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Una gran parte de Frirtrejard se había convertido en un verdadero caos. La mayoría de negocios habían cerrado para manifestar su desacuerdo. Sin los principales productores de artículos, las mercancías no llegarían hasta el SECMA y tarde o temprano se verían forzados a recapacitar. Esta era la forma de protestar de algunos, otro si quiera lo intentaban. Una gran parte de la población se había solidarizado con las familias y protestaban de la forma que podían. Algunos valientes salían a la calle y gritaban a pleno pulmón, pero pronto eran abatidos por el cuerpo de seguridad del gobierno. El reino entero se había volcado en la causa.

En el pequeño barrio de Bakklandanet, dónde Kailee había vivido desde que era pequeña, una de las tiendas que aún seguía abierta era la panadería de Arick. Aquella pequeña tienda era lo único que lo distraía y le daba vida. Desde que su hija había desaparecido había perdido la pasión y la vitalidad. Amasar y las sonrisas falsas era lo único que le quedaba ahora. Días atrás había estado a punto de lanzarse sobre uno de los policías del SECMA, pero su mujer lo había frenado mientras le limpiaba las lágrimas de los ojos. "Aguanta, por Kailee." Le había dicho "Y por mi. No soportaría perder a nadie más".

Al día anterior los altavoces habían dado un nuevo mensaje al pueblo escandinavo. Era costumbre que aquellas pequeñas máquinas del diablo dieran malas noticias, y para variar, dijeron que por el momento no habían nuevas víctimas y que la idea de televisar imagenes del interior tan solo era un proyecto.

Ahora, Leila cosía en su pequeño taller. Estaba más atareada que nunca. Nick, por el contrario, no hacía más que jugar. Parecía ajeno a todo, en su mundo. Pero era mejor que no se percatara de nada. En aquel momento, mientras su madre trabajaba como loca, el pequeño Nicholas Woods se encontraba dos calles más allá de su casa. 

Se hallaba en una pequeña habitación de color turquesa. Había un pequeño camastro de sábanas lilas y en la habitación abundaban los peluches. Una pequeña ventana dejaba entrar los rayos de sol en la diminuta estancia. Las canicas estaban esparcidas por el suelo y Nick iba ganando. De vez en cuando, cuando la chica se incorporaba para golpear la canica, unos rizos rojizos le nublaban la visión, metiéndosele en los ojos.

A él le molestaba, pero prefería quedarse callado. No quería perder la partida, y si desviaba la mirada del juego quizá ella haría trampas.

- Eridan... - Articuló.

- ¿Mmm? 

Con un movimiento sutil finalizó la partida, siendo él el ganador. Intentó ocultar su alegría al hablar, pero la pequeña sonrisa pilla que se le formaba en los labios le delataba.

- ¿Podemos jugar a otra cosa? Me aburro un poquito.

- ¿A qué quieres jugar? - Formuló ella mientras recogía las canicas. Sus pequeños ojos verdes se posaron en la cara del niño - No tengo más juegos.

Nick se puso uno de sus pequeños dedos en la barbilla y arrugó la frente, simulando que pensaba con gran intensidad. Le gustaba parecer interesante, de esa manera nadie se aburría con él y no lo dejaban solo. No le gustaba nada sentirse solo.

- Lo tengo - Exclamó airoso. Entrecerró los ojos y le lanzó una mirada misteriosa a la pelirroja. Intentó elevar una de sus pequeñas cejitas para hacer aquel momento más intenso y misterioso, pero no pudo.

La mueca que formó en su cara el niño hizo reír a Eridan. Se tapó la boca con la mano para no soltar una carcajada y alentó al pequeño Nick para que dijera su idea.

- Venga dime.

Cogió su mano pálida, haciendo que se levantafa del suelo y acto seguido tiró de ella hacia fuera de la habitación.

Salieron al estrecho pasillo de paredes de cemento. Nick pasó los dedos por la pintura vieja de color crema que recorría todo el pasillo. Después se paró frente a una puerta de madera. Posicionó la mano sobre la puerta cerrada y observó el nombre que había escrito en una especie de pegatina sobre la madera. "Pamela".

- ¿Por qué no entramos aquí y jugamos? Nunca he estado en esa habitación. Seguro que hay muchos juegos nuevos.

- No podemos entrar ahí - Dijo la niña negando con la cabeza, sacudiendo sus ricitos escarlatas - Mi madre dice que no debemos entrar en el cuarto de mi hermana hasta que vuelva. Se ha ido de viaje. Pami se enfadará mucho si entramos sin su permiso.

Nick aun quería entrar, pero asintió comprensivo.

- Yo también tengo una hermana. Estábamos jugando al escondite, pero creo que ha dejado de jugar y se ha ido con algún amigo - Por unos instantes la carita dulce de Nicholas se transformó en una mueca de tristeza - Me abandonó. Seguro que no quería jugar conmigo. La hecho de menos. Ojalá vuelva pronto. Soy su hermano, tiene que quererme más que a sus amigos. Yo la quiero mucho.

Eridan, viendo el cambio drástico que había dado el estado del niño y suponiendo que se pondría a llorar, lo abrazó. Ella era un poco más alta que él y pudo envolverlo entre sus brazos con facilidad.

- Tranquilo, seguro que volverá pronto. Ella te quiere, estoy segura. Yo también quiero que Pam vuelva pronto. Pero mientras puedes jugar conmigo. Yo puedo ser tu hermana mientras que ella no está.

Nick la abrazó fuerte y soltó una lagrimilla, pero se sintió tranquilo y como en casa entre los brazos de aquella pelirroja. Sus palabras dieron suaves caricias a su corazoncito triste e inestable.

- ¿Cuántos años tiene tu hermana? - Le preguntó Eridan.

- diecisiete.

-Bueno, yo tengo ocho, es prácticamente lo mismo.

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