Capítulo 28.

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                        Noto mis pulsaciones relajarse poco a poco cuando pasea de manera calmada las palmas de sus manos por mi abrigo en mitad de la calle desierta casi a las once de la noche. Mi mentón se encuentra sobre su hombro y yo tengo los ojos cerrados, disfrutando de sus abrazos como he hecho secretamente durante todo este tiempo.

La cercanía de Diego, justo cuando empieza a acaricia mi pelo, me hace darme cuenta de lo que realmente está pasando y me separo de él, viendo su cara de confuso ante este repentino cambio. Trago saliva y me cruzo de brazos, intentando mantener el calor que he tenido hace pocos segundos.

–Todo esto no sirve de motivo alguno para haber hecho todo aquello —le reprocho, apretando la mandíbula mientras sus ojos, sorprendidos, me miran sin decir nada.

–¿Y qué quieres que diga, Esther? ¿Qué se escondía detrás de ese pseudónimo el mejor amigo de tu madre, quien está completamente enamorado de ti? —se acerca lentamente a mí con el dedo índice levantado—. Hice todo eso desde el principio porque sabía que si cabía la posibilidad de que algún día te dieses cuenta de esto, de lo que siento, te alejarías de mí y no podría soportarlo, Esther —me mira esperando a que diga algo, pero no lo hago—. Sí, estuvo mal y lo sé, pero era la única manera que tenía para poder estar cerca de ti rompiendo todas las barreras que nos distancian como la edad o el estatus en el que estamos ahora.

–¿Lo hiciste para estar cerca de mí?

Toda su repentina confesión me hace sentirme completamente confusa, no sé ni qué pensar en estos momentos, pero su mirada me hace darme realmente cuenta de que él es todo lo que quiero y me da igual justo en estos momentos lo que pueda llegar a pasar.

–Sí —afirma—. Te quiero, Esther. ¿No ves lo que he hecho por ti? Me he arriesgado a perderte, he ido a buscarte cabiendo la posibilidad de que me rechazases otra vez, pero tú estás aquí...

–Porque yo también te quiero, Diego.

Me acerco a él, rompiendo la distancia que nos separa y poso ambas de mis manos sobre sus mejillas mientras el mejor amigo de mi madre me mira de manera intermitente y realmente confuso. Mis ojos se centran en sus labios, que están entreabiertos y los tengo a menos de un centímetros de los míos.

Vuelvo a mirarle a los ojos y los tiene cerrados, así que me alzo levemente y le beso. Rápidamente sus manos se posan en mis lumbares y me aprieta contra su cuerpo como nunca antes lo ha hecho mientras mis manos se adentran en su pelo y nuestros labios se mueven sin cesar.

A los pocos segundos de empezar, noto el frío cristal de mi coche posarse en mi espalda y la mano de Diego descender a mi trasero, dándole un leve apretón para después bajar más y tomar mi pierna, instándome a que le rodee parte de la cintura.

Y todo lo que siento ahora no puedo realmente describirlo porque son un cúmulo de sensaciones que me hacen sentir lo más especial y deseada por la persona a la que realmente quiero de verdad por primera vez.

–No —se separa rápidamente, pasándose las manos por su pelo desordenado—. Esther, esto no...

–¿Cómo que no? ¿A qué te refieres?

No me mira en ningún momento, tiene los ojos posados en el suelo mientras yo no paro de mirarle moverse de un lado al otro completamente nervioso. Y cuando decide parar, me mira finalmente y su mirada es completamente diferente a la que tenía minutos antes de besarnos.

Sus ojos están fríos y tristes, y lo único que me provocan son un malestar en el cuerpo porque sé que va a pasar algo que no me gustará.

–Me prometí no tocarte, ¡y mírame!

–Pero te he besado yo, Diego —me acerco a él , pero retrocede y empiezo a realmente preocuparme por todo lo que está sucediendo—. Yo lo he querido.

–¡Pero debería haberme alejado, Esther, soy el mayor! Se lo prometí... Se lo dije a tu madre.

Frunzo mi ceño, ladeando la cabeza confusa.

–¿Mi madre sabía todo?

Niega con la cabeza.

–Solo mis sentimientos por ti y desde entonces no nos hablamos —y entonces comprendo por qué mi madre no quería contarme por qué Diego y ella se habían alejado—. Le dije que nunca te tocaría ni interferiría en tu vida.

–¡Ya lo hiciste cuando me enamoré de ti, Diego! —me acerco a él pero me para, posando ambas de sus manos en mis hombros— Déjame acercarme a ti, por favor...

Baja la cabeza, negando.

–No puedo permitirme defraudar de nuevo a tu madre —entonces alza la mirada y me hiela con ella—, y tampoco a ti, Esther. No me perdonaría nunca hacerte daño.

Poco a poco, noto como la vista se me empaña y rápidamente una lágrima se me desliza por la mejilla, y ésta es seguida por la mirada de Diego. Deja de sostener mis hombros y se mete las manos en los bolsillos.

–Yéndote me estás haciendo daño, ¿no lo ves? Ahora, después de haberlo confesado todo, no me dejes así —niego con la cabeza, notando como un nudo se me forma en el estómago y todo lo que sentía hace varios segundos se ha esfumado—. ¿Qué quieres que piense, que solo has venido para seducirme y besarme? ¿Realmente quieres que piense eso?

–Lo único que quiero es que dejes de quererme —su voz está rota y sé que a él no le gusta tampoco esta situación.

–¡No puedo hacerlo, no ahora! —le tomo del antebrazo y nuestras miradas conectan—. No te vayas, Diego. Por favor.

–No me iré yo, Esther, sino tú —me toma el rostro entre las manos y la proximidad de su cuerpo y rostro me altera las pulsaciones. Miro sus ojos profundamente y por unos segundos dejo de llorar—. Te dejo ir a pesar de que justo ahora debería de ser un egoísta y decirte lo mucho que te quiero todas las veces que pudiese hasta que me quedase sin respiración, pero te vas a ir porque esto no puede ser y no puedo actuar así.

–No, Diego, por favor...

–No lo hagas más complicado, Esther, por favor —sus ojos se vuelven rojos y las lágrimas empiezan a acumularse en ellos—. Te quiero y por eso no puedo ser egoísta y tengo que dejarte ir.

Y cierra los ojos, acercándose a la comisura de mis labios y besando pausadamente ahí. Nada más separarse, se vuelve meter las manos en los bolsillos y se da media vuelta, caminando en la oscuridad de la noche de febrero sin girarse en ningún momento.

Me quedo mirando su espalda mientras noto la opresión en el pecho que tanto dolor me está produciendo y puedo confirmar que lo que me contaron mis amigas a cerca de lo que sentías cuando te dejaba quien querías es completamente verdad.

Cuando está a punto de girar la esquina por donde hemos venido, veo su rostro girarse y mirar, haciendo un gesto vago con la mano a modo de despedida. Ya no puedo contener las lágrimas más, y éstas se deslizan de una manera bastante violenta por mis mejillas mientras me sale un gemido de dolor como si me acabasen de apuñalar.

Siempre he querido amar de esta manera pero nunca fui consciente de las consecuencias que tendría sentir esto, y esta es la primera: sentir el dolor de cuando te deja la persona que quieres. 

Lo último que recuerdes.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora