La travesía de Chihiro

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Hace tiempo, en un año del que nadie recuerda ni sus dígitos, existían Dioses que regían diversas áreas.

La cantidad de Dioses era tan basta como el cielo mismo y su variedad era incalculable.

Aunque algunos chocaran áreas.

Tal era el caso de la Diosa griega Artemisa y el Dios japonés Tsukito, quienes se encargaban de dar movimiento a la luna.

Se llevaban a cabo variadas peleas por el régimen de poder, entre los cuatro reinos.

Los cuatro reinos, también conocidos como los puntos cardinales eran regidos por Dioses de renombre creados por los humanos en sus momentos de desesperación.

En el Norte, Odín, Dios nórdico, quién podía ser comparado con el mismo Cronos. En el Sur, Rah, Dios egipcio que regía el sol hasta el nacimiento de Apolo, quién lo despojó de su puesto y se hizo con el mismo. En el Este, Zeus, Dios griego quién rige los truenos y que junto a sus hermanos lideraba el Olimpo; y finalmente, en el Oeste Buda, quién regía el equilibrio entre los Dioses orientales -Principalmente los problemáticos japoneses- Para prevenir guerras.

Las batallas por el poder llegaban a ser crueles puesto que algunos morían por ello y si tenían suerte solo eran denigrados a segundo puesto.

Entre todos el más conocido era Ares, quién después de batallar por ser el Dios de la guerra, perdió contra Athena y a su vez contra Loki, el Dios nórdico del fuego; obteniendo como opción ambos poderes, con los que se hizo a los pocos días.

Algunos Dioses eran vencedores con tan solo su presencia, tal era el caso de Afrodita, quién venció en belleza a las Diosas de los cuatro reinos tan solo al presentarse ante ellas.

Han pasado 30 000 años desde la última batalla por el poder y ahora los reinos se encontraban "tranquilos".

Un rubio corría, no, volaba a velocidad hacia el templo principal en donde Zeus lo esperaba impaciente.

-...¿Dónde estará?...—Murmuró Zeus sentado en su trono mientras su pie tenía un ligero tic molesto—...¿Hay demasiadas aves migrando? O ¿Solo me hace enfadar a propósito? —Su enojo crecía con cada segundo que pasaba; hasta que el de pequeña complexión aterrizó frente a él sumamente cansado.

-...Per...done...mi...demora...—Jadeó cansado mientras secaba el sudor de su frente—...Mis alas ya no son tan jóvenes...—Miró sus cansados tenis alados.

-...Puedo renovarlas si quieres...—Propuso el de mayor rango.

-...No es necesario...—Rechazó la oferta—...Prefiero tenerlas así...Ya sabe, me queda poco tiempo...—Suspiró suavemente.

-...Lo sé y por eso este será mi último pedido para ti, Hermes...—Sonrió mientras le entregaba un pergamino al rubio frente a él—...Aunque creo que es demasiado para ti y es mejor que se lo dejes todo a tú aprendiz...—Intentó convencer.

-...Al menos debo saber de que se trata para llegar a decidir aquello...—Contraátaco.

-...Quiero que vayas a los tres puntos restantes y des el aviso que está en ese pergamino...—Explicó. Rió un poco al oír como su mensajero tragaba saliva con dificultad—...¿Crees que puedas con esto?

-...Puedo ir con los Egipcios y lo Nórdicos...—Mencionó el rubio—...Pero los orientales...—Su voz salió nerviosa.

-...Lo sé, los japoneses nos tienen rencor desde lo pasado con Artemisa y Tsukito...—Informó—...Pero necesito que el mensaje les llegue.

-...Si le soy sincero, no quiero hacerlo...—Suspiró—...Sé que tengo que cumplir, pero-

-...¿No crees que tú sucesor pueda con el cargo? —Preguntó el mayor de rubios cabellos.

Kamigami No BasketDonde viven las historias. Descúbrelo ahora