18

84 27 9
                                    

Los gritos provenientes del campamento nos alarmaron demasiado, haciendo que corriéramos lo más rápido posible hasta allí.

Lo sorprendente fue que los gritos no eran de terror, sino que eran de exasperación, de furia.

La cólera sacudía los cuerpos de Kenzo y Damián, que con un dedo recriminatorio y rostros de enojo se replicaban el uno al otro.

- ¡Esperad! - Nos avisó Rick flojito. Poniendo un brazo ante nosotros, impidiéndonos el paso - Un momento. Creo que se están peleando.

- ¡Pues vamos rápido a pararlos, antes de que se hagan daño! - Exclamó Félix intentando avanzar. Pero la rigidez del brazo de Rick augmentó mucho más.

- Espera un minuto - Susurró, intentando que no nos oyeran - No se están peleando, están discutiendo entre ellos pero no por si mismos. No hablan de ellos, creo que hablan de nosotros - Acabó su explicación entrecerrando los ojos mientras observaba a los dos muchachos que nos deleitaban con su debate verbal.

- ¡Esto no es justo!- Kenzo movía los brazos arriba y abajo, caminaba al rededor de los troncos ardientes de una fogata improvisada. Caminaba con pasos rápidos y ligero, con los nervios a flor de piel - No pienso ir solo.

- ¡Pues no vayas!

- ¿Pero que es lo que no te entra en la cabeza? ¡Son nuestros amigos, tenemos que ir a por ellos!

- ¡Esos no son mis amigos! - La vena del cuello de Damián estaba hinchada y temblaba, palpitante - ¡Cuántas veces tengo que decirtelo! ¡Ellos no han hecho nada por mi, quizá sean tus amigos y los conozcas, pero para mi no son nadie! ¡No pienso arriesgar mi vida por ellos!

Damián intentaba mantener la calma, sin mucho éxito, manteniéndose sentado en un tronco cerca de las llamas. Con disimulo cerraba los puños y los mantenía apretados a los lados, decía todo lo que su boca soltaba con desprecio, con los dientes apretados.

La inquina entre los dos era detectable a kilómetros de distancia.

- ¡Está bien, quizá no sean tus amigos pero son nuestra única ayuda aquí dentro! - las sombras de la llamarada ensombrecían la fisonomía de Kenzo, que con puño de hierro intentaba que Damián digiriera lo evidente - Y no pienso dejar que mueran allí dentro pudiendo ayudarlos. A si que como tu eres el único cualificado como para acompañarme, o te pones las pilas o me veré obligado a llevarte a rastras.

- Mira tío, déjame en paz. No pienso moverme - Damián se cruzó de brazos y cerró los ojos.

Kenzo, decidido, cogió de las axilas a su compañero y comenzó a arrastrarlo por el suelo. Damián pataleaba intentando zafarse de su agarre, pero como Kenzo era mucho más corpulento y traspasaba al chico por tres años de edad, no tubo éxito.

- Suel... su... ¡Suéltame! - gritaba.

Damián se removió por el suelo como una vulgar lombriz, sacudiendo sus piernas y agitando los brazos.

Kenzo lo soltó, empujándolo y dejando que cayera al suelo.

Jadeando por el esfuerzo preguntó - ¿Ya tienes... suficiente? ¿Vendrás conmigo?

Esperó expectante a que el otro contestara. Desde el suelo Damián se levantó y avanzó como una flecha. Situó su rostro a centímetros del de el moreno y con los ojos rojos de ira le contestó.

- ¿¡Pero qué haces, idiota!? ¡Estás lo...! - Pero no pudo acabar la oración, ya que nos vio caminar hacia ellos. Y palideció al comprender que lo habíamos presenciado todo.

- ¡Rick! - Exclamó Kenzo feliz, que se lanzó a abrazar profundamente a su amigo.

Mientras que hablábamos con Kenzo, que nos informaba de todo lo ocurrido, Damián se esfumó entre las sombras.

Cuando volteamos a buscarlo tan solo estaba en la tierra la marca de sus botas.

*****

Por fin pude dormir a gusto. Era la primera noche en mucho tiempo que conseguía dormir en paz y armonía. En la cabaña, con Gillian.

Esta vez en vez de estar separados, Gillian y yo dormimos más cerca el uno del otro, con los rostros cara a cara.

Timothy, Gea y Pam nos habían recibido con los brazos abiertos. Chillando de felicidad.

Daphne se alegraba de vernos, y Fancy... no mostró emoción alguna. Aunque podía notarse en su rostro, si mirabas por el rabillo del ojo, que le brillaban las pupilas.

Comimos parte del ciervo que llevabamos en la mochila, que ya estaba a punto de ponerse malo. Extraimos las cantimploras y impusimos un par de reglas.

A partir de ahora, el agua estaría en la sala de reservas que teníamos en nuestra cabaña. Solo beberíamos agua tres veces al día, por la mañana, al mediodía y por la noche. Cuando bebiéramos agua, nos pondríamos en ronda y iríamos pegando sorbito a sorbito, uno a uno, hasta completar dos rondas. El agua estaría limitada.

Los demás aceptaron sin rechistar.

Aquella noche nos pegamos el festín que bien merecido nos teníamos. Agotando todas las reservas de carne que teníamos, ya que al día siguiente saldríamos a cazar.

Durante todo ese rato, Damián permaneció en las sombras, sentado en la otra punta del tronco, separado de nosotros por las llamas.

— Me alegro de volver a estar aquí de nuevo — dije, haciéndome una bolita en el suelo de hojas de nuestra cabaña.

Gillian, que me observaba también tumbado en el suelo, intentando conciliar el sueño, sonrió.

Estiró su brazo hacia mi y acarició suavemente mi mejilla con el pulgar, con tal fragilidad que me derretí interiormente.

— Duerme bien, Kailee.

Cerró sus ojos, y yo los mios, dormimos cara a cara, y en ningún momento de la noche apartó su mano de mi rostro.

*****

¡Feliz año nuevo!
¡Que paséis un genial 2018!

SobrevivirDonde viven las historias. Descúbrelo ahora