Capítulo 9.

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       Inspiro con más fuerza que antes y es lo lógico cuando me doy cuenta de que he entrelazado un dedo con Diego. Quiero creer que es una tontería, que no nos hemos dado cuenta y rápidamente nos separaremos.

Pero eso no sucede.

Seguimos así durante un largo rato mientras converso con los demás, viendo de reojo su pecho hincharse y no parar de mirar nuestras manos, y cuando me ve mirándole, sus ojos brillan. Nos quedamos estáticos sin dejar de mirarnos, pero entonces me obligo a apartar la mirada y despedirme de los demás, rompiendo aquella pequeña unión.

Cuando me despido de mi madre, Diego es el único que me queda. Me acerco a él y gracias a las plataformas llego a sacarle unos centímetros de más, pero eso no impide que deje de sentir su mano en mis lumbares apretándome con fuerza.

Paseo mis manos por su espalda mientras él besa mi mejilla y me deja ahí la sensación de sus labios. Me raspa un poco su creciente barba cuando le beso yo la mejilla, cerrando los ojos y extrañamente disfrutando de la sensación.

-Adiós – y, de la manera en la que lo dice, parece significar más un "no te vayas" que un "hasta luego".

Deshago esa idea de mi mente y le miro con fijación a sus ojos. Son tan bonitos que apenas puedo controlar mi respiración.

-Buen viaje, Diego – le sonrío sin enseñar mis dientes -. A ver si ligamos, eh.

Él ríe y yo siento como mi corazón se acelera ante el sonido de su risa. Los demás lo miran extrañados.

-No prometo mucho.

Ladeo la cabeza y esta vez enseño mis dientes al sonreír.

-Seguro que encuentras a alguien que merezca la pena.

Cuando digo eso, sus ojos están fijos en los míos sin decir nada poco después de decir aquello. Entreabre sus labios y me sigue mirando de una manera que me hace sentir extraña.

De reojo, me percato de cómo mira mi madre la situación y sé que puede que esté sacando todo esto de contexto. Retrocedo y saco mi teléfono de la cartera, viendo un mensaje de Saray en el que me avisa de que ya está lista.

-Me voy. Llego tarde.

Sonrío y me doy media vuelta corriendo de camino al coche sin mirar hacia atrás. Y, cuando estoy fuera del local, vislumbro al hombre sentándose y dedicándole una sonrisa a alguien de la mesa a la vez que yo le miro.

No puede estar pasando esto.

No puede ser.

Es cierto que desde un principio he sentido atracción por él, es lógico teniendo semejante hombre delante, pero nunca lo que he llegado a palpar en estos minutos. Me ha envuelto una sensación tan densa que ha cambiado mi atmosfera por completo, y cuando he salido, el aire que he respirado ha cambiado.

Diego es uno de los mejores amigos de mi madre, por no decir que me lleva veinte años. Él debería de ser como mi padrino o mi tío favorito, no una persona con la que sería capaz de acostarme y entregarle realmente mi corazón.

[...]

Salimos las tres del bar con el vaso en mano y Laia con un cigarro en su mano. Tomo asiento en un banco, gimiendo levemente al sentir mi culo apoyarse contra algo y notar la comodidad.

-Que gustazo sentarse – murmura una de mis mejores amigas.

Asiento y bebo del contenido del vaso, terminándomelo para después tirarlo a una basura. Paseo las manos por mi pelo e intento centrar mi vista lo más posible, pero siento como la situación es algo surrealista para mí, o eso me hacen creer los efectos del alcohol.

-Esther ya ha pasado a la fase de ver todo como si fuese de otro planeta – avisa Laia, acercándose a mí para que tome asiento -. No bebas más.

Niego con la cabeza y cierro mis ojos, sintiendo un leve mareo.

-Yo me quedo en esta fase – escucho la risa de Saray -. ¿Y ella en cual está?

-Creo que no hay nombre para la suya.

Laia y yo reímos mientras Saray bebe de un trago el contenido de su vaso. Son las cinco y media de la madrugada y gracias a Dios cogeremos un taxi para volver, ya que si no tendríamos un accidente.

-Yo a ti te conozco.

Giramos la cabeza hacia la izquierda, observando a un chico con un vaso en la mano y ojos azules que se me hace bastante familiar. Él sonríe.

-Hola, Esther.

Ensancho mis ojos y me pongo en pie.

-Tú... - le señalo. Cristian ríe -. Cristian.

-¿Y este quién es? – escucho preguntarle Laia a Saray.

Me giro y las miro.

-Uno del bus.

Me miran confusas y yo me acerco al chico, que ahora es un poco más bajo que yo debido a mis tacones. Beso ambas de sus mejillas y él me corresponde, sonriéndome nada más separarse.

-Pensaba que no me reconocerías, pero al final he visto que sí – asiento -. Veo que no has vuelto a tener más dudas en lo de las líneas de autobuses.

Sonrío y tomo asiento en un banco enfrente de mis mejores amigas, quienes ahora hablan con los amigos de Cristian.

-No, la verdad.

Los ojos de Cristian no paran de observarme, y no es algo que me incomode; es más, me agrada en cierta manera. Empezamos a hablar de diversas cosas, pareciendo como si fuésemos amigos de toda la vida.

-¿Y estás enamorada? – apoya su espalda sobre el respaldo de madera, llevándose el vaso a los labios.

Me encojo de hombros.

-No sé qué es eso.

Él ríe, acercándose a mí.

-¿Dices eso porque te han hecho daño? – niego con la cabeza - ¿Entonces?

-Nunca lo he sentido – murmuro, mirándole a los ojos. Me estoy dando cuenta de que le confieso mis sentimientos a alguien al que no conozco.

-Bueno, todavía hay tiempo – él posa su mano sobre la mía y nos sonreímos -. ¿Y has sido infiel?

-¿Y tú? – niega con la cabeza y yo asiento – Yo lo fui.

Cristian no dice nada más y rápidamente me pregunta otra cosa, ya que no quiero hablar a cerca del daño que he causado en gente que me quería.

-Me gustaría mucho sentir eso – le interrumpo -. ¿Sabes lo jodido que es escuchar a todo el mundo hablar del amor y tú sin haberlo sentido? Que sí, que algún día vendrá y no hay que obsesionarse... pero entonces, cuando creo que lo he encontrado, no es así – me apoyo en su hombro -. Y si lo encuentro, él no estará a mi alcance...

Me mira y me doy cuenta de que nuestros labios están a escasos centímetros.

-Entonces hay alguien.

-En realidad no... O sí... No lo sé.

Se acerca más a mí pero yo no retrocedo y no sé por qué.

-Puedo aclararte las dudas si quieres, Esther. Solo dímelo.

Diego y yo no somos nada, no sé tan siquiera como puedo llegar a pensar que puedo enamorarme de él, de sentir el amor. Cristian, en cambio, está más al alcance de mi mano y podría intentarlo.

Cierro los ojos y acabo con la distancia que había, presionando mis labios con los suyos y sintiendo su cálida mano acariciar mi mejilla. Noto un ardor en mi estomago que me activa enseguida, irguiéndome ante el beso y abriendo mi boca para dejar pasar su lengua y volver el beso más pasional.

Lo que siento en estos momentos, en los cuales me besa, es completamente diferente al resto de veces. Siento pasión, ansia y necesidad cuando le beso. Y eso es algo que nunca he sentido.

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