se puso en tensión cuando escuchó el suelo del pasillo crujir. Sabía que no iba a hacerle daño a nadie con aquello, pero aún así agarró con fuerza el bote de champú para el cabello que había utilizado en la ducha usándolo a modo de porra. Con sumo cuidado deslizó los pies por las baldosas del suelo y pegó su espalda al borde de la puerta. De nuevo se escuchó otro crujido, esta vez parecía haber sonado más cerca que antes. Cerró los ojos un segundo y cogió aire. Entonces atravesó el umbral de la puerta con un salto y apuntó al intruso con el bote de champú.

Al ver quién era suspiró con resignación y bajo el "arma".

- Joder, Hela. Me has asustado. Casi te reviento la cabeza con el champú.

Él recibió un ladrido como respuesta.

- No tienes remedio. Parece que cada día te gusta más darme pequeños infartos. ¿Cuantas veces van en este mes? ¿Cinco?

Sentada en frente suyo se encontraba una preciosa Huskie. Era de un tamaño más bien grande, con un pelaje blanco y negro y ojos tan azulados como el agua de las playas de Menorca. Su cabello era largo y sedoso y daban ganas de achucharla. Sacó la lengua, jadeando, y movió la cola feliz.

- Está bien. Te perdono.

Se agachó para acariciarla y soltó una pequeña carcajada cuando Hela intentó lamerle la cara. Al apoyar sus grandes pezuñas sobre su pecho para intentar llegar a su rostro le arañó la piel de aquella zona.

Malachai se quitó la toalla blanca de la cintura y se puso unos boxers viejos y ajustados. Después introdujo las piernas en los pantalones del trabajo y se hecho la camiseta al hombro. Mientras él se vestía, Hela lo observaba sentada delante de la puerta. Con el torso desnudo y el pelo aún húmedo caminó cruzando el estrecho pasillo.

- ¿Loki está despierto también? - Preguntó a la perrita. Esta se limitó a seguirlo meneando el rabo.

En cuanto llegó al diminuto salón obtuvo la respuesta a su pregunta. Allí estaba Loki.

El pequeño chihuahua se había hecho amo y señor del viejo sofá marrón y descansaba panza arriba sobre uno de los cojines. Su cabello era corto y de un color especial. Parecía un pequeño lobo. Era una mezcla entre marrón y gris y hacía un contraste espectacular con aquellos grandes ojos grises que poseía. El can era realmente pequeño. Estaba comprovado que cabía a la perfección en una caja de zapatos. Era estilizado y de facciones finas. No había duda de que era un perro hermoso. Loki, al oír la voz de Malachai, estiró las patas hacia arriba para que su amo le rascara la barriga. No estaba muy claro si estaba despierto o dormido, puesto que su rabo se movía de excitación pero se le caían los párpados. El chico también se acercó a saludarlo.

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