Capítulo 17.

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         Me mira a los ojos intermitentemente mientras su mano me acaricia una de mis mejillas de una manera muy lenta. Los ojos de Diego me calman el alboroto que tengo en mi interior ahora mismo y, poco a poco, dejo escapar el aire de mis pulmones.

-¿Por qué dices eso? — su voz retumba y siento que lo que veo no es real, sino una alucinación producida por ella alcohol —. Estás borracha y triste, Esther. Vete a la cama, vamos.

         Cuando me dice eso, siento el dolor de su rechazo ante mi confesión. Sé que debe pensarse que lo digo debido a mi estado de embriaguez, pero no es así.

         Después de que mi padre haya muerto, Diego ha vuelto y ha intentado ayudarnos en todo, lo que dice mucho de él.

-Venga, Esther.

          Está situado frente a mí, tendiéndome la mano para ayudarme a levantar y con mi chaqueta en la otra.

-Puedo sola, pero gracias.

          Creo ver que esconde una sonrisa, pero no le doy importancia ya que al intentar estabilizarme siento un leve mareo. Me sujeta por la espalda baja, acercándome a su cuerpo y mirándome.

-¿Tienes ganas de vomitar?

Meneo la cabeza a modo de negación.

-Vale — busca mi mirada pero no la encuentra —. Vamos, yo te ayudo.

           Nada más llegar, abro la puerta y él enciende la luz, quedándose en el umbral mientras yo me siento sobre mi cama, mirando hacia el techo.

-¿Necesitas algo?

Miro a mi alrededor pero a penas presto atención a las cosas, siento como que no estoy en mi cuerpo.

-Eh... Sí, el pijama — mis ojos entran en contacto con los suyos —. Debe estar en la habitación donde planchamos la ropa, ¿sabes dónde es?

Asiente.

-Ahora vuelvo.

           Nada más desaparecer, me quito el sujetador y siento la liberación de mis pechos, pero rápidamente me viene el dolor que siento debido a que me tiene que venir la regla en menos de una semana.

-Estoy aquí.

             Me ve dejar el sujetador en un cajón y después se fija en mis pechos bajo la camisa, y justamente tengo los pezones erectos.

-No podía aguantar más y me lo he quitado — comento, acercándome para coger el pijama —. No puedes hacerte una idea de lo incómodo que es.

-No, la verdad.

             Me sigue mirando los pechos y yo sus ojos, notando como su boca de entreabre lentamente.

-Son pechos, Diego — cojo el pijama y lo dejo en la cama —, como si nunca hubieses visto unos.

               Sus ojos me miran finalmente y no llego a ver claramente qué hay en su mirada debido a la poca luz de mi habitación. Me siento en el borde de mi cama, quitándome los zapatos bajo su mirada y en el silencio del lugar.

-¿Cómo te fue por Argentina? Lo siento mucho por haber recibido tan poco interés por nuestra parte, pero...

-Me fue bien — me corta, sentándose a mi lado —, y no hace falta que te disculpes, Esther. Hay tiempo para todo, tranquila.

              Me quedo estática mirando sus labios, sintiendo la excitación subirme rápidamente sin apenas haber hecho nada y me doy cuenta del estado en el que estoy realmente.

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