Con manos nerviosas, tomo el café de mi jefe y dando un suspiro me encamino a su oficina. Toco la puerta y esta vez espero a que me hable, no quiero repetir lo de ayer.
—Adelante, señorita Andrea.
Pongo los ojos en blanco, él sí puede llamarme por mi nombre y yo no. Idiota.
Cierro la puerta y al verlo está de pie, a un lado de su escritorio oscuro y sin su chaqueta puesta. Doy un vistazo rápido a su marcado cuerpo con su camisa blanca y su sexi corbata negra, joder, éste ruso es un bombón, amargo, pero bombón al fin.
—Su café —digo a la vez que me acerco y lo dejo en su escritorio. Retrocedo y lo observo—. ¿Qué tiene para decirme, señor Novikov?
Sus labios se elevan, pero solo un poco, sé que es por la manera en que pronuncio su apellido. Solo ellos lo pronuncian a la perfección.
—Quiero que sea la última vez que das esas muestras de afecto con un hombre en la entrada de mi bufete. No tolero esos comportamientos afectivos.
Me cruzo de brazos y lo miro seria, esto es el colmo.
—No estaba adentro del bufete así que no veo el problema. No puede molestarse por ello.
Su ceño, como cosa rara, se hunde y guarda sus manos en sus bolsillos.
—¿Me esta dando una orden de lo que puedo y no puedo hacer?
Mierda ¿por qué siempre busca un problema en donde no lo hay?
—No. Solo le digo que...
—Exacto —se aleja del escritorio y da dos pasos al frente—, usted no tiene porqué decirme nada. Aquí el jefe soy yo y se hace lo que yo digo...
—Exacto —sigo yo—, aquí en este bufete se hace lo que usted diga. Afuera no puede mandarme.
Veo como su mandíbula se aprieta y yo siento que va a reventar su dentadura.
—Me parece que ayer no le quedó claro mi primera regla —da otro paso pero yo me mantengo inmóvil, si retrocedo pensará que le temo—. No me interrumpa cuando hablo —me limito a observarlo sin decir nada, suspira—. Por poco no llega a la hora indicada y todo por estarse besuqueando con ese motorizado.
—Si no hubiera sido por él no habría llegado a tiempo, le estaba agradeciendo...
—Para la próxima le agradece en otro sitio ¿estamos? —dice cerca de mí y yo asiento de mala gana.
—¿Ya puedo irme?
—No. —Aprieto mis labios y su mirada se concentra en ello, reprime una sonrisa— ¿Era tu novio?
Ahí vamos de nuevo con la preguntita tonta de los novios. ¿Qué coño le interesa?
—No voy a responder...
—¿Tan difícil es decir no?
¿No? ¿Y si le digo sí?
—¿Y si es sí?
Suspira y se acerca otro paso.
—Solo responda. —Insiste.
—No le interesa.
—Me interesa.
—¿Por qué?
—Porque quiero saber si estas disponible para mí.
Arrugo mi ceño y mis manos sienten cosquillas. ¿Disponible? ¿Cree que soy una cualquiera?
—¿Disculpe?
—¿Qué?
—¿Cómo que qué? ¿Cree que soy una cualquiera?
—Yo no he dicho eso.
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Como dice el Jefe
RomansaDavid Novikov. Ruso. Volará de su país para hacerse cargo del bufete de abogados de su padre. Justo. Controlador impulsivo. Sentimientos no entra en su vocabulario, dice que es para débiles. Tres reglas: Ser puntual. Nunca interrumpirlo. No hacer pr...