Capítulo 18.

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          Salgo de casa nada más dejar una nota en la encimera de la cocina diciéndole a mi madre que me voy con las chicas, y cuando piso la calle, una corriente de frío viento me alborota el pelo por completo.

-Al fin sales — su voz hace que instantáneamente mire al coche gris que está a mi izquierda.

           El chico que me está esperando fuera me sonríe, y cuando me acerco a él, me besa como si no nos hubiésemos visto desde hace mucho tiempo.

-Te he extrañado — su aliento recae sobre mi oído.

-Yo también.

             Y, como siempre, me siento vacía cuando digo eso porque no es verdad, no le he echado de menos, pero le digo que sí para hacerme creer a mí misma de que siento algo por él.

              Me subo en la parte del copiloto después de haber subido él al volante y pone el coche en marcha, dirigiéndonos hacia la casa de campo de Saray.

           Durante todo el trayecto, su mano ha estado posada sobre mi rodilla izquierda, mirándome él de soslayo a la vez que yo no podía parar de pensar en Diego.

           Cuando conocí a Eric, la persona que tengo aquí al lado, nunca me había planteado que llegaríamos a esto, pero después de la muerte de mi padre solo necesito olvidar las cosas y dejar de pensar en todo por un tiempo.

-¿Cómo estás?

Me giro y le miro.

-Peor que ayer — susurro, pasando las manos por mi pelo y mirando el paisaje.

-Estoy aquí para ayudarte, Esther. Bueno, estamos todos.

          Siempre me ha calmado su tono de voz y la manera en la que habla, de manera pausada y tranquila. Me giro para mirarle y sonrío. Eso mismo me dijo Diego.

-Lo sé y no hace falta, en serio.

           Aparca frente a la casa, se quita el cinturón y coge mi cabeza entre sus manos, mirándome con aquellos ojos azules tan profundos.

-Te quiero — bajo la mirada cuando dice eso —. Yo... Lo siento, sé que no estamos en esa posición y que no sientes nada más que algo físico.

Niego con la cabeza.

-Eres uno de mis amigos y está claro que te quiero, pero no en ese sentido.

             Veo en su mirada decepción y tristeza cuando digo eso, lo que ocasiona que me duela más estar así con él.

-Esther...

-Tendría que dejarte por hacerte pasar este calvario — tomo su mano, apretándola —. No soy buena persona haciéndote esto.

-No, no, no — él niega rápidamente, acariciándome la mejilla —. Eres buena, Esther. Lo eres. Estás dolida y solo buscas dejar de sentir durante un tiempo. Te entiendo.

-Pero es que no quiero hacerte daño, Eric.

            Se acerca lentamente a mí, rozando casi nuestros labios mientras me mira más intensamente que antes. Acaricia mi barbilla y me besa castamente.

-No te preocupes por eso, cariño, ya tenía asumido que nunca me ibas a querer — él me dedica una media sonrisa.

           Bajo la mirada e intento calmar mi interior, pero no puedo; entonces, tocan el parabrisas del coche y vemos a Laia cruzada de brazos indicándonos que bajemos.

-Hay habitaciones si os queréis acostar, ¿sabéis?

-Íbamos a hacer de todo menos eso — aseguro, rodeándola con mis brazos y apoyando ambas la cabeza en el hombro de la otra.

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