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Una de las cosas que más me encantaba de Westford era pasar horas y horas tomando baños largos en el río. De niño me la pasaba jugando y gritando durante largas horas junto a mis primas y mi hermano. Recuerdo que mi tía Eleanor nos traía aquí a las horas del mediodía y nos dejaba divertirnos hasta que los últimos rayos de sol iluminaban las copas de los árboles aledañas el río.

Hoy todo eso parecía diferente y no lo digo por el río, sigue siendo hermoso, de un caudal fuerte que se escucha a varios metros, sigue siendo arropado por los grandes árboles cuyas raíces te hacen tropezar en la orilla y los pájaros aún se anidaban y cantaban a su alrededor. Lo que para mí era diferente es que ya no tenía ganas de jugar en él como antes, ya no podía bañarme sin importarme lo que otro pensara de mi cuerpo y sobre todo ya no éramos los mismos niños de hace diez años.

—Vaya —dijo Patrick cuando nos sentábamos a los pies de un tronco viejo—, este lugar no ha cambiado nada.

Mis primas April, Ellen y Louisa nos acompañaban y todos nos miramos con nostalgia, con las mentes conectadas en los recuerdos de nuestra hermosa infancia por aquellas aguas.

—¿Recuerdan cuando aprendimos a nadar? —preguntó April iniciando una conversación llena de recuerdos y anécdotas vergonzosas pero graciosas.

Todo el ambiente parecía relajarse entre bromas y salpicadas juguetonas de agua, hasta que vimos a nuestra prima Becca acercarse, junto a su hijo, hasta donde estábamos nosotros. Mi cara parecía un poema, sentía mi corazón latir con fuerza por encontrarme de nuevo con el chico del baño. Yo había huido después de su pregunta, no podía con mi vergüenza y afortunadamente no lo había visto otra vez por la casa en todo el día, hasta ahora.

—¡Chicos ya llegaron! —exclamo con emoción Becca.

La chica bajita, de cabello rojizo y rostro lleno de pecas como su hijo corrió a abrazarnos, ambos correspondimos a su abrazo con gusto y nos dedicamos a preguntarnos las típicas cosas de: ¿Cómo estás? ¿Qué tal los estudios? Y cosas así. Todo parecía estar muy bien hasta que decidió presentarnos al chico detrás de ella, quien nos miraba con una extraña curiosidad.

—Por cierto, ¿recuerdan a mi hijo Cameron?

La pregunta de Becca quedó en el aire, Patrick y yo nos miramos mutuamente y el ambiente se tornaba incómodo. El chico dio unos pasos tras las señas de su madre para que se acercara y me extendió la mano con lentitud. Tarde un poco en estrecharle la mano. No sabía porqué, pero estar cerca de él me ponía los nervios de punta, quizás era por el encuentro del baño o porque no podía dejar de mirar sus hermosos ojos, pecas y labios.

Cuando reacciono y vuelvo al mundo real, dejo de ver su rostro y extiendo mi mano sudorosa y temblorosa hacia él, quien lentamente, al sentir el contacto de nuestra piel, alza la comisura de sus labios en una sonrisa tan radiante como la luz del sol.

—Mi nombre es Cameron —dice sin borrar tan hermosa sonrisa de su rostro—. Aunque creo que ya nos conocemos ¿no es así?

Ante su pregunta mi cuerpo empieza a temblar y suelto su mano con más rapidez de la deseada ¿Él no pensará revelar nuestro terrible incidente del baño o sí?

—¿Ah si? —pregunto sintiendo mis labios temblar, mientras soy examinando por sus ojos color miel.

Cameron asiente lentamente y vuelve a sonreír con picardía ¿son ideas mias o el se está burlando de mí?

—Claro, eres como mi tío, jugamos juntos cuando yo era más pequeño.

Mi cuerpo sintió un gran alivio, similar a cuando te quitan un peso grandísimo de encima, mis pulmones liberan todo el aire contenido y los latidos de mi corazón recurren a la calma. Por un momento pensé que él iba a comentar sobre nuestro "primer" encuentro en el baño, pero al parecer solo quiere jugar un poco conmigo, cosa que me hace sonreír internamente.

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